Es claro que el dominio colonial no finalizó en el siglo XIX, puesto que dicho dominio no solo es económico-político o jurídico-administrativo, sino que además ha implicado una dimensión cultural y epistémica que ha continuado operando hasta el día de hoy. En este sentido, las ciencias modernas, como toda construcción social, tienen origen en un contexto específico que impulsa su desarrollo y su constitución en instituciones formales, lo cual permitió su expansión y la consecuente opresión de otras formas de pensamiento basadas en una racionalidad distinta a la occidental moderna. Estas son las dos caras de una misma moneda: expansión y opresión. 

Estas ciencias, que dominan los ámbitos académicos y que fueron edificadas por Europa y funcionales a su colonización, quedaron arraigadas en nuestros países desde la constitución del Estado, y han formado y modelado nuestro concebir y vivir el mundo durante años. Nuestra realidad se convierte así en un caso particular de una teoría universal diseñada desde los países centrales.

Así, cuerpos conceptuales originados en otras latitudes son trabajosamente forzados a la realidad de nuestros países y las ciencias económicas y del trabajo no son una excepción. A modo de metáfora, algo parecido sucede con un motor roto que es reparado sin los destornilladores ni herramientas adecuadas, utilizando ingenio y alambre: funcionará, pero no con la precisión que debería. Y así funciona la solución Europea para nuestros países.

En este contexto, los sectores que componen lo que hoy denominamos Economía Popular (EP) llevan años en nuestra sociedad, invisibilizados por la política, la economía y las ciencias institucionalizadas. No solo la política llega tarde a la comprensión de ciertos fenómenos sociales, también la academia muchas veces es sacudida tardíamente por procesos populares que abren grietas en la agendas políticas y científicas a partir de la persistente organización, movilización y luchas que despliegan las organizaciones.

En este sentido, las cuantiosas relaciones sociales y económicas que encontramos en nuestros países, y que algunos llaman “no capitalistas” o “capitalistas deformadas”, han sido comprendidas de modo aislado o como meros “atrasos” propios de formaciones económicas menos desarrolladas. De esta forma, para los actores de la economía institucionalizada, los verdaderos generadores de trabajo son el Estado y el Mercado. A lo largo de las últimas décadas, tanto heterodoxos como neoliberales han desconocido la mayoría de las veces el potencial del sector de la EP como generador de riqueza y trabajo genuino y digno.

Así, el gobierno anterior ha contado con diversas políticas de fomento, desarrollo y fortalecimiento para sectores de la industria y las Pymes, entendiéndolos como los encargados de generar trabajo; mientras quelos segmentos más difíciles de integrar al entramado económico y social fueron destinatarios de políticas de atención y asistencia que permitieron fortalecer el consumo más que desarrollar entramados socioproductivos. La idea general del modelo se centró en fortalecer los ingresos y el poder adquisitivo del salario a fin de alimentar el círculo virtuoso de expansión económica, basado en el aumento de la demanda como vía para incrementar la producción y el empleo, fundamentalmente del sector Pymes.

Por su lado, el proceso de orientación neoliberal encarnado por la Alianza Cambiemos retoma aquel ideario que vociferaba que la desregulación a favor de las empresas y el crecimiento de los sectores más concentrados implicaría un derrame que traerá solución a los distintos males, entre ellos, la falta de trabajo. Los hechos y datos de los últimos dos años demostraron -nuevamente- la irrealidad de esta falacia.

Con esto no se quiere decir que los dos modelos son lo mismo. Durante el Kirchnerismo se redujo la brecha en los niveles de desigualdad en la población y se mejoraron las condiciones de trabajo y de vida de vastos sectores sociales. Muchos de los programas como el PIST, el PTA, la AUH, y el Ellas Hacen, entre otros, permitieron fortalecer a los trabajadores de la EP. Todas estas medidas redujeron la pobreza, el desempleo y las distintas formas de precariedad laboral. Sin embargo, no fueron suficientes y persistieron los problemas estructurales en el mundo del trabajo, en parte, producto de que el sujeto social que compone la EP fue más interpelado como consumidor que como productor popular.

