“Uruguay, nomás”, alcanzó a decir el Maestro Tabárez luego de apoyarse en su bastón para levantarse del banco de suplentes y festejar el gol celeste. Iban 89 minutos de partido cuando José María Giménez, el zaguero del Atlético de Madrid, saltó más alto que tres egipcios y metió un frentazo bárbaro que valió una victoria. Antes había pasado poco: dos disparos de Edison Cavani, uno devuelto por el palo y el otro por las manos del arquero Mohamed El Shenawi. Y una defensa granítica del Egipto de Cuper.
Uruguay dio su primer paso en Rusia a su estilo, más allá de que sea el primero en un debut mundialista desde México 1970. Mostró pocas virtudes más allá del empuje de Diego Godín y la insistencia de Cavani. Pero lleva el sello de su historia. Para Tabárez, con 71 años, es el cuarto Mundial como entrenador celeste, el tercero de manera consecutiva. El partido de este viernes bien pudo ser el del estreno en Alemania 2014 o también el de Sudáfrica 2010. No sólo porque son casi los mismos nombres, a excepción del mediocampo. Este equipo repite la fórmula: no genera demasiado juego pero se basa en la historia y en el peso de sus figuras. Pueden dar fe los uruguayos que desde las tribunas del Estadio de Ekaterimburgo se ilusionaron al grito de volver a ser campeones “como la primera vez”.