Casi todas las avanzadas sindicales que el Grupo Clarín dirimió con despidos masivos coincidieron con épocas en las que el país transitó por flexibilización laboral, o se aprestaba a hacerlo. A la vez, de ese modo, genera conflictos que suelen actuar como casos testigo, que les marcan los pasos a seguir a los gobiernos de turno. Así, en correlato con su alianza con el macrismo, la empresa se lanzó esta semana a una nueva maniobra de disciplinamiento de los trabadores del grupo y, como consecuencia, de otras empresas del sector y de otros rubros. Bajar los costos laborales, pauperizar las condiciones de trabajo, arrasar con los últimos logros gremiales, derrumbar el convenio colectivo vigente. Lograr silencio. Lo que quiere el macrismo con el ámbito laboral. Lo que quiere imponer Clarín con AGR, como lo logró con la planta Zepita (mediante otros modos) y como seguirá intentándolo en el diario, en TN, C13, Radio Mitre y las demás empresas del multimedio.
AGR es el caso testigo de estos días. Así como lo fue en la década pasada, con otro gobierno, en otras circunstancias, con resultado favorable a los trabajadores. Como lo fue Clarín, la nave insignia del grupo, toda la vida.
Lo fue desde que el desarrollismo manejaba el tercer piso de la redacción de la calle Piedras, de la mano del Clan Frigerio. En 1966, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía con Adalbert Krieger Vasena en Economía, desde donde, entre otras medidas escasamente populares, decidió la suspensión de los convenios colectivos de trabajo y los aumentos salariales por el término de dos años, se descabezó la comisión interna de prensa integrada por Eduardo Jozami y Emilio Jáuregui. Lo mismo intentaron con los gráficos que se apoyaron en Raimundo Ongaro, quien iniciaba su conducción de puño combativo en la Federación Gráfica Bonaerense.
En 1972, los periodistas volvieron a organizarse. Ricardo Esparis, Juan José Panno, Oscar Martínez Zemborain, Oscar González, Carlos Dradac (redacción), dos trabajadores de expedición y un administrativo de la oficina Corrientes, fueron los integrantes de la CI de prensa: discutían salarios con José Aranda o Héctor Magnetto y otras cuestiones con Jorge Figueiras. Pero llegó 1976. Poco antes del golpe, el 3 de febrero vallaron el edificio, tanto por la calle Piedras como por Tacuarí, mantuvieron bajas las persianas, desbordaba la seguridad. A los delegados los arrojaron a la calle como preludio de los despidos que se vendrían a mitad de año: 600 de un padrón de 1600. El diario se sentía injuriado y pretendía despedirnos con causa por atentar contra la producción y los bienes de la empresa, relató Esparis, años después, para la edición de Clarinete, el periódico que solían editar los propios trabajadores en tiempos de conflicto. Del Ministerio de Trabajo la respuesta fue intervenir la Asociación de Periodistas de Buenos Aires. Todo fue peor luego del 24 de marzo.
Los argentinos soportaron como pudieron la dictadura cívico-militar y la Guerra de Malvinas. El país cambiaba luego. También la redacción de Clarín: hubo un germen de reorganización sindical, con epicentro en la sección Deportes. Se imponía la efectivización de colaboradores que cumplían funciones de redactores y hasta de editores. Cuando la empresa lo detectó, echó a los activistas. A los más experimentados, Alberto Guilis (Internacionales) y Alejandro Horowicz (Economía); a los jóvenes Alejandro Fabbri, Gustavo Veiga y Alejandro Guerrero (Deportes). Zafaron Alfredo Leudo y Julio Blanck, quienes con el tiempo pasarían a Política. No zafó Julio Nudler (jefe de Economía) quien osó ir a la asamblea realizada horas después de los despidos. Nos habían infiltrado. Luego lo confirmamos. Y nos limpiaron. La excusa fue una extraña pintada en la puerta del jefe de redacción (Marcos Cytrynblum). Posteriormente nos reuníamos en La Fraternidad. Le hicimos juicio y lo ganamos en primera instancia. Pero en segunda instancia, la Cámara le dio la razón a la empresa. Solo los pagaron el salario familiar , recuerda Gustavo Veiga.
