En el Centenario de Montevideo, 91 días después de su presentación en la Selección y a cuatro fechas del final de las Eliminatorias sudamericanas, Jorge Sampaoli será el tercer entrenador en sentarse en el banco de la Argentina en el camino a Rusia y el primero en el mandato de Claudio Tapia al frente de la AFA. Tendrá por delante 360 minutos de juego, cuatro partidos, 12 puntos para esquivar el papelón de caerse del Mundial 2018 después de haber sido subcampeón en Brasil. Buscará despegar del repechaje, el lugar que heredó del escuálido ciclo de Edgardo Bauza. Intentará edificar un equipo que abrigue a Lionel Messi, demasiado desamparado en el último tiempo. Tratará de recomponer una Selección también intervenida, como las oficinas de Viamonte 1366, por el período errante del Comité de Regularización. Lo que se viene para la Selección, lo que sucederá en la otra orilla del Río de la Plata, lo que emerge para Sampaoli es todo eso. Aunque todo, sin embargo, puede desvanecerse. Puede escurrirse. Puede terminar antes de arrancar. Porque Uruguay será acaso el partido más relevante de la carrera de Sampaoli. Será -cuanto menos- el partido que viene imaginando desde que se fue de Sevilla y se mudó -literalmente- a Ezeiza.
«Casi todo lo que se trabajó hasta ahora es sobre el plan de partido contra Uruguay», cuentan desde el cuerpo técnico. Los conceptos de las distintas charlas en el país y en Europa fueron en la misma dirección: reforzar ideas para el jueves que viene a las 20 horas. Ganar tiempo fue la premisa de estos tres meses de espera para el estreno oficial. Sin la posibilidad de reunir a los futbolistas adentro de una cancha, consideraron que la vía era trabajar en el campo de lo conceptual. Machacar sobre las ideas para que mañana, cuando a las 16 se encuentren en el complejo de Ezeiza, haya poco por explicar y mucho por ejercitar.
Sampaoli propone modelar una Selección, presentar otro equipo y distanciarse de su antecesor. Llegará la hora de refrendarlo adentro de la cancha. En sus declaraciones y en sus acciones, ofrece un cambio en relación a la etapa de Bauza de apenas ocho partidos. Cuando hoy por la tarde se den a conocer los convocados del fútbol local (serían cuatro o cinco), se podría formar un equipo con los que estuvieron citados en la derrota ante Bolivia -la última entrega de Bauza- y los que estarán ausentes en Montevideo: Mariano Andújar, Facundo Roncaglia, Mateo Musacchio, Ramiro Funes Mori (afuera por una lesión), Marcos Rojo (también lesionado); Julio Buffarini, Iván Marcone, Matías Caruzzo, Ángel Correa, Ezequiel Lavezzi y Lucas Pratto. También existe la posibilidad de agrupar a los futbolistas por los que Sampaoli rompe una lanza en la etapa que, a excepción de Messi, marca el fin de las vacas sagradas. Ya no hay intocables. Federico Fazio, Nicolás Pareja, Leandro Paredes, Manuel Lanzini, Mauro Icardi y Joaquín Correa son algunas de las nuevas apuestas. Lautaro Acosta sería la del fútbol local, un espacio que también atraviesa transformaciones con el comienzo de la Superliga y con el regreso del pague para ver en la televisación. Chiqui Tapia fue un actor clave en esas novedades: fungió como el dirigente capaz de articular y de tender lazos en la pelea de poder que abrió la muerte de Julio Grondona. Al menos el primer tramo de su presidencia se evaluará con el devenir de la Superliga, el desembarco de los nuevos dueños de la pelota y los primeros pasos de Sampaoli, su elegido, como parámetros. Y resulta que alumbran de la mano, coinciden en una misma semana. Si hay un cambio, que se note.
«Hay mucha claridad en cuanto a que este partido define todo», dicen desde Ezeiza. La propuesta de Sampaoli se funda, sobre todo, en salir al ataque: como a lo largo de su carrera, pretende un equipo ofensivo, protagonista y dominador. Montevideo no será una isla de ese pensamiento. Aunque sabe que habrá poco por construir si el saldo de la doble fecha ante Uruguay (en Montevideo) y Venezuela (en el Monumental) resulta negativo. Precisa salir por arriba de los próximo días sin mirar el fallo del TAS por el que le podrían descontar puntos a Chile, hoy en el cuarto lugar en la tabla.
Los 90 minutos del jueves, se sabe, son cruciales. De ahí que todo lo que hizo desde la asunción conduce a Uruguay: está orientado a un partido aunque, de fondo, la planificación incluye la construcción de una Selección con una marca de agua. Una proyección de largo aliento que se revela, por caso, en las reuniones con Lautaro Martínez, Juan Foyth y Giovani Lo Celso, todas cartas a futuro. Como la reestructuración de las Selecciones juveniles. Todos borradores en construcción para los que, primero, la Argentina necesita encaminarse como uno de los 32 participantes de Rusia 2018.
Desde el comienzo del siglo, el clásico rioplatense se convirtió en un partido definitorio para una y otra orilla. Aunque era lógico: se trataba del último partido del fixture. En tres ocasiones, Uruguay logró el resultado que precisaba para meterse en el repechaje (Eliminatorias 2002, 2006 y 2014). En 2009, Argentina aseguró el lugar en el Mundial de Sudáfrica con el grito de gol de Mario Bolatti, reciente incorporación de Boca Unidos de Corrientes, y el LTA de Diego Maradona. El destino, otra vez, surgirá en el Centenario. Será el lanzamiento de Sampaoli, el que imagina un partido que permita construir una Selección.