A poco de terminar el año, el freno de la caída de algunos sectores puntuales (que distorsionan la continuidad en la merma de muchos otros) es utilizado por el gobierno para sostener que “la recesión ha terminado y el país ha comenzado a crecer”.

Atrás quedó la promesa de un crecimiento en V que nunca llegó y se duda de que llegue. El tiempo demostró que si bien la economía entró en recesión (primera parte de la letra V), la segunda parte no se terminó de escribir. Después de esperar en vano, el gobierno se llamó a silencio por meses. Recién en el último tiempo volvieron a referirse a unos indicios de recuperación, pero lo cierto es que se dan en sectores aislados (los ganadores) y son prematuros.

No hay ningún indicador importante que muestre que la caída provocada por las políticas recesivas que instrumentó el gobierno —el ajuste y los efectos de la devaluación, entre otras—, hayan quedado atrás.

En el caso argentino, las proyecciones del FMI denotan una caída del PBI del 3,5% en 2024 y un crecimiento del 5% en 2025 (cuando en el proyecto de Presupuesto 2025 figura una estimación de caída del 3,8% para este año y un aumento idéntico al proyectado por el Fondo para 2025). Aún si se cumpliera con esta previsión para 2025, sólo se crecería un 1% por encima del PBI del 2023. La OCDE es menos optimista sobre el próximo año: plantea un crecimiento del 3,9%.

A la caída detallada en 2024 debemos agregar que la merma no es mayor porque el sector agropecuario aporta un crecimiento muy elevado al compararlo con el año anterior, castigado por la sequía. También por el mismo motivo, en la industria manufacturera queda enmascarada la caída de la casi totalidad de sus rubros por el gran incremento de la “molienda de oleaginosas” (principalmente soja). El sector energético es otro que muestra valores positivos, en gran parte gracias a la infraestructura creada por el Estado nacional durante el gobierno anterior.

Si quitamos la evolución de estos sectores de la cuenta, el Producto Bruto daría una caída estimada por encima del 6%, una de las peores performances en el mundo. Es difícil encontrar un país que experimente un achicamiento del Producto Bruto de esa dimensión por fuera de situaciones ajenas al sistema económico, como un conflicto bélico o una crisis climática de envergadura suficiente como para conmocionar la economía.

Los “brotes verdes” del gobierno

No hay ningún dato decisorio (más bien todo lo contrario) que avale la recuperación productiva que proclama el gobierno. Para mostrar datos positivos, muchas veces ha tomado un número aislado, o directamente comparaciones temporales que disimulan la situación real de un sector.

Todo esto ocurre porque el gobierno está adeudando el crecimiento. Consagró el ajuste y los tarifazos prometiendo recuperación en V, y ahora se le termina el año sin noticias para mostrar.

Podemos ver el ejemplo de la construcción. El dato que se conoció esta semana de Indicadores de Coyuntura de la Construcción del Indec, el valor mensual de septiembre, sin estacionalidad, dio positivo: un 2,4% (en agosto cayó un 3,3% mensual). Pero el acumulado en lo que va de 2024 muestra una caída de 29,5% comparado con igual período del año anterior. La diferencia es abismal.

El Grupo Construya, que reúne a los proveedores de materiales, reportó en octubre una baja de casi el 30% interanual. La Cámara de la Construcción manifestó públicamente su preocupación a futuro; su titular Gustavo Weiss dijo: “esto va a continuar parado, no sabemos hasta cuándo”. No se ve perspectiva, porque el gobierno nacional está aferrado a la idea de mantener la paralización total por tiempo indefinido de la obra pública (que, no suele ser explicitado, la llevan adelante empresas privadas).

Además, lo que sucede con la construcción es un espejo de lo que podemos esperar para la mayor parte de la economía. Los datos que toma el gobierno para sus análisis son los financieros, el dólar estable, la inflación en descenso, el éxito del blanqueo, el riesgo país, los bonos, pero la macroeconomía no es sólo lo financiero. No se pone en la balanza que cayó el empleo, que el uso de la capacidad instalada de la industria empeoró, que el Producto Bruto viene cayendo. Esos son los datos que de verdad importan. El agravante es que el éxito financiero es incompatible con la mejora en la economía real, porque están enfrentados en el esquema que armó el gobierno. Si la economía llega a crecer, todos estos indicadores financieros podrían llegar a resentirse: por ejemplo, más actividad genera mayor demanda de importaciones, y menos ingresos de divisas al BCRA. Este modelo sólo funciona para una economía en recesión.

El triunfo de Trump

El otro motivo de celebración del gobierno fue el triunfo de Donald Trump. El presidente Javier Milei espera que el presidente electo en Estados Unidos facilite las gestiones con el FMI, como lo hizo con Mauricio Macri. Pero hay una gran diferencia, la Argentina de 2016 tenía unos ratios de deuda en dólares bajos y no tenía deuda con el propio Fondo: había sido cancelada en 2006 durante el gobierno de Néstor Kirchner.

Ahora al FMI le va a costar justificar volver a prestarle a un deudor que se mostró insolvente, con un ratio de deuda desproporcionado respecto a su capacidad de pago. Puede haber una ayuda, pero difícilmente vaya más allá que la refinanciación de las deudas con el organismo.

Por otro lado, Estados Unidos no representa un aliado económico estratégico. Históricamente ha sido un rival comercial, ya que produce lo que nosotros producimos. A ello cabe sumar que Trump puede tener algunas definiciones políticas similares a las del gobierno argentino, pero en otros aspectos son profundamente antagónicas. Trump promete proteccionismo: está dispuesto a poner aranceles a los productos competitivos con la producción estadounidense.

Además, si el proteccionismo lo aplica contra China, ésta intentará colocar su producción en otros mercados, compitiendo con el resto del mundo, incluido nuestro país.

También puede esperarse un dólar más fuerte. Por lo general, los capitales migran a los Estados Unidos, quedando menos financiamiento para los países emergentes. Como agravante, si nosotros seguimos atados al dólar como lo estamos con la pauta cambiaria actual, se sumaría otro canal para hacer menos competitivas nuestras exportaciones. Esto en un escenario en que el real, la moneda de nuestro principal socio regional, se viene devaluando.

El presidente argentino le dijo a Trump: “Puede contar con la Argentina, para hacer grande a los Estados Unidos nuevamente”. Más allá del valor que el futuro gobernante de EE UU le otorgue a este ofrecimiento, Milei primero debería ocuparse de la recuperación de la economía argentina y de que la misma le llegue a la mayoría de la gente, algo difícil de prever con las actuales políticas. «