El liberalismo supo ser una teoría sobre organización económica y social que explicaba el mundo desde la mirada de los incipientes ganadores de la concentración capitalista. Hoy, algunas generaciones más tarde, se ha convertido en una burda patraña que, detrás de la manipulación y la mentira, facilita y acelera la transferencia de ingresos y de patrimonio desde todos a un pequeño grupo de poderosos, proceso propio del capitalismo global.
Los representantes e integrantes de esa banda hoy gobiernan la Argentina, legitimados formalmente por el voto popular manipulado.
Frente a sus acciones y los resultados de sus acciones, los economistas que quisieran un escenario socialmente más justo denuncian los despidos y la falta de nuevas oportunidades; la pérdida de derechos y de ingresos de los sectores medios o populares; la nueva hipoteca para las generaciones futuras.
Era previsible. Se pudo haber escrito aun antes de que sucediera. Los números son simples y rotundos. Vale la necesidad de mostrarlos, para los millones de compatriotas que tienen todavía la chance de despertar de la absurda hipnotización.
Buena parte de la responsabilidad en esta comunicación, como es lógico, cae sobre jóvenes que pusieron garra e inteligencia en la última etapa del anterior gobierno, donde remaron contra la evidencia de los límites del derrame inducido. Axel Kicillof, Emmanuel Álvarez Agis, Augusto Costa, Paula Español y otros economistas de igual compromiso político y menor visibilidad pública son los más convocados a explicar los siniestros senderos del actual proyecto oficial.
Tarde o temprano, esos compañeros se enfrentan, sin embargo, a una pregunta clave: ¿qué fallaba ayer no más, en 2015? He escuchado contestaciones como: la comunicación con los empresarios (AK) o el estrangulamiento en la disponibilidad de divisas (EAA). Aguzando la autocrítica política: sacarse de encima a personajes como López, Bossio o Pichetto (EAA).
No debo ser injusto. Todos dicen que faltaban cosas. Lamentablemente, nadie dice cuáles.
El lector o el oyente se quedan con la sensación de que retoques en la gestión anterior, además de tirar por la borda el lastre de corruptos y traidores, nos habrían llevado más y más cerca de la justicia social. Para incertidumbre general, no queda claro qué retoques. Difícil contrarrestar la presión de la manipulación liberal por ese camino.
Es el momento de enriquecer la discusión, la interna y la externa.
¿Basta con sesgar la distribución de ingresos hacia los trabajadores en relación de dependencia y compensar con subsidios el ingreso de los demás trabajadores, sin alterar la estructura productiva? ¿O hay que ocuparse y a fondo de la forma en que se producen los bienes y servicios?
¿No deberíamos levantar la bandera de la democracia económica, entendida como el acceso a la tierra, el crédito, la tecnología y la comercialización para todos? ¿No es este el reclamo popular del siglo 21?
Si las preguntas se contestan como ellas mismas sugieren, deberíamos hacer y decir algunas cosas diferentes. Algunos ejemplos.
Admitiríamos que fue un error tomar la mayoría del capital accionario de YPF y luego salir a financiar la empresa aceptando las reglas de las grandes petroleras. La opción era dar participación accionaria a los sectores medios argentinos, que meten y meten divisas bajo el colchón porque nadie les ha dado una opción de integrarse al patrimonio productivo de manera virtuosa.
Admitiríamos que el diseño del plan Pro.Cre.Ar fue equivocado, al creer que el crédito para pagar bienes controlados por la especulación la tierra urbana era una solución masiva, cuando en realidad terminó fortaleciendo a esa especulación. Para el futuro, deberíamos proponer que los municipios creen tierra urbana a partir de tierra agrícola y la vendan en generosas cuotas, dando acceso a más de un millón de lotes, lo cual es la más poderosa herramienta activadora de la economía y de formación de patrimonio popular.
Admitiríamos que en cada cadena alimenticia hay eslabones que se apropian del valor generado por los productores primarios y perjudican tanto a estos como a los consumidores. Nada hemos hecho para cambiarlo. Pondríamos a la agricultura familiar en el centro de la escena, para abastecer frutas y verduras, lácteos, pollos, huevos, carne de cerdo o de cordero, con todas las facilidades necesarias para consolidar una red de miles de ferias de productores en el país y sistemas de distribución transparentes, liberando a nuestra gente del pie en el cuello que le ponen simples intermediarios.
Admitiríamos que la indumentaria tiene una solución a cargo de cooperativas de productores, siempre que se les saque de encima a las marcas y los centros de compra. Propondríamos trabajar en ello con una mirada estructural, antípoda de lo asistencial.
Sostendríamos que la energía renovable es valiosa en términos ambientales pero mucho más que eso por la capacidad que traslada a los sectores populares de atender sus propias necesidades y haríamos el diseño para eso.
Hay ejemplos similares para el tratamiento de los efluentes cloacales a escala barrial, para el manejo de los residuos sólidos urbanos con participación de la comunidad, para el cuidado de ancianos y enfermos, para la educación popular, para la prevención de la salud.
Todos tienen en común que la participación masiva de actores económicos y sociales reemplaza a la concentración.
Todos tienen en común que se alejan de la discusión macro. No por ignorarla o negarla. Sino por sostener lo evidente, hoy olvidado: la macroeconomía es el resultado de una determinada relación entre las personas y las comunidades cuando se organizan para atender sus necesidades. No es la causa sino la consecuencia. Son los liberales, que se inclinan ante la hegemonía del capital, los que invierten la secuencia para congelar las relaciones de producción y somos nosotros los que caemos en la trampa al admitirlo.
Si los economistas compañeros se abocaran a dar un horizonte de trabajo sustentable por lo tanto de vida a los más de seis millones de personas que lo necesitan, se pondrían al frente de la lucha popular del momento.
¿Es posible? Claro que lo es. Basta poner en blanco y negro y dar dimensión a las ideas esbozadas más arriba. Contrario sensu, no lo lograrán calculando y recalculando al infinito el robo a los bolsillos populares que lleva adelante el macrismo.
No lo lograrán mostrando que quieren manejar los limitados instrumentos que la globalización deja a disposición de los gobiernos nacionales, para que podamos barrer las migas bajo la mesa y comer de ellas.
Al capitalismo concentrado no se le puede administrar mejor que lo que sucedió en 2003-2015 y se llegó a límites objetivos. Hay que superarlo, que quiere decir transformarlo. La democracia económica es el camino. «