El levantamiento de las restricciones para el ingreso de limones argentinos al mercado estadounidense es uno de los puntos que más satisfacciones le dejó al gobierno de los que se tocaron en el diálogo entre los presidentes Mauricio Macri y Donald Trump la semana pasada, en Washington. A pesar del enorme valor que en la Casa Rosada se le da a ese tema, la apertura de ese nuevo destino apenas significaría una reducción del 2% en el déficit de la balanza comercial entre nuestro país y el gigante del norte. Si bien se estima un potencial volumen de ventas de U$S 50 millones, la balanza comercial entre ambos países, según el Indec, arrojó un déficit de U$S 2502 millones en 2016: Argentina embolsó U$S 4483 millones y compró por U$S 6985 millones.
Aunque el volumen de divisas parece exiguo en el contexto global, la promesa estadounidense de abrir ese mercado fue tomada con euforia. Sobre todo en Tucumán, provincia que tiene 45 mil hectáreas de plantaciones y concentra el 80% de la producción nacional de ese cítrico. «El hecho de que el Departamento de Agricultura de ese país haya aceptado que los limones tucumanos son de alta calidad e inocuidad nos ayuda en la apertura de terceros mercados, ya que no va a haber quién cuestione nuestros productos», valoró el ministro de Desarrollo Productivo, Juan Luis Fernández. Otro factor que genera grandes expectativas es que la demanda estadounidense no para de crecer: ese país ya participa del 21% de las importaciones mundiales de ese fruto.
La veda de Washington al ingreso de limones argentinos databa de 15 años y se basaba en argumentos sanitarios. En diciembre del año pasado la administración de Barack Obama dispuso el fin de la sanción, pero el nuevo gobierno se tomó un tiempo para revisar la medida. Finalmente, en coincidencia con la cumbre presidencial, el Departamento de Agricultura anunció que desde el 26 de este mes ya no habrá restricciones.
Según un informe del Ministerio de Agricultura, Argentina tiene una producción de 1,5 millones de toneladas de limones. De ellos, el 85% se procesa para extraer jugos y pulpas. Del resto, en 2015 se destinaron 42 mil toneladas al mercado interno y 185 mil toneladas a la exportación, que dejó ingresos por U$S 150 millones.
En particular, los tucumanos apostaron fuerte a la producción de limón: la provincia genera el 22% de la producción mundial. Se estima que esa industria da origen a unos 50 mil puestos de trabajo directos e indirectos. La mayoría de las empresas apostó por una integración vertical: tienen sus propias plantaciones, recogen el fruto fresco, lo venden y lo procesan para extraer jugos. Las 11 firmas más grandes exportan amparadas en el sello All Lemon, con el que garantizan sus productos. Entre ellas, la compañía San Miguel (que en la última década abrió una filial en Sudáfrica) es la exportadora de cítricos más grande del hemisferio sur: en su último balance reportó ganancias operativas por $ 704 millones y hace dos meses emitió acciones por U$S 50 millones para solventar su expansión.
El resto de la producción está en manos de medianos y pequeños productores. Este tipo de unidades productivas son la mayoría en las provincias de Formosa y Corrientes, las otras dos que producen limones.
La euforia oficial aparece sobredimensionada a la luz de la situación real de esta producción en la Argentina. «
Una paritaria conflictiva
El anuncio de que EE UU abrirá su mercado cítrico elevó en un 15% la cotización de las acciones de San Miguel, la principal firma del rubro. La otra cara de este boom es la situación de los trabajadores citrícolas que trabajan en la cosecha tucumana. Según Roberto Palina, secretario de Trabajo de Tucumán y él mismo exsecretario general del sindicato de los trabajadores azucareros, apenas un 10% de los cosecheros del limón tiene empleo registrado en esa provincia. De hecho, un nutrido grupo de cosecheros bloqueaba al cierre de esta edición una planta de empaque de limones en Famaillá en reclamo de mejoras salariales.
La paritaria local involucra a más de 50 mil cosecheros y empacadores. El salario de bolsillo es de $ 7684 para una jornada de ocho horas diarias y se complementa con un compuesto variable que promueve cada vez más intensos ritmos de trabajo. Ahora se está discutiendo la paritaria sectorial: Uatre reclamó un 50%, pero bajó sus pretensiones hasta un 33%. La negativa empresaria a discutir esta última cifra podría derivar en un conflicto, aseguraron fuentes sindicales.