Arrancadas ya del almanaque las hojas correspondientes al primer semestre del año, el equipo económico logró éxitos parciales en dos materias que le habían costado serios dolores de cabeza en 2020: la disponibilidad de divisas frescas y la manera de financiar el déficit fiscal.
De acuerdo a los primeros números disponibles, a través de sus intervenciones en el mercado oficial de cambios, el Banco Central logró adquirir, entre enero y junio, unos U$S 6453 millones, la mejor cifra para ese período desde 2012. Por otro lado, la asistencia de esa entidad se redujo un 73% interanual y totalizó $ 330 mil millones.
Las novedades fueron tomadas con satisfacción por las autoridades. Es que el contexto macroeconómico está rodeado de pálidas. La inflación sigue muy alta, la renegociación con el FMI se demora, el consumo interno continúa deprimido y la actividad no levanta. Sin embargo, las mejoras se dieron en dos rubros clave que habían sido la fuente de los pronósticos más agoreros durante 2020.
La compra de dólares en grandes cantidades (sólo en junio el Central sumó U$S 3358 millones) permitió despejar dudas sobre las espaldas que podía tener la entidad para soportar otra corrida cambiaria como la de octubre pasado. Los sucesivos ajustes al cepo para limitar la demanda de divisas al mínimo indispensable fueron tomados como una admisión de esa debilidad. Sin embargo, apoyado en una altísima liquidación por parte de las empresas agroexportadoras (las cámaras sectoriales CEC y CIARA la estimaron en U$S 16.660 millones, segunda marca histórica del siglo), el BCRA logró armarse un buen colchón para la parte final del año, cuando ya se habrán agotado los dólares de la cosecha gruesa de cereales y se desaten las previsibles tensiones preelectorales.
Cierto es que las reservas internacionales aumentaron solo U$S 3051 millones por encima del nivel de fines de diciembre. La otra mitad de las compras se fue en pagos a organismos internacionales y en operaciones con bonos para frenar la estampida de cotizaciones alternativas del dólar (CCL y MEP). Pero visto desde otro ángulo, el gobierno logró el objetivo de quedarse con todo el excedente del comercio exterior: las adquisiciones del primer semestre equivalen a la mitad del superávit previsto para todo el año, estimado en U$S 13.253 millones por las consultoras y bancos participantes del Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM).
Menos plata al Tesoro
Algo parecido sucedió con el financiamiento del déficit. Los economistas ortodoxos criticaron la excesiva emisión monetaria del año pasado, cuando el Central asistió en $ 1,25 billones al gobierno para cubrir los mayores gastos ocasionados por la pandemia: creen que esa lluvia de pesos de entonces alimentó la inflación actual. Para este año, el Presupuesto preveía una ayuda similar. Sin embargo, hasta el 30 de junio los adelantos transitorios y giros de utilidades del BCRA sólo totalizaron $ 330 mil millones. La cifra es incluso inferior a los $ 356 mil millones netos (descontados los vencimientos) obtenidos a través de las licitaciones de títulos. Esto implica que la asistencia monetaria dejó de ser la principal fuente de financiamiento del sector público.
Claro que tampoco en este tema el futuro está pintado de rosa. En las últimas emisiones de deuda el mercado priorizó los papeles ajustados por el índice CER, que sigue el ritmo de inflación. Además, los abultados vencimientos de la segunda mitad del año (la Oficina de Presupuesto del Congreso los estimó en unos dos billones de pesos) hacen prever casi con seguridad que la maquinita del Central volverá a funcionar a buen ritmo de acá a diciembre. «
El nivel de actividad sigue a los tumbos
La segunda ola de coronavirus parece estar dando por tierra con los deseos oficiales de una recuperación vigorosa de la economía para 2021. Una muestra de ello la dio el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE) que elabora el Indec. Según el estudio, ese índice enhebró en abril su tercera caída consecutiva, del 1,2% con relación al mes anterior, profundizando la tendencia iniciada en febrero.
El dato, más actual que el de la evolución del PBI (que subió un 2,5% en el primer trimestre del año con relación al mismo período de 2020), consolida la impresión que había dejado este último indicador: que la debilidad del consumo privado, emparentado con la caída de los salarios reales, y los vaivenes de la construcción, muy dependiente de la situación sanitaria, van a dificultar la meta de un crecimiento anual del 5,5% como se había fijado el gobierno para este año.