Por esos días,el presidente del Banco Central, Julio González del Solar, firmaba una comunicación con titulo sin eufemismos: «Transformación de la deuda externa privada en deuda pública Muchas empresas se beneficiaron generosamemente. Horacio Verbitsky siempre aseguró que una se ellas fue el Grupo Clarín.
Democracia
Ya en el ’84, se votó la primera Comisión Interna luego de la dictadura. Y no solo eso, sino que se armó una intersindical. Pablo Llonto era el secretario general. El presidente Raúl Alfonsín se enfrentó con el multimedios. Su ministro César Jaroslavsky tenía muy buena relación con la interna.
Pero el pico de la actividad reivindicativa se registró en el ’89, cuando se hizo la toma de la planta de Zepita, el 13 de julio, a cinco días de la asunción de Carlos Menem. El motivo: reclamos salariales insatisfechos. Había hiperinflación y los aumentos, magrísimos. Sugestivamente, por primera vez la empresa otorgaba un porcentaje menor que la inflación. El diario de ese día se realizó pero no salió a la calle: Clarín hizo una denuncia por usurpación; la Justicia rápidamente dictó el desalojo y la asamblea de trabajadores mayoritariamente votó acatarla, enfrentándose a la propia CI, que quedó debilitada. A partir de allí, la empresa persiguió con cinco causas penales a Pablo Llonto: le prohibió la entrada a la redacción y pidió su desafuero. Otra vez el Poder Judicial jugó para el más poderoso: cada vez que el delegado ganaba las instancias legales, los abogados de Clarín apelaban; hasta que la Corte menemista integrada entre otros por Julio Nazareno, Carlos Fayt, Adolfo Vázquez y Eduardo Moliné OConnor, le dio la razón a Clarín.
La actividad sindical retornó recién en el 2000: Clarín se despachó con algunos despidos y la gente se autoconvocó. Removieron a los delegados Carlos Quatromano y Rubén Camaratta, y hubo elecciones internas, que debieron realizarse fuera del edificio, en una combi. El 16 de agosto, 565 trabajadores votaron a los diez integrantes de la nueva CI: Ana Ale (Economía), Olga Viglieca (Zona), Aníbal Ces (Infografía); Gustavo Bruzos (Autos), Ariel Borenstein (Mística, Olé), Daniel Luna, Inés Ulanovsky y Mario Cocchi (Foto), Beatriz Blanco (Agenda) y Daniel Ponzo (Turf). Las asambleas en el centro de la redacción, en el segundo piso, eran multitudinarias. Se pedía la reducción de las jornadas laborales de nueve y diez horas a las seis horas que marcaba el convenio; la efectivización de colaboradores y contratados a mitad de los ’90, distintos sectores de la redacciones fueron desbordadas por pasantes; el cese de los despidos; el respeto a la actividad sindical y la denuncia de discriminación sufrida por embarazadas y madres en lactancia.
Pero el 4 noviembre de 2000 se encendió la alarma: a la madrugada, personal policial cercó la periferia del diario y de Zepita. La seguridad tenía la lista completa de empleados y, en ella, marcados los que no podían ingresar: fueron 117 despidos. La CI, la revista Mística y el cuerpo de correctores completo, integraban una lista mayor, muy bien estudiada. A la tarde se decidió un intento de ingreso, que la Infantería reprimió.
Nueve meses antes, la Cámara de Diputados de la Nación aprobaba la Ley de Flexibilización Laboral, impulsada por el gobierno de Fernando de la Rúa.
El 6 de octubre de 2000, Patricia Bullrich había asumido como ministra de Trabajo, Empleo y Formación de Recursos Humanos. Lo que le pidió la Interna de entonces es lo mismo que lo que piden ahora los trabajadores de AGR: que se decretara la conciliación obligatoria, volver a cero, poder rearmarse.
Pero Pato les dijo a los delegados algo así: Este tema me excede. Esto es con Clarín. Y se arregla políticamente.
Casualmente, o no tanto, los representantes de los 380 despedidos de AGR, hace pocas horas recibieron la misma respuesta de los funcionarios del gobierno actual. «
Limpieza
En 2012, recomenzó la actividad sindical en la redacción de Clarín, y hubo elecciones de delegados. Llevan cuatro años renovándose. Ahora los reciben funcionarios estilo yupie. A Jorge Figueiras, con la edad de jubilación superpasada, lo mandaron a «limpiar» Zepita.