El gobierno se jacta de ser el primero de la historia que ganó las elecciones diciendo que iba a ajustar, y que lo está haciendo. En una de sus últimas apariciones, el presidente Javier Milei sostuvo: “nadie fue engañado en la campaña electoral (…). Dijimos que íbamos a cortar con el gasto público y de hecho lo hicimos”. Pero se niega a asumir la devaluación de diciembre de 2023: volvió a decir que él no devaluó, que lo único que hizo fue “sincerar”. Tampoco el ajuste fue hacia “la casta”, como prometió, sino que llegó a la gran mayoría de la población.
La actual gestión presenta sus políticas como el resultado racional e impersonal del mercado, y a su vez acusa de estar ideologizados a quienes las critican. Esta conducta tiene varios motivos. Por un lado, esconde las responsabilidades del gobierno en las consecuencias negativas del actual programa; por el otro, busca deslegitimar a quienes tienen una visión distinta sobre el funcionamiento de la economía y valores basados en la solidaridad colectiva más que en la mera competencia individual.
En ese afán de pretender desvalorizar el discurso del otro, se lo acusa como “ideológico”, una práctica compartida con los anteriores gobiernos neoliberales de nuestro país. Y claro que es ideológico. El problema es que a la ideología se la intenta tomar como una palabra peyorativa. Una concepción negativa que se enmarca en el discurso de la antipolítica.
Creo que hay que reivindicar a la ideología como un valor principal de la democracia: poder tener ideas, debatir. Mientras algunos funcionarios enmascaran sus discursos ideológicos hablando de eficiencia y de déficit, el presidente de la República ha dicho con franqueza sus verdaderas intenciones: varias veces se ha definido a sí mismo como un topo que se ha infiltrado en el Estado para destruirlo desde adentro.
No obstante, se mantienen los resortes necesarios del Estado para obtener resultados que favorecen a unos pocos —a los grandes conglomerados empresariales, al capital extranjero— y perjudican a las PyMEs que dependen del mercado interno, al trabajo que éstas generan y a la mayoría de la ciudadanía.
Visión integral: el caso Aerolíneas
La intención de privatizar Aerolíneas Argentinas también se basa en un discurso ideológico. El razonamiento del gobierno es: si es negocio, va a haber un empresario privado interesado en hacerlo; y si no es negocio, es porque no hace falta y entonces no tiene que existir.
Esto de que “si hay una necesidad y es rentable el mercado lo resolverá” es un engaño que ya fue demostrado con los resultados de las privatizaciones de los noventa. Por ejemplo, en 2008, cuando se recuperó Aerolíneas Argentinas, la empresa transportaba 5.700.000 pasajeros mientras que el año pasado transportó 13.800.000, más del doble. Ello se logró con políticas públicas.
Los destinos turísticos como El Calafate, Ushuaia y Cataratas, si primero no se hubiera construido un aeropuerto y no hubiera llegado la línea de bandera, no tendrían el desarrollo que tienen hoy. El Calafate siempre estuvo ahí, pero pasó a ser un centro turístico internacional cuando se decidió ponerle la infraestructura para que los turistas puedan asistir. El Estado también crea negocios, crea mercados.
Es inaceptable la simplificación de mirar la utilidad de una empresa estatal por el último renglón del balance. No se trata de ser “hinchas del déficit”; hay que trabajar por la eficiencia. Y en el caso de Aerolíneas Argentinas la eficiencia se logra ampliando los servicios, mejorando la calidad, teniendo más pasajeros, no ajustando. La “eficiencia” del ajuste nos lleva a un país sin derechos, a un país sin servicios, a un país vacío.
Por donde lo miremos, las empresas públicas de servicios, como es el caso de Aerolíneas Argentinas, requieren un —necesario— abordaje integral, y esa integralidad no excluye la eficiencia de la gestión o la búsqueda del equilibrio, pero no las convierte en factores determinantes.
¿Cuánto aumentó el turismo, el comercio, gracias a Aerolíneas Argentinas? ¿Cuántos impuestos más se pagaron por ese turismo? ¿Cuántos nuevos puestos de trabajo se crearon? No se trata de que unos estamos ideologizados y los otros hacen las cuentas, se trata de saber hacer bien las cuentas. Se trata de no dejar afuera todos los beneficios económicos, sociales y de refuerzo de nuestra soberanía que reporta al país tener una aerolínea de bandera.
Son los modelos…
Es una cuestión de modelos. Uno de ellos es el modelo de desarrollo con inclusión que persigue fomentar el crecimiento, la creación de empleo genuino y de calidad y mejorar la distribución del ingreso. El otro, que se encuentra en las antípodas, puede identificarse con las políticas que se implementaron desde diciembre último, que no son nuevas en nuestro país y han profundizado la recesión y la desigualdad.
Por más que el gobierno siga diciendo que hay recuperación de la actividad productiva y que los salarios en los últimos meses le vienen ganando a la inflación, los análisis más profundos expresan lo contrario. Por ejemplo, el nivel real de salarios de julio aún se ubica un 6,8% por debajo del vigente en noviembre pasado, según el Indec. A nivel de detalle, las caídas en el poder adquisitivo respecto a noviembre abarcan tanto a los registrados del sector privado (-1,8%) como a los del sector público (-16,5%).
A pesar de que el Estimador Mensual de la Actividad Económica mostró variaciones mensuales levemente positivas en julio y agosto, el acumulado de los ocho primeros meses de 2024 aún se encuentra un 3,1% por debajo del mismo período del año anterior. Además, el repunte que puede evidenciarse está concentrado en algunos sectores específicos como Minas y canteras (que incluyen petróleo y gas), ganadores del modelo extractivista, o Agricultura y ganadería, en la cual opera una cuestión estadística de base de comparación respecto a la sequía de la campaña pasada. Si miramos otros sectores, la situación cambia de forma sustancial, a tal punto que el crecimiento de los ganadores no llega a compensar la caída de los perdedores.
En el caso de la industria manufacturera, si bien se registraron variaciones mensuales positivas en julio y agosto, la caída interanual acumulada a agosto es del 13%. Teniendo en cuenta, además, que en el total influye el rubro de Molienda de oleaginosas que creció un 43,1% en la comparación acumulada interanual. Adicionalmente, la capacidad instalada ociosa de la industria también continúa siendo alta: 40% en promedio.
Respecto a la construcción, si bien hubo una mejora en los últimos meses, la actividad del sector se encuentra un 24% por debajo de los niveles de noviembre, en términos desestacionalizados. La paralización de la obra pública evidentemente tuvo mucho que ver: según los datos fiscales, la partida “gastos de capital”, relacionada principalmente con la inversión en infraestructura, se redujo un 80% interanual en el acumulado hasta septiembre.
Un ítem importante, como es el consumo, no repunta. Según publicó el INDEC, las ventas en Supermercados en el acumulado a agosto se ubican un 10% por debajo de igual período del año anterior, y en el caso de los Autoservicios Mayoristas la caída es del 13,5%.
Son los resultados de un modelo de ajuste, de un modelo en esencia neoliberal (presentado por el propio presidente como un nuevo “anarco-capitalismo”) que ya sabemos qué resultados produce. «