La fábrica de anteojos de los Fermani nació casi con la democracia. Era 1986 y, después de varios años de planificación, el padre de la familia, Nelso Fermani, hijo de inmigrantes italianos, terminaba de darle forma al proyecto y estaba listo para encarar su objetivo de abastecer al mercado interno de productos baratos y de buena calidad.
Había aprendido el oficio de los obreros de una planta en la que trabajó como supervisor. A diferencia de la especialidad que domina la producción hoy, en aquél entonces los trabajadores del sector eran artesanos y conocían al detalle todos los pasos de la fabricación del producto.
Una vez formado, Nelso capacitó a su mujer y a sus hijos, los primeros trabajadores de la empresa que se instaló en un galpón de la casa familiar en San Martín, Provincia de Buenos Aires.
Uno de los hijos de Nelso, Norberto Fermani, hoy socio gerente de la empresa, rememora la iniciativa en diálogo con Tiempo. La define como una apuesta que enfrentó turbulencias desde su nacimiento, pero que logró prosperar, adaptándose a los desafíos que le plantearon los ciclos de la economía y las políticas de los gobiernos.
Superada una primera crisis, el emprendimiento familiar derivó en la sociedad comercial Logros Gold SA, que hoy se considera como la realización de la empresa como tal y como la piedra fundamental de lo que 40 años después es LGI SRL, la fabricante de marcas como Union Pacific, Tiffany, Paul Riviere y Embó.
El 10 de diciembre de 1983, cuando Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación después de seis años y nueve meses de dictadura cívico-militar, Norberto tenía 18 años y, como su generación, muchas expectativas en el período institucional que comenzaba.
Cuatro décadas después afirma que las expectativas se cumplieron, porque más allá del derrotero del primer gobierno post dictadura, el marco general permitió la supervivencia.
“Nos adaptamos a un mundo que se abría. Se estaba dejando de ver a la persona con anteojos como un enfermo, y nacía el mercado estético y de la moda. El cambio era cultural global y se apoyaba en los medios masivos que consumía la gente”, analiza en retrospectiva.
El cambio cultural se disparó en la década siguiente, apalancado por la convertibilidad peso-dólar del gobierno menemista.
Las clases medias empezaron a viajar con frecuencia al exterior y a acceder a mercados, productos y diseños hasta entonces desconocidos. Esa ampliación del espectro tenía un potencial enorme para la industria argentina; sin embargo, también tenía como lado b el achicamiento del mercado interno, que tradicionalmente sostiene a las pymes como la de los Fermani.
La contradicción se resolvió con una estrategia de largo plazo. La empresa aprovechó el tipo de cambio favorable para comprar tecnología que la hizo más competitiva. Eso se combinó con el siempre valorado diseño argentino y el paso siguiente fue la aparición de Brasil y el resto de la región como mercados de exportación.
La caída del gobierno de la Alianza UCR-Frepaso, y la profundización de la crisis económica, encontraron a la compañía bien apuntalada.
La colaboración de un puñado de inversionistas y proveedores sirvió para sostener el negocio a pesar del derrumbe generalizado, y para prepararse para el ciclo ascendente que vino después. El país había elegido como presidente a Néstor Kirchner, candidato del Frente para la Victoria.
Para ese entonces Norberto y su hermano Sergio ya tenían sus propias ideas y aprovecharon el cobijo familiar para lanzar el proyecto LGI SRL, que convivió dos años con la empresa del padre hasta que en 2005, tras el retiro del fundador, se consolidó por mérito propio.
En los veinte años que siguieron la empresa transitó un crecimiento sostenido. En la actualidad abastece a 1.500 puntos de venta en el país y está renovando su línea de producción para, en el futuro cercano, llegar a la misma situación en cada uno de los países de la región, donde proyectan aprovechar nichos que, interpretan, está dejando de cubrir China.
El recorrido de esta pyme coincide con el camino de una democracia que tuvo pros y contras, que se sostuvo pese a todo y que hoy enfrenta, tal vez, su hora más crucial desde diciembre de 1983.
La incertidumbre planteada es todavía mayor si se consideran los profundos desafíos que existen en infraestructura, brechas sociales y tantos otros temas. Sin embargo, como su padre en 1983, Fermani renueva la apuesta con una idea clara: «Como sociedad no podemos permitirnos un retroceso a algo tan primitivo como lo que vivimos en dictadura, y mucho menos con el Estado al frente de la represión”. «