Enfrascado en la campaña electoral y en las urgencias de la situación económica, el gobierno dejó en un segundo plano una cita que en los últimos años había sido agenda obligada para los ministros de Economía de turno: la asamblea conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El encuentro tendrá lugar desde mañana y hasta el próximo domingo en Marrakech, Marruecos.
La reunión, que se realiza cada seis meses, es uno de los eventos más importantes entre funcionarios y banqueros, ya que allí se decide buena parte de las políticas económicas que dicta el establishment internacional. Para la Argentina también se volvió una reunión ineludible por una cuestión básica: tiene una deuda de U$S 44.000 millones con el FMI. En las reuniones que se realizan en paralelo a la asamblea, y que son lo más jugoso de estos encuentros, suelen lograrse consensos, acuerdos y promesas que después se concretan en otros ámbitos.
Con la agenda colmada de actos de campaña, esta vez Sergio Massa decidió no asistir. La representación argentina se reducirá a una delegación que en lo formal encabezará el viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, aunque hasta ayer no había precisiones sobre los encuentros bilaterales que el funcionario podría mantener. También habrá otro argentino pero en misión extraoficial: el banquero Juan Nápoli, candidato a senador por La Libertad Avanza y enviado por Javier Milei para hacer contactos en caso de un eventual acceso al poder.
Señales
El desinterés del gobierno en acudir a la cita marca también el grado de frialdad de las relaciones entre Argentina y el FMI. Si Massa se pasó varias semanas de este año en Washington y si presionó a tiempo completo hasta destrabar el último giro de U$S 7500 millones que el directorio demoraba, hace apenas un par de meses, desde entonces el vínculo quedó prácticamente congelado. El ministro y también candidato presidencial responsabilizó públicamente al organismo de la devaluación del peso practicada a la mañana siguiente de las PASO y del estampido inflacionario posterior. “Le vamos a pagar al FMI para que se vaya de Argentina y nos deje decidir”, fue una de sus muletillas de campaña.
En Washington, en tanto, quedaron perplejos por las medidas que tomó el gobierno para paliar esa devaluación (eliminación de Ganancias a los trabajadores, devolución del IVA, bonos a jubilados y al sector informal, entre otras) que van a contramano del ajuste fiscal prometido. Uno de los que más bronca masculla es Rodrigo Valdés, el director del Departamento para el Hemisferio Occidental, al que en el Palacio de Hacienda sindican como el autor intelectual del reclamo por una devaluación que (dicen los funcionarios argentinos) se pidió que fuera del 100% y terminó siendo de 22 por ciento.
El fracaso del programa, algo que las dos partes aceptan pero ninguna admite públicamente, está más vinculado a esas diferencias que a la “situación económica y social cada vez más frágil, crecientes dificultades para la implementación de programas e incertidumbres relacionadas con las elecciones” de las que había alertado el staff técnico del Fondo en su último informe al directorio.
“Ellos critican la falta de ownership de Argentina, que es como si fuera que uno se apropia del plan; pero la falta de ownership de ellos también fue muy grande, porque es como que nos dejaron devaluar y desaparecen, silban bajito, no aparecen para ayudar, para nada”, admitió Gabriel Rubinstein en una entrevista publicada ayer en Perfil. “Podrán decir que Argentina tiene un problema porque no le gusta el programa, pero al programa tampoco lo ha defendido el Fondo Monetario”, agregó el funcionario.
Otra muestra de la frialdad es que Alberto Fernández, ya en sus últimas semanas como presidente, descartó ir a Marruecos y prefirió viajar a China, donde la próxima semana participará del Foro de la Franja y la Ruta de la Seda. En el marco de esa iniciativa de cooperación económica acordará con Xi Jinping otra ampliación del swap para pagar importaciones en yuanes y más aportes para la construcción de las represas en Santa Cruz. El renovado gesto de acercamiento hacia el gigante asiático se da un mes después de que Kristalina Georgieva, directora del FMI, le asegurara al mandatario que el organismo eliminará los sobrecargos que pagan los países más endeudados, en un contexto en que la tasa de interés que aplica el Fondo ya le costó a la Argentina unos U$S 3200 millones este año. El intento de seducción de Georgieva parece haber llegado demasiado tarde. «