Los años noventa dejaron álbumes clásicos que fueron más allá de los emblemáticos discos de Nirvana, Pearl Jam o Soundgarden. El rock alternativo por estos días está de fiesta con uno de esos discos que todo el mundo escuchó y que las mayorías recuerdan de la mejor forma. En 1993, la dupla que formaron Black Francis y Kim Deal, ambos líderes indiscutidos de The Pixies, decidieron tomar caminos separados por fricciones internas en el grupo.
Por ese motivo, Deal decidió volver a tocar con un proyecto como The Breeders, que había formado con su hermana gemela Kelley (una gran instrumentista y compositora) para seguir estando en la ruta y en el mundo de la música. A comienzos de la década del noventa habían editado el álbum Pod bajo el nombre de The Breeders, el disco debut con el que generaron algo de ruido, pero que no fue suficiente para agitar los charts de ventas de discos.
Tres años más tarde, el grupo de hermanas –ya con los Pixies fuera de circulación– editaron un álbum con el que sí sacudirían a la escena, los charts y las opiniones de los críticos. Ese disco fue Last Splash, el segundo trabajo de The Breeders, un trabajo que llegó a buena parte de la generación X y que enarboló un superhit. La canción fue “Cannonball”, un verdadero himno de todos los que para ese entonces habían dejado de ser adolescentes y se encaminaba hacia una adultez incierta.
“Cannonball” fue algo más que un hit, fue una canción casi perfecta que condensaba un espíritu de época en cuanto a su letra y su sonido. En él convivían el espíritu outsider de The Pixies, algo que también se percibía en otras de las quince canciones del disco, melodía, fuerza, sorpresa y juego. Con temas como “Saints”, “Hag”, “Divine Hammer”, “Mad Lucas” y “Flipside”, la banda confirmaba su gran momento no solamente con un gran hit, sino también con el gran paquete de canciones que contenía Last Splash.