La restauración neoliberal en América Latina se propone resucitar uno de sus íconos: el ALCA. Las siglas quedaron eternizadas en 2005, cuando los presidentes del incipiente movimiento de gobiernos populares que gobernó la región durante la década pasada sepultaron el tratado de libre comercio continental que impulsaba Estados Unidos. Aquel bautismo de fuego incluyó una frase antológica del entonces mandatario venezolano, Hugo Chávez: «ALCA, ¡Al carajo!» sentenció en la cumbre de Mar del Plata.
Los gobiernos neoliberales que se esparcen ahora por América Latina empujan un acuerdo de libre comercio que tiene rasgos idénticos al que se enterró una década atrás. De hecho, en los papers donde se traza la hoja de ruta del tratado se lo bautizó casi igual: ALCALC (Área de Libre Comercio de América Latina y el Caribe). La siglas forman parte de las recomendaciones del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), uno de los principales impulsores del acuerdo comercial.
Con Estados Unidos fuera de escena es conocida la aversión del presidente Donald Trump con este tipo de acuerdos, el tratado es impulsado por los líderes de la Alianza del Pacífico y el Mercosur, que reúne a las principales economías de la región. La integración de esos dos bloques comerciales, creen los gestores del acuerdo, atraería al resto de los países y alumbraría el ALCALC.
El tratado tomó fuerza esta semana con reuniones en Buenos Aires y Paraguay. El viernes, los cancilleres de los países que integran la Alianza del Pacífico y el Mercosur se reunieron en la sede de la Cancillería argentina para delinear el plan de acción. «Los ministros intercambiaron opiniones sobre la coyuntura internacional y coincidieron en la importancia de responder a los retos actuales, a través de la intensificación de los esfuerzos a favor del libre comercio y de la integración regional», prologó el comunicado conjunto donde se plasmó la hoja de ruta trazada por los ocho países que integran los bloques: México, Colombia, Perú y Chile por la Alianza y Brasil, Uruguay, Paraguay y la Argentina por el Mercosur.
La cumbre de cancilleres acordó fijar las líneas de trabajo: facilitación del comercio, cooperación aduanera, promoción comercial, apoyo a las pymes e identificación de posibles cadenas regionales de valor. Se acordó también que los equipos técnicos de ambos bloques se reúnan periódicamente, y anunciaron la realización del primera gran evento promocional: el seminario «MERCOSUR – Alianza Pacífico: Una agenda positiva para la integración». La realización del seminario se previó para finales del primer semestre de este año, en Buenos Aires.
Mientras eso ocurría en el Palacio San Martín, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, dio un discurso en la misma dirección. «La región enfrenta el desafío de entrar en un proceso de integración y crecimiento, sin retórica, y avanzando rápidamente» se emocionó el funcionario en la jornada de cierre del Foro Económico Mundial que se desarrolló en Puerto Madero.
Peña endulzó los oídos de su platea trasnacional con críticas al «populismo» y loas al libre comercio. «Hemos hablado con el BID sobre la importancia de poder iniciar un proceso interactivo y de diálogo entre los países de la región», dijo el jefe de Gabinete, ofreciendo pistas de una dato que hasta hoy pasó desapercibido: el BID, que esta semana amplió su crédito para la Argentina, es el sponsor oficial del nuevo ALCA.
Plan de acción
El pasado lunes 3, el BID presentó su propuesta de crear el ALCALC. Fue en Paraguay, durante una conferencia donde expuso el informe «Caminos para crecer en un nuevo mundo comercial».
El paper, al que tuvo acceso Tiempo Argentino, es pródigo en diagnósticos y consejos. El organismo sostiene, por caso, que la constitución del área comercial debería ser un trámite sencillo «si se evitan abordar las arquitecturas complejas y las áreas no comerciales que han trabado intentos similares del pasado», en obvia alusión al ALCA. En el mismo documento el banco reconoce que ese tipo de tratados deja «ganadores y perdedores» pero califica esa consecuencias como un «costo moderado».
En tren promocional, el BID estimó que la alianza podría generar un mercado único de US$ 5 billones, lo que ubicaría a la región como la quinta economía del mundo. El organismo pronosticó ganancias inmediatas «si el nuevo bloque lograra armonizar un complejo conjunto de 33 acuerdos de libre comercio preferenciales y 47 normas que rigen para establecer el contenido local de los productos». En otras palabras: el organismo pide que los países dejen de proteger sus industrias y permitan fluir el comercio con libertad.
El banco que alentó al gobierno de Mauricio Macri a empujar el tratado sostiene en su informe que el ALCALC «debería evitar arquitecturas complejas, con instituciones supranacionales, uniones aduaneras y ámbitos cuyo cumplimiento es difícil de supervisar; al contrario, debería ser institucionalmente ‘light’, apoyándose todo lo posible en mecanismos intergubernamentales y en las regulaciones de la OMC».
