El boom importador puede sintetizarse en un ejemplo: a pesar de ser el tercer productor de soja del mundo, Argentina duplicó sus compras al extranjero de ese producto en 2017 y algunas empresas aceiteras ya están realizando nuevos encargues para fines de este año. El dato que sacudió al mercado hace pocos días fue la confirmación de una compra a Estados Unidos de 250 mil toneladas (la mayor a ese país en las últimas dos décadas) por parte de la empresa Vicentín. Según fuentes del sector, debido a la sequía, es más barato traer el poroto del exterior y procesarlo aquí para extraer aceite y harina que pujar por la materia prima en el mercado local, donde la falta de lluvias hizo bajar los pronósticos de cosecha de 54 millones de toneladas a sólo 37 millones. En 2017, según la Bolsa de Cereales de Rosario, la importación de soja alcanzó 1,4 millones de toneladas, con origen principal en Paraguay y Brasil.

Ejemplos como ese nutren el déficit de la balanza comercial, que el año pasado se disparó hasta los 8471 millones de dólares. Los primeros números de este año profundizan la tendencia: según el Indec, el déficit del primer bimestre fue de U$S 1872 millones. La explicación se encuentra en que las importaciones crecieron a un ritmo de 32% interanual y las exportaciones sólo lo hicieron al 10 por ciento. El martes se conocerán las estadísticas de marzo y se descuenta que también serán adversas.

Un informe de la Universidad Austral ya predice que el rojo a fin de año rondará los U$S 10 mil millones, casi el doble del optimista cálculo del Presupuesto 2018 (U$S 5600 millones). «Se destaca por su impacto el mayor ingreso de los bienes de consumo importados. Las principales ramas afectadas por la mayor demanda de bienes externos han sido las industrias textil e indumentaria, calzado, alimentos, y bienes de capital, en particular en el segmento pyme», señalan los investigadores Eduardo Fracchia y Carlos Belloni.  

La cita contradice la versión oficial, que sostiene que las empresas traen maquinaria del exterior «para producir y generar empleo en la Argentina», como dijo el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Al respecto, este diario adelantó en su edición del 25 de febrero pasado que la importación de bienes de consumo, como así también los vehículos de pasajeros, crece a mayor ritmo que la de bienes de capital e intermedios, que se usan para producir.

El saldo negativo del comercio exterior se traslada a otra balanza, la de pagos, que contabiliza todo el flujo de dinero que entra y sale del país. Según el Banco Central, en el primer trimestre la cuenta corriente externa mostró un déficit de U$S 4600 millones, alimentada no sólo por la diferencia entre importaciones y exportaciones, sino también por los viajes al exterior, pagos de intereses y giro de utilidades y dividendos. Los modos de compensar esa salida de dinero son dos: toma de deuda, rubro en el que nuestro país viene descollando, e inversiones extranjeras directas, que pese a la lluvia anunciada por el gobierno sólo se producen a cuentagotas.

La Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), que dirige Mercedes Marcó del Pont, extitular del Banco Central, afirma que «el déficit comercial se proyecta hacia nuevos máximos, en torno a los U$S 11 mil millones». Y formula otras dos advertencias sobre las consecuencias del déficit comercial. En primer lugar, que el agravamiento del desbalance externo anticipa «un escenario de pulsiones devaluatorias permanentes» y deja al país muy expuesto frente a cualquier crisis internacional. La segunda, el efecto de las importaciones sobre el mercado interno, ya que «achica los efectos multiplicadores del crecimiento de la demanda, sea del consumo como de la inversión». Para ello pone como ejemplo que la recuperación del campo arrastra la importación de maquinaria agrícola en desmedro de los fabricantes domésticos. Por caso, los tractores extranjeros pasaron del 3% al 37% en las ventas del rubro, con su lógica consecuencia sobre la industria y el empleo locales. «