Los títulos, las consagraciones deportivas, a veces legitiman el trabajo realizado durante un determinado proceso, aunque hablar de trabajo en este fútbol argentino dramáticamente mal organizado, mediocre en tantos aspectos dirigenciales, parece una paradoja. Sin embargo, Racing levantó la copa del llamado Trofeo de Campeones venciendo a Boca por 2 a 1 en San Luis, en un partido escandaloso, con siete expulsados. Y más allá de todos los análisis que puedan hacerse, fue un acto de justicia para la Academia.

El equipo de Fernando Gago fue, sin dudas, el mejor del año que termina. Fue el que más puntos sumó si se anualiza la tabla de posiciones, perdió solo cinco partidos de los 41 que jugó, fue el segundo equipo más goleador (66) y el que menos goles recibió (34). Las estadísticas no siempre determinan todo, pero en este caso son contundentes. Y como si fuera poco, el entrenador logró darle una identidad a su equipo, un funcionamiento muchas veces sobresaliente, una línea de juego asociado que Racing supo mantener aun en sus peores momentos.

Aun con todo esto en el haber de su balance, hace solo dos semanas, los propios hinchas de Racing pedían a gritos la cabeza del director técnico y echar a medio plantel por un penal que le atajaron. Cosas del fútbol.

En San Luis, Boca empezó ganando con gol de Norberto Briasco. La ventaja le duró poco y Matías Rojas lo igualó con un remate que bien podría haber sido controlado por el arquero de Rossi, que esta vez no tuvo una buena tarde.

El empate se mantuvo por el resto de los 90 minutos y casi en la totalidad de ese ridículo suplementario que nadie entiende por qué se juega. Pero cuando los jugadores de los dos equipos se arrastraban por la cancha por el cansancio, Carlos Alcaraz metió un gran cabezazo que desató la locura.

La locura en la tribuna de Racing, que por fin dejaba atrás sus propias frustraciones, y la locura entre los jugadores, sobre todo de Boca, que furiosos por el festejo de Alcaraz de cara a la hinchada xeneize, provocaron una seguidilla de expulsiones que obligó al árbitro Tello a tener que dar por terminado el partido cuando todavía quedaba un puñadito de minutos, porque el equipo de Ibarra no tenía en cancha los futbolistas mínimos que exige el reglamento.

Así fue todo. En medio del escándalo, la felicidad de un Racing que puede sentirse campeón aun sin haberlo sido. Ganó un trofeo, que no es poco. Y sobre todo, legitimó un buen trabajo realizado durante meses por Fernando Gago y su plantel.