En una asombrosa coincidencia, las «Medidas para mejorar la integración regional» que propone el BID coinciden con la «hoja de ruta» plasmada por los cancilleres en la cumbre de Buenos Aires. El banco dicta en su paper que la región debería:
1. Permitir la acumulación ampliada de las reglas de origen entre los acuerdos comerciales existentes.
2. Negociar nuevos acuerdos comerciales, zanjando las brechas en la región, permitiendo la acumulación ampliada de reglas de origen con otros acuerdos de comercio preferencial.
3. Mejorar la logística y la facilitación del comercio.
4. En consonancia con los actuales acuerdos preferenciales, consolidar las preferencias existentes y las reglas de origen en un LACFTA (ALCALC, según las siglas en castellano) para toda la región.
El documento deja en claro que – lejos de la integración cultural, política o económica con la que soñaron los fundadores de la frustrada Patria Grande-, al banco sólo le interesa maximizar el comercio intrarregional. «En realidad dice el paper, es probable que fuera preferible alcanzar el primer objetivo, de integración del comercio y los servicios, antes de pensar en abrir el debate sobre otros temas como la propiedad intelectual, las salvaguardias ambientales y los mercados laborales.» El bienestar humano, parece, es un asunto menor para los promotores del plan.
«Costos moderados»
«Los acuerdos de integración regional no son una panacea para solucionar todos los problemas de crecimiento de la región, ni tampoco son una póliza de seguro total contra el aumento de trabas comerciales globales» reconoce el paper del BID. «Sin embargo concluye, una mejor integración regional puede ofrecer beneficios tangibles (sobre todo en escenarios más extremos), con costos moderados.»
¿Cuáles son esos costos? Incremento del desempleo y mayor desigualdad, como lo reconoce el propio informe del BID: «Si bien la mayoría de los economistas estarían de acuerdo en que el comercio impulsa el crecimiento y mejora el estándar de vida general, hay desacuerdos importantes sobre hasta qué punto hay ciertos grupos particulares que podrían perder y cómo el comercio puede exacerbar la desigualdad, de manera que los ricos sean más ricos y los pobres no reciban ayuda o, incluso peor, se empobrezca aún más.»
En un curioso pero loable gesto de honestidad intelectual, el propio trabajo del BID admite que los antecedentes desmienten sus pronósticos. «En América Latina, la liberalización del comercio fue la norma de las políticas públicas de fines de los años ’80 y comienzos de los ’90», relata el banco. Y en esos años, recuerda, «la desigualdad de los ingresos aumentó en tres puntos del coeficiente de Gini entre 1993 y 2002».
Como contraste, el paper admite que «la desigualdad disminuyó más rápidamente en los países productores de materias primas de América del Sur que en América Central y el Caribe, y entre 2002 y 2013 el coeficiente de Gini de los ingresos del trabajo disminuyó en casi seis puntos en promedio. En total, hacia el final del período, la desigualdad en la región seguía siendo alta, comparada con otras regiones del mundo, pero había llegado a mínimos históricos en comparación con su propio pasado».
A regañadientes, el autor reconoce que esa disminución «habría sido posible» por la protección de las fuentes laborales manufactureras y el incremento en el poder de compra de los salarios. Justo lo opuesto a lo que podría ocurrir con el nuevo ALCALC.
«En resumen, la relación entre la globalización y la desigualdad es compleja» admite el BID. Para paliar esa «complejidad», el banco propone que los Estados cubran los costos del libre comercio con recursos fiscales: «(Como indican otras experiencias) Las políticas de los gobiernos pudieron compensar a los perdedores, y puede que esas políticas sean necesarias para limitar los impactos negativos y las reacciones contra la globalización. Esto podría permitir que se materialicen todos los beneficios del comercio», concluye el informe del organismo.
Aunque no lo dice en su documento, es de suponer que el banco pone a disposición sus líneas de crédito para que los países que abracen el nuevo ALCA puedan fondear la contención a «los perdedores» del modelo que los gobiernos neoliberales de América Latina se proponen aplicar. «
Claves de la propuesta del BID, sponsor oficial del nuevo ALCA
* Un documento elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) alienta la creación del nuevo ALCA.Entre las supuestas virtudes del acuerdo, el banco asegura que el tratado podría generar un mercado único de 5 billones de dólares, lo que convertiría a América Latina en la quinta economía del mundo.
* El banco augura que con el tratado las exportaciones de bienes intermedios (como maquinaria agrícola, por ejemplo) entre países miembros aumentaría 9% de promedio, con alzas del 15%, según el sector.
* El organismo propone una integración «simple y flexible, que se centre inicialmente en los beneficios comerciales» y deje «para más adelante las salvaguardias ambientales y los mercados laborales».
* El propio paper admite, sin embargo, que el acuerdo puede tener impacto negativo sobre el empleo y la desigualdad.