Cuando se recuerdan las grandes complicaciones que afrontó a fines de los ’80 el gobierno de Raúl Alfonsín, se suele destacar la hiperinflación y los devastadores estragos que provocó en la economía argentina. Sin embargo, la crisis energética también afectó sensiblemente a la población en ese muy particular verano del 89. Falta de energía, cortes programados, electrodomésticos quemados y empresas estatales quebradas fueron parte del cocktail explosivo.
Ya a principios de 1988, el sistema energético argentino ya estaba colapsado. El entonces gobernador bonaerense Antonio Cafiero advertía que no se trataba de una cuestión temporaria, sino de una “crisis estructural”, producto de inversiones casi inexistentes en el último lustro. Rodolfo Terragno estaba al frente del ministerio de Obras Públicas. Juan Vital Sourrouille era el ministro de Economía y Roberto Echarte, secretario de Energía. Fueron ellos los encargados de tomar las decisiones al respecto.
En abril del ’88, comenzaron los cortes programados: 5 horas, de manera rotativa. No alcanzó. En diciembre de ese año, con la llegada del calor, la crisis estalló. “Cuando usted le corta la luz a la gente, toda la familia, los chicos, los padres, los abuelos se acuerdan de usted. Se tiene la sensación de que es un funcionario incapaz de resolver los problemas. La gente llamaba a mi casa para insultarme, había mucha incomprensión. En mi casa también se cortaba la luz”, señaló Echarte, recordando esos episodios, unos años más tarde.
Un mes de locura
El 1 de diciembre, el Comité de Emergencia creado para la ocasión adelantó la hora oficial para ahorrar energía. El 6 del mismo mes, se empezó a jugar al fútbol solo “en períodos de luz solar”. Se redujeron al mínimo los trabajos nocturnos y se prohibió iluminar los locales cerrados por la noche, lo que acarreó una marea de multas a los comerciantes. A los seis días, comenzó el grueso de los cortes programados. Primero, de lunes a viernes. Luego, también los sábados.
Las familias comenzaron a organizarse para trasladarse de una casa a la otra, al ritmo de los cortes. Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (SEGBA), la estatal a cargo del suministro, día a día, publicaba horarios y barrios afectados, en una suerte de quiniela que no tenía ganadores. “Me cortan a las 7 de la mañana. Vamos para tu casa”.
Para el 2 de enero de 1989, el estado de emergencia ya estaba decretado y las horas de corte se extendieron a 6. “La quinta presidencial de Olivos no quedó fuera de la planificación de cortes. En enero, una cena que reunió a los principales funcionarios nacionales, se desarrolló bajo la luz que alumbraba un tenue ‘sol de noche’”, rememoró Ámbito Financiero, años después.
El “exceso” de la Navidad: “Este fin de semana hemos usado demasiada luz, festejando la Navidad como si no tuviéramos dificultades. Es necesario que todos ayuden para no tener que tomar actos de autoridad”, advertía un ofuscado Daniel Larriqueta, mientras Echarte les anunciaba a los canales la reducción de horas de la actividad televisiva.
Luz y agua
La falta de energía eléctrica derivó también en desabastecimiento de agua. Obras Sanitarias comenzó a distribuir agua en tanques. Otro de los problemas graves que generaban los cortes era que muchos artefactos eléctricos no resistían las idas y vueltas de la energía y pasaban a mejor vida. El caos ya era total.
“Nuevo asueto estatal”; “Amplían los cortes”; “Cambió el horario de los bancos”. Los titulares reflejaban la debacle. En la calle, la iluminación pública escaseaba también, los canales de tv emitían sólo 4 horas, igual que los bancos. Se prohibió la iluminación a publicidades.
La heladera se convirtió en la principal víctima y sostener la cadena de frío de los alimentos, casi una misión imposible. Proliferaron las ventas de bolsas de hielo en las estaciones de servicio y también se produjo una fuerte disparada en los precios de las velas.
No fueron pocas las localidades y ciudades que se declararon en emergencia producto de los daños colaterales de los cortes. Entre ellas, Olavarría, donde ocurrió un fenómeno particular: una inoportuna paloma voló en una zona de alta tensión y provocó un efecto dominó que dejó sin luz a la ciudad por 5 días. “Las fábricas debieron parar, hospitales y las clínicas corrían riesgos impensables, los teléfonos funcionaron un tiempo hasta que se agotaban las baterías, la ciudad y las localidades estaban toda la noche sin luz, lo mismo que las cárceles de Sierra Chica, el agua corriente se agotaba cuando se vaciaba el tanque”, consignó una evocación del Diario Popular.
La causa del problema a nivel nacional, además de la desinversión, fueron en concreto la caída de las centrales eléctricas Atucha y Embalse II, sequía en ríos importantes y un incendio que dejó fuera de combate a una red de El Chocón. El agobiante calor dio el toque de gracia para la tormenta perfecta. No fue la última vez. «
Denuncias, reclamos y subsidios
El verano del ’89 pasó y pocos años más tarde, con la llegada del menemismo, se produjo el desmantelamiento de SEGBA y la privatización del servicio, que en Capital y Gran Buenos Aires pasó a manos de dos empresas, Edenor y Edesur, que aún están a cargo del suministro de energía en el área, y suelen ser el blanco de todas las miradas y la mayoría de las denuncias. Es que a 33 años de aquellos episodios, muchos de ellos se repitieron hace unas pocas semanas, en este verano del 2022, como si los años, las circunstancias, los gobiernos, no hubieran pasado… De hecho, las dos distribuidoras de energía que permanecen en sus concesiones, hace tan solo unas horas, pocas semanas después de nuevas crisis energéticas y renovados cortes, en audiencias públicas, se quejaron de que las tarifas en el AMBA quedaron desactualizadas y al mismo tiempo, y reclamaron una recomposición de 100 mil millones de pesos. Nada menos.