El pasado jueves el presidente Javier Milei participó de la inauguración de un hipermercado en la ciudad de Mar del Plata, y comentó: “estamos en un lugar muy simbólico para el momento que estamos viviendo como país. Quise participar de esta inauguración (…) porque un supermercado refleja mejor que ningún otro lugar el enorme cambio que ha ocurrido este último año en la Argentina”. En efecto, los supermercados reflejan muy bien lo que ha pasado en nuestro país desde que asumió el gobierno actual. Según el Indec, en septiembre de 2024, el Índice de ventas totales en supermercados a precios constantes mostró una caída de 12,8% respecto a igual mes de 2023, mientras que el acumulado enero-septiembre de 2024 cayó 11,6% respecto a igual período de 2023. Esa es la realidad de los supermercados, y del consumo en general en nuestro país.

En la misma provincia de Buenos Aires, los panaderos nucleados en la CIPAN denunciaron que en lo que va del año las ventas de pan cayeron 53%, y en otros productos panificados tuvieron casi el 80% menos de ventas. Su secretario lo resumió con una frase contundente: “Es algo histórico, nunca pasamos esto, ni siquiera en el estallido social del 2001”. En 2024 ya cerraron 400 panaderías y despachos de pan.

El presidente habla de “recuperación del consumo muy por encima de lo esperado”, pero para hablar de recuperación tendríamos que ver niveles superiores o, al menos, iguales a los que había cuando asumió este gobierno, y eso no es lo que muestran los datos. La Argentina tiene una caída importante en la actividad. El gobierno trata de encontrar algún sector al que le haya ido bien, o tomar un indicador que muestre algo cercano a una recuperación. Pero esta actitud no puede llevarnos a concluir que se recuperó la economía.

Hay una evolución de la actividad económica muy dispar, con algunos sectores creciendo, otros estabilizados, y la gran mayoría que siguen exhibiendo caídas profundas. Entre los indicadores que siguen mostrando un desempeño negativo, los de Producción Industrial Manufacturera y de Coyuntura de la Actividad de la Construcción (ISAC), calculados por el Indec, tuvieron una caída interanual acumulada entre enero y octubre del 11,6% y el 29,0%, respectivamente. Pero incluso comparados con el mes anterior en una medición desestacionalizada, el índice industrial cayó un 0,8%, y el de la construcción se redujo un 4,0%. ¿De qué recuperación puede hablarse con estos niveles en dos sectores tan importantes?

Es el modelo

La política económica del gobierno es la responsable del deterioro de la actividad económica. Tanto la devaluación de diciembre pasado como el ajuste de las cuentas públicas han provocado una caída en la demanda de tal magnitud que, a un año de gobierno, no permiten vislumbrar una recuperación. El Ejecutivo se muestra empeñado en profundizar estas políticas recesivas. El presidente dijo hace pocos días: “le hemos puesto un candado al equilibrio fiscal y nos hemos tragado la llave. Esto traerá inversiones de todo tipo porque el capital se comporta como un ser vivo y busca las mejores condiciones para desarrollarse”.

Así no funciona el mundo real. Una empresa, para realizar una inversión, necesita un plan de negocios muy riguroso, invertir capital o conseguirlo prestado, lo cual implica convencer a muchas personas para que lo aprueben, ya sea parte del directorio de la empresa, un banco, u otro agente que provea el financiamiento. La fortaleza de un proyecto de inversión reside en temas muy puntuales de la iniciativa de que se trate: factibilidad, rentabilidad, riesgo asociado, entre una serie de variables muy técnicas. Salvo que se trate de alguna medida impositiva puntual, o de una subvención asociada al sector elegido, la política fiscal del gobierno nacional es uno más de los factores (y quizás lejos de ser el principal) que definen las decisiones de inversión de las empresas.

Según el presidente, el gobierno tiene: “un rumbo simple y claro: todos los días reducimos el gasto del Estado, eso permite que bajemos impuestos. A medida que sigamos bajando los impuestos, seguirán llegando inversiones”. Es cierto que reducen el gasto, pero el ajuste no se ha traducido en una mejora de la inversión privada. Según el índice IBIM-OJF, de Orlando Ferreres, en octubre la Inversión Bruta Interna registró una caída de 3,7% interanual, medida en términos de volumen físico (es decir, en términos reales, sin la inflación). El acumulado para los primeros diez meses del año tuvo una contracción de 18,7%.

El Presupuesto es el instrumento por el cual se definen los lineamientos de gastos e ingresos del gobierno nacional. Es por eso que el oficialismo ha hecho todo lo posible para que el Congreso no pueda discutir el proyecto de Presupuesto 2025. En caso que por segundo año no se tenga una “ley de leyes” sancionada por el Congreso, estaríamos entrando en un terreno desconocido. El gobierno fuerza esa situación para ganar discrecionalidad en la asignación de las partidas, y para ello necesita poder negociar votos en las sesiones legislativas con algunas provincias a las que presiona con promesas de fondos. Dicho accionar significa una degradación de la democracia.

Acuerdo Mercosur–UE

La reciente firma del tratado entre el Mercado Común del Sur y la Unión Europea amerita unas observaciones. Desde la campaña electoral hasta hoy el Presidente ha criticado duramente al Mercosur. Incluso tras haber rubricado el acuerdo con la Unión Europea dijo: “El Mercosur terminó siendo una prisión que no permite que los países puedan aprovechar sus ventajas comparativas ni su potencial exportador”. Y sentenció: “este modelo está agotado”. Con estas declaraciones podemos aventurar que la política del gobierno argentino para el bloque de nuestra región podría ser similar a la estrategia manifestada de destruir el Estado desde adentro.

A pesar de haber firmado el tratado, la política a implementar por la actual administración podría ser vaciar de sentido al acuerdo Mercosur-UE, e incluso al propio espacio de integración latinoamericano. ¿Cómo? Impulsando acuerdos bilaterales, o bien tendiendo a una relación de libre comercio con Europa, y eventualmente con Estados Unidos (que podría colisionar con las intenciones europeas), dejando prácticamente sin protección ni fomento a la industria argentina. Un escenario como éste implicará el avance de las importaciones sobre nuestro país, y el aumento de la especialización productiva argentina en bienes primarios, como ser algunos alimentos y materias primas (principalmente recursos no renovables) requeridos por el desarrollo industrial europeo.

La vinculación entre países para fomentar el comercio y las inversiones no debe reducirse a una relación bilateral. Argentina se hace más fuerte en las negociaciones si conforma bloques regionales, como por ejemplo el Mercosur. Lamentablemente, el gobierno actual ha rechazado la posibilidad de que Argentina entrara a los BRICS y a su Banco de Desarrollo, que le hubiera permitido relacionarse de forma conjunta no sólo con Brasil, sino también con importantes economías de otros continentes. «