Los precios de la carne fogonearon la inflación en agosto con aumentos de entre el 30 y el 40% que traccionaron a su vez al rubro Alimentos y Bebidas no Alcohólicas, el más alcista de todos los que mide el Indec.
Semejante suba estaba destinada a producir un fuerte impacto en las góndolas de los supermercados y en los mostradores de las carnicerías de barrio y así fue.
El kilo de carne pasó a costar hasta $4.000 y asustó a una clientela sensibilizada por la inflación que ya marca registros de dos dígitos y que acumula más del 100% en el último año.
El rechazo de la demanda, combinado con otros factores económicos y políticos, se empieza a ver en los precios, que lentamente responden a la baja, según una referencia del sector que confirmó la tendencia a Tiempo.
La Cámara Argentina de Matarifes y Abastecedores (Camya) precisó que la retracción empezó a fines de agosto y sigue en lo que va de septiembre y que hasta hoy es aproximadamente del 20%. El descenso se produce después de acumular un aumento del 70% en todo 2023.
La versión dice que los valores del producto seguirán bajando a un ritmo más moderado. El retroceso total dependerá de las exportaciones y el poder adquisitivo, pero podría continuar hasta octubre.
En un sentido similar, el instituto IERAL de la Fundación Mediterránea, proyectó que el futuro de los precios dependerá de “la respuesta del consumidor, si valida los nuevos valores o, por el contrario, se observa una retracción del consumo” y de lo que hagan los exportadores: “Si los negocios siguen siendo rentables a los nuevos precios, con un tipo de cambio que se quedaría en los $350 hasta las elecciones de acuerdo al gobierno”.
Un analista del mercado confirmó que existe una tendencia bajista en lo que va de septiembre, pero la calificó como “leve”.
La retracción, desde este punto de vista, tiene menos que ver con la caída del consumo y más con una obligación de la industria después de haber remarcado sus precios al compás del dólar informal de manera “totalmente injustificada”.