En la semana se realizó el 58º Coloquio de IDEA, en el que participaron los líderes de las empresas más grandes del país, y resultó sugerente el lema que atravesó todo el evento: “ceder para crecer”.
En la convocatoria que figuraba en la web se explicaba con más detalle el espíritu de lo que se buscaba debatir: “todos, pero especialmente los que ocupamos posiciones de liderazgo en los diferentes sectores, debemos estar dispuestos a ceder para que el país alcance un sendero de desarrollo sostenido. Los problemas del país (pobreza, inflación, crisis educativa, inseguridad jurídica, etc.) no se solucionan simplemente sentándonos a una mesa a conversar. Dialogar y consensuar es necesario, pero no suficiente. Administrar las pujas de intereses exige ceder”.
No deja de ser importante la mención a que con el “consenso” no alcanza, algo que he venido sosteniendo. Pero también señalo que lo esencial se juega en el campo de los “cómo”. Allí se encuentran los grandes límites, ya que todos/as podemos estar de acuerdo en que no haya pobreza, pero el asunto son las políticas y el rol que debe cumplir el Estado en todo este proceso.
Respecto de la idea de ceder, la pregunta en realidad pasa por el “quién”, ya que los trabajadores han venido resignando fuertemente su participación en el ingreso generado. Por caso, los salarios registrados del sector privado arrastran una baja importante en términos reales, principalmente ocasionada en la gestión anterior (-15,1%), mientras que durante la actual, tratando de recomponer lo perdido frente a la inflación, se han reducido en un 1,3% real. Queda claro cuáles son los sectores que deberían ahora hacer su “aporte”.
Un directivo del sector de alimentos expresó en los pasillos del coloquio que ya no tienen margen para ceder rentabilidad. Pero nadie está pidiendo que pierdan, a lo sumo que ganen un poco menos, una proposición, esta última, que tampoco es fácil de lograr.
La Mesa de Enlace acaba de pedir por una reducción de las retenciones, la misma idea que baja desde los círculos de poder respecto de que el problema es la alta presión fiscal y el elevado gasto público.
No hay que perder de vista que Argentina está dentro de un entorno global cada vez más hostil, producto de la guerra pero también por las políticas de los países más importantes, que están acercando al mundo a una recesión con el objetivo prioritario de contener la inflación.
La directora gerenta del FMI, Kristalina Georgieva, acaba de señalar: “somos plenamente conscientes de que, no solo en Argentina, en muchos países hay una presión popular que va en contra de lo que es mejor para la gente, presión para aumentar el gasto cuando no se puede pagar y cuando alimenta la inflación”. Recordemos que no hace mucho, en plena pandemia, cuando la realidad se les venía encima, decían que era necesario gastar. Parecía que habían cambiado el discurso, pero no fue así: volvieron al discurso de siempre.
El desafío inflacionario
En septiembre se registró una inflación mensual del 6,2%, y ya van dos meses de descenso (aunque aún en valores altos). Cabe prestar atención a la formación de precios que lleva a este guarismo. Los impulsores han sido los precios estacionales (11,7%), principalmente inducidos por los alimentos y prendas de vestir y calzado. Los regulados han crecido un 4,5% y la inflación núcleo, que es la despojada de estos dos ítems que responden a dinámicas determinadas, creció un 5,5%, muy por debajo del 6,8% de agosto.
Uno de los grandes desafíos hoy es lograr que la inflación se siga reduciendo en el tiempo sin grandes costos en términos de actividad y empleo. Pero no sería adecuado ni justo reducirla si el ajuste deja a grandes sectores de la población con menos ingresos y si las empresas dejan de tener consumidores a los que venderles.
Las herramientas no pueden estar separadas de las causas que generan la inflación. Hay economistas que hacen análisis muy sofisticados de las variables pero se olvidan que detrás de los gráficos y planillas de cálculo hay personas. Tratan de explicar a la inflación como si fuera un fenómeno autónomo de los fundamentos de la economía.
Desde siempre nos han dicho que el motor de la inflación era el tipo de cambio, o que la culpa era de los aumentos de los salarios o de las tarifas, que habían subido mucho y entonces eso se trasladaba a precios. Pero ninguno de estos factores está traccionando, sino que claramente vienen por detrás.
Respecto del tipo de cambio, decían que los empresarios se estoqueaban y subían los precios de sus productos porque supuestamente habría una devaluación inevitable por falta de reservas internacionales. Pero si la devaluación de la que se hablaba en junio, julio y agosto nunca terminó ocurriendo, y las reservas internacionales se incrementaron, ¿por qué no bajaron los precios luego?
El mismo día que se anunciaron los resultados exitosos del Programa de Incremento Exportador, un economista del establishment comenzó a decir que las expectativas de devaluación no estaban despejadas. A este tipo de comentarios están atentos algunos empresarios que dicen “por las dudas me cubro subiendo los precios”.
En un tuit del FMI se pudo leer en la semana que “la inflación es, en definitiva, la expectativa de la gente sobre cómo subirán los precios en el futuro”. Pero, ¿qué quiere decir “la gente”? ¿Son acaso los trabajadores, cuyos salarios vienen por detrás, los responsables de lo que ocurre con los precios?
Respecto de las dosis y los tiempos, para dar la batalla contra la inflación existen principalmente dos caminos. Uno es el del shock y en general es fuertemente recesivo y no suele sostenerse en el mediano plazo. Otro es el gradualismo, que es el sendero que sigue este gobierno: lograr una escalera descendente y sostenida sin dañar el crecimiento sería lo menos gravoso para la sociedad en su conjunto.
Hasta aquí el gobierno ha intentado con los acuerdos, como Precios Cuidados, que no han tenido los resultados esperados. Ahora bien: se ha logrado recomponer las reservas, se está trabajando en un Presupuesto 2023 razonable y hay una mayor solidez de las cuentas públicas.
Las que surgen hoy como variables explicativas de la inflación son la puja distributiva y la especulación. Esas son las causas que hay que atacar. Tanto el ministro de Economía como el secretario de Política Económica señalaron en su presentación del proyecto de ley de Presupuesto 2023 la existencia de un exceso de rentabilidad en ciertos sectores concentrados de la economía, y que ello generaba la inflación.
La inflación de los alimentos es el plano más sensible de todos, por su incidencia en el índice general de precios y porque afecta con profundidad a los sectores más vulnerables. Ese es el problema que hay que resolver con mayor urgencia. Para la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, “es necesaria una política de intervención más precisa y efectiva en el sector (de las empresas alimentarias) y, al mismo tiempo, diseñar un instrumento que refuerce la seguridad alimentaria en materia de indigencia”. Alguien tiene que ceder y para que ello ocurra es imprescindible un rol activo del Estado, regulando las pujas distributivas en favor de los más débiles.