Los inversores que vendieron dólares a fin del año pasado y pusieron su dinero a plazo fijo en pesos podrían recomprar esas divisas con una ganancia del 10,7%. Ese fue el rendimiento para el primer semestre del año de la operación que en el mercado financiero se denomina carry-trade y que es conocida popularmente como bicicleta financiera.
El cálculo fue realizado por la consultora Pxq, que comparó ese beneficio con el que se pudo obtener en otros países latinoamericanos apostando a la moneda local entre enero y junio. El más favorable a los inversores fue México, donde esa operación hubiera dejado un margen de 4,2%, seguido por Perú con 4%. En el otro extremo de la tabla quedó Uruguay, con una pérdida de 6,1% de la inversión inicial. El rendimiento promedio de la región fue de 2%, según ese estudio.
En el caso argentino, semejante beneficio en moneda dura acepta dos lecturas. Una es que después de la fuerte devaluación de 2018, el peso volvió a ser atractivo. El último día hábil de diciembre el tipo de cambio mayorista estaba en $ 37,81 y al cierre de junio la cotización era de $ 42,45. Esto significa que en la comparación, al cabo del semestre la divisa subió 12,3%, unos diez puntos menos que la inflación del período.
La otra visión es que el Banco Central tuvo que fijar tasas de interés extraordinariamente altas para que los capitales dejaran de huir hacia el dólar. En ese sentido, las Leliq (letras que la entidad emisora utiliza para absorber dinero de los bancos) llegaron a ofrecer un rendimiento de 74% anual. La maniobra de secar la plaza de circulante tuvo efecto y la escasez de pesos mantuvo quieto al dólar. Esa combinación de tasas altas y tipo de cambio reprimido artificialmente fue aprovechada por grandes fondos de inversión, muchos de ellos extranjeros y volcados a la especulación, que (una vez más) volvieron a reírse del almanaque y vivir un veranito financiero en pleno invierno.
La contracara fueron los altos costos de financiación y la virtual desaparición del crédito para particulares y empresas. Esto provocó enormes caídas en el consumo masivo y en la inversión en bienes de capital. En los últimos días el Banco Central tomó nota de este fenómeno y bajó el piso de la tasa de referencia al 58% anual (estaba en 62,5% hasta fines de junio). También redujo los encajes obligatorios con que los bancos respaldan sus depósitos, con el fin de inyectar liquidez en la plaza y reanimar la actividad. Mientras tanto, la bicicleta financiera sigue rodando y generando ganancias.