El régimen de alquiler de vivienda de la Argentina es uno de los más atrasados en el mundo: alquileres cortos, sin derecho a prórroga, con indexación del precio pero congelamiento del depósito, falta de registro de contratos por parte del Estado e informalidad absoluta en la relación, a pesar de la existencia de una ley incumplible, que permite deducir alquileres de ganancias.
Demanda masiva y cautiva, oferta desregulada y sin controles, el mercado inmobiliario de alquiler en la Argentina crece verticalmente porque las únicas formas de acceder a la vivienda son por alquiler o por ocupación de tierra; excepcionalmente, por un crédito hipotecario (que está visto los riesgos que conlleva en el marco de la especulación financiera).
El alquiler de vivienda está privatizado y el mercado es un zafarrancho que te puede perjudicar, favorecer, estafar o exprimir hasta que tu salario sea destinado íntegramente al gasto de alquiler. Cuando no existe norma ni ley que regule, alquilar es una cuestión de suerte. La libertad de mercado es así: “si no te gusta, te vas”, dicen los que trabajan para el rentista.
La nueva ley de alquileres es urgente y necesaria, al menos para frenar la movilidad descendente que toda familia inquilina experimenta estos años.
- Tres años de contrato mínimo suma algo más de estabilidad, y menos gastos de contrato o de mudanza.
- Para el caso de pautarse aumentos, tienen que ser anuales y el Estado recupera la facultad de informar el porcentaje aplicable.
- Registrar los contratos para iniciar definitivamente el “blanqueo” y la facturación de un negocio que, en la ciudad de Buenos Aires, representa más de 60 mil millones de pesos anuales.
- Un solo mes de depósito en garantía y la obligación de devolverlo actualizado al finalizar el contrato. ¡Sobre todo, recuperarlo!
- Pagar solamente las expensas que deriven de gastos habituales y no todas las expensas como pagamos actualmente.
Estas cinco razones, apenas, son suficientes para saber que no es en vano seguir denunciando que los alquileres en Argentina son los más caros de la historia; que cuatro cada diez inquilinos siguen teniendo problemas para pagar o continuar su alquiler; que casi la mitad de los inquilinos están por debajo de la línea de pobreza porque el alquiler se traga la mitad de la canasta familiar básica; que es hora de empezar a asumir que la vivienda es un derecho y que no somos un país de propietarios.