El último corte del escrutinio de la PASO del 13 de agosto confirmó el resultado de tres bloques muy parejos, con una ligera ventaja a favor de Javier Milei. Cristina Kirchner se graduó de analista política con su certero vaticinio de los “tercios”. Una elección entre tres actores equivalentes es un escenario inédito en estos 40 años de democracia. Y novedoso en materia de estrategias, discursos y campañas electorales.
Antes de esta, tuvimos nueve elecciones presidenciales entre 1983 y 2019. De ellas, cuatro fueron elecciones protagonizadas casi exclusivamente por dos adversarios (1983, 1989, 1999 y 2019), una -bastante inusual- fue una elección atomizada entre cinco candidatos (2003), y luego tuvimos otras cuatro elecciones protagonizadas por al menos tres actores relevantes (1995, 2007, 2011 y 2015).
Pero ninguna de ellas fue un auténtico juego de tres: en 1995 la figura central del comicio fue Carlos Menem, frente a una oposición dividida, en 2007 y 2011 lo fue Cristina Kirchner, también frente a una oposición dividida, y en 2015, a pesar de la buena elección de Sergio Massa como tercero en cuestión, dominó la competencia agrietada entre Macri y Scioli.
Dejando de lado el caso excepcional de 2003, una elección parteaguas cuando aún se escuchaban las cacerolas de 2001, las otro ocho elecciones tuvieron campañas centradas en un antagonismo principal: o entre dos candidatos competitivos, o entre un candidato oficialista contra dos -o más- que pugnaban por representar la opción contraria.
En todas ellas primaba el eje clásico de las dos veredas: gobierno versus oposición. En 2023, que es una verdadera elección de tres, confirmada por la gran encuesta abierta de las primarias, la dinámica es triangular, y el eje gobierno versus oposición se diluye.
Dado que la política, según Carl Schmitt, es una relación amigo-enemigo, la primera pregunta de una elección entre tres es contra qué enemigo intentará antagonizar cada uno. Es bastante lógico querer lanzar los dardos contra los otros dos en un solo tiro, y la estrategia para ello es aglutinarlos bajo una misma etiqueta.
Para La Libertad Avanza, los otros dos frentes son “la casta”, y para Unión por la Patria, los otros dos son “el ajuste” o, eventualmente, “la derecha”.
Para Juntos por el Cambio, por su parte, esa estrategia discursiva es más complicada, pero lo intenta a su manera, al denunciar un supuesto pacto entre Milei y Massa: “Todos peronistas”. En suma: cada uno intenta, con distinta eficacia, imitar el viejo discurso de la izquierda trotskista, según el cual todos los otros candidatos “son lo mismo”.
Pero luego de esa estrategia inicial, que consiste en construir al resto como un solo “otro”, en otra etapa más avanzada de la campaña, ya con una táctica más sofisticada, cada uno de los tres deberá elegir contra cuál de los otros dos se siente mejor. Difícil saber de antemano qué juego elegirá cada jugador, pero podemos especular en función de un cálculo de conveniencia. La pregunta que cada uno se haría es: ¿cuál de los dos adversarios me hace crecer más a mí?
Probablemente, a Massa le convenga ir contra Milei. Si polariza contra el libertario, y el otro le responde el juego, ambos pueden ilusionarse con una Bullrich que quede en un segundo plano, y así sacarle votos entre ambos a Juntos por el Cambio.
Concretamente, a Massa le puede convenir que los votantes de Larreta en las PASO perciban que la elección de octubre se dirime entre Milei y Massa, y entonces algunos se inclinen por Massa en lugar de Bullrich para evitar un crecimiento de Milei.
Por idénticas razones, a Milei le podría convenir subirse a un ring contra Massa, y presentarse como el verdadero opositor, con el objetivo de sacarle votos antikirchneristas a Bullrich, dando por descontado que ya tiene asegurados sus 30 puntos de base. En ambos casos, Bullrich se vería afectada por un clásico “juego de pinzas”, al quedar en el medio entre otros dos.
Entonces, ¿qué le conviene a Bullrich? Ir contra Milei podría ser una buena estrategia para evitar que sus propios votantes, seducidos por la novedad, decidan pasarse a LLA en octubre. Por eso sube a Melconian a la escena. Sin embargo, tal vez le convenga más privilegiar su antagonismo contra Massa.
Si ella se presenta ante el electorado como la más legítima y efectiva contendiente del oficialismo, puede intentar reflotar -parcialmente, al menos- reflotar la vieja y conocida grieta, y tratar de recuperar alguno de los votos que Juntos por el Cambio perdió a manos de Milei.
Bullrich necesita movilizar a gente que no fue a votar, y captar indecisos, pero también necesita que algunos argentinos cambien su voto del 13 de agosto. De lo contrario, no llega. Su interrogante clave, entonces, es si podrá robarle votos a Milei, o a Massa. Si quiere sacarle votos a Milei, le conviene mostrarse como la mejor contendiente de Massa. Y si quiere sacarle votos a Massa, le conviene ir con los tapones de punta contra Milei.
Ambos caminos son igual de difíciles para Bullrich, y esa es la fortaleza de Massa en el camino hacia octubre.«