La nueva etapa de acumulación del capital, iniciada en la década de 1970 signada por el dominio del sector financiero, la transnacionalización y descentralización de los procesos productivos y un desarrollo tecnológico que, de la mano de la informática, la microelectrónica y la robótica fortalece la concentración económica y engrosa la fila de los excluidos, ha sido mejor comprendida por los movimientos populares que se asumen como parte de la clase trabajadora y apuestan a una comprensión de esta realidad.

La irrupción del sector en la agenda pública demostró, por un lado, que la teoría política económica, tanto en su forma neoliberal como en sus formas más redistributivas, no lograron dar soluciones que permitan el desarrollo con trabajo digno para el conjunto de la población ni solucionar los problemas estructurales del país. Hasta ahora, el sector de la EP ha mostrado un crecimiento sostenido y son cada vez más los trabajadores no asalariados, precarizados o empobrecidos que carecen de aguinaldo, vacaciones, licencias y demás derechos históricamente asociados al empleo formal. Por otro lado, ha dado cuenta de la necesidad de reorientar y fortalecer los trabajos académicos que abordan las prácticas económicas y laborales de los sectores populares y que tradicionalmente han estado signados por una visión reduccionista y negativa sobre el sector, nutridos de corrientes teóricas construidas para reflexionar sobre procesos ajenos a nuestras realidades sociales, históricas y culturales.

Así, la mayoría de las veces se los ha conceptualizado como aquellos “que no son”, desde lo negativo. Un cambio en esta mirada es central para deconstruir los supuestos con los que luego, no solo se escriben papers, sino que se diseñan e implementan políticas de Estado y programas de organismos internacionales que buscan abordar la nueva cuestión social en nuestra región.

Algunas instituciones han comenzado a recorrer este camino en la búsqueda de aportar a la construcción colectiva del conocimiento entre el mundo académico, el Estado, las organizaciones sociales y demás actores vinculados a la EP. Tal es el caso de la Red de Asistencia Técnica de la Economía Popular (RATEP) y del Programa de Estudios e Investigaciones de Economía Popular y Tecnologías de Impacto Social (PEPTIS-CITRA), entre otras.

Encontrar nuevos caminos para nuestros países, que permitan darle dignidad al conjunto de la población, implica no solo gestar instituciones y herramientas para fortalecer el 30% de la población en cuestión; también resulta esencial reflexionar desde dónde estamos pensando esas herramientas.

Como diría García Linera, es necesario romper las relaciones de colonización habilitando la construcción de nuevos modelos civilizatorios sin una imitación de los paradigmas del norte y su ilusión desarrollista.

En este sentido, creemos que el desafío actual es comprometerse en la búsqueda de paradigmas científicos territorializados que recuperen los saberes populares que los movimientos han construido en las últimas décadas, y que contemplen integralmente a la sociedad, sus diferencias y procesos históricos y culturales. Hay que dar un salto cualitativo desde los saberes técnicos para interpretar desde un lugar nuevo el desarrollo económico social contemplando la EP.

En lo económico, es necesario construir un mapa alternativo de producción que integre a los trabajadores autogestionados y de la EP, que potencie sus virtudes y que aborde sus debilidades. Hay que buscar desarrollar un marco normativo integral, técnicas de producción y acompañamiento específicos, e instituciones que fortalezcan y acompañen al sector. Además, pensar la Macro y Micro economía con el sector integrado y garantizando los mismo derechos a todos los trabajadores.

Desde nuestro comprender, este sería un camino que permitiría la inclusión real a una vida digna a grandes porciones de población y un crecimiento sostenido de la economía en su conjunto.

Lic. Facundo Harguinteguy (Miembro RATEP), Lic. Emiliano Di Cola (Miembro RATEP) y Dra. Johanna Maldovan (CITRA/CONICET-UMET).