El gobierno argentino en su conjunto trabajó para cerrar el acuerdo con el FMI, y en las crónicas de lo ocurrido se subrayan hechos y contactos que llevan a Estados Unidos. Así, se destacaron las negociaciones técnicas en Washington de Martín Guzmán, Sergio Chodos, Miguel Pesce y el resto del equipo económico, las gestiones políticas de Santiago Cafiero y Jorge Arguello ante la Casa Blanca y el Departamento de Estado norteamericano, y hasta se especuló con una posible conversación entre Cristina Kirchner y Kamala Harris, la vicepresidenta estadounidense, en Honduras.
Sin embargo, se habló menos del papel de China, la otra superpotencia económica, en todo este proceso. Hay un primer dato que no se puede soslayar: Alberto Fernández viaja dentro de unos días a Beijing, donde participará -pese al boicot diplomático estadounidense- de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno junto a Xi Jinping, y gracias al anuncio de esta semana, llegará a China con el asunto del FMI bajo el brazo. Esta no es una cuestión menor, pues es algo que los chinos pedían. Dicho de otra forma: tener el tema encaminado pone al presidente argentino en una mejor posición para profundizar la relación estratégica con Beijing y traer inversiones. Tal vez esa sea la razón por la que el anuncio del acuerdo, que se esperaba en marzo, se adelantó para fines de enero.
Efectivamente, Estados Unidos es el país con más peso en el directorio del organismo internacional, donde tiene el 17% de las acciones, o cuota-parte, y por eso su voto siempre es determinante. Lo es, porque los países que más dinero aportan al Fondo son los que deciden. Pero China, que con más del 6% es el tercer país en la tabla de aportantes -el segundo es Japón- también importa. China va camino a convertirse en la primera economía del mundo en poco tiempo y, como parte de ese proceso, lucha por alcanzar una mayor presencia en todo el sistema de relaciones internacionales. El FMI no es una excepción: desde hace quince años, la política de China hacia este organismo consiste en impulsar reformas para incrementar su participación.
El reformismo chino del FMI logró el aumento de su cuota-parte en el directorio, que hasta hace algunos años no llegaba al 3 por ciento, y hoy es más del doble. Gracias a ello participa en más decisiones dentro del organismo, incluyendo la designación de su titular. Asimismo, China logró la incorporación del yuan a la “canasta de monedas” de las reservas del Fondo.
El interés de China por incrementar su influencia en el Fondo no es un capricho, ni algo de mero carácter simbólico. El FMI, además de ser el “prestamista de última instancia” del sistema financiero internacional, es un organismo técnico muy relevante para auditar la economía mundial, y sobre todo las políticas macroeconómicas de sus países miembros. Y en el estado actual de confrontación geoeconómica entre Estados Unidos y China, Beijing teme que Washington pueda utilizar su poder en el Fondo para promover informes técnicos en su contra en temas sensibles como el dumping comercial o la manipulación del valor del yuan. Concretamente, cree que su adversario geopolítico podría usar al FMI para presionarla en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y promover sanciones que pongan en riesgo su “ascenso global”.
Pero eso no ocurrió. De hecho, se suele decir que el FMI jugó un rol importante en la apreciación e internacionalización del yuan, porque sus informes avalaron las políticas monetarias chinas a pesar de las acusaciones de la Casa Blanca; en particular, durante los años de Donald Trump, en Washington se decía que la gestión de Christine Lagarde fue “demasiado benevolente” con Beijing.
China hoy sigue pidiendo más reformas en el Fondo, ya que su objetivo permanente es lograr nuevos aumentos de su cuota-parte, y de los países emergentes en general, buscando un organismo más plural y menos dolarizado. Xi Jinping utiliza foros como el G-20 para impulsarlas. Probablemente, lo que China desea es un FMI que funcione como un G-2, conducido por ambas superpotencias. Mientras tanto, así como los trumpistas acusaron al Fondo de ser funcional a China, otros dicen que el organismo y Beijing llevan quince años de un noviazgo de mutuo beneficio. Porque China le abrió las puertas a sus veedores técnicos, apoyó -con yuanes- su rol activo en la crisis global de 2008, y revalorizó el papel del organismo en el universo de las economías emergentes.
Lo anterior tiene un impacto sobre la Argentina. La China de los últimos quince años es una nación muy comprometida con el funcionamiento del Fondo, tanto a nivel financiero como de auditoría técnica, y brega porque sus aliados también lo sean. Argentina tiene expectativas altas de su alianza con China en materia de inversiones y financiamiento, y estar en falta con el Fondo hubiera sido un obstáculo para ello. Lejos de convertirse en un paradigma alternativo o crítico del “efemeísmo”, la China de Xi Jinping es un país que legitimó el rol del Fondo en el hemisferio sur; busca, en todo caso, que el Fondo adopte cada vez más el “estilo chino de hacer las cosas”, pero ese es otro tema. «