Como toda historia, la de Juliana Gómez tiene sus singularidades. Jugaba en Argentino de Merlo, era defensora y amaba el fútbol. Tenía fascinación por Juan Román Riquelme y era hincha de Boca. Vivía en Agustín Ferrari, localidad de la Provincia de Buenos Aires. Quería estudiar medicina. Tenía 20 años cuando volvía en un auto particular después de haber perdido 1 a 0 ante Atlético Rafaela por el torneo de Primera C. Iba junto a tres compañeras y el conductor, también jefe de prensa del club. Había viajado más de 600 kilómetros desde la madrugada anterior al 8 de octubre, fecha de su muerte. Su vida se frenó a la altura del kilómetro 128 de la Ruta Nacional 9. A siete meses del fallecimiento, Marisa, su madre, pelea para que no haya más Julianas Gómez en el fútbol femenino: «Lo que me empuja a seguir adelante es que esto no vuelva a pasar».
El modo que Marisa eligió para canalizar el dolor y evitar que la historia de su hija se repita con otros nombres fue crear una fundación para las futbolistas. «Desde la muerte de Juli no cambió nada. Siento que ayudar a sus compañeras y a quienes tienen pasión por la bocha es una forma de abrazarla», dice sobre el proyecto cuyo objetivo es dar sostén legal, psicológico e incluso material para las deportistas. La personería de la ONG ya está en trámite, pero Marisa está en la búsqueda de un espacio físico desde el cual se pueda empezar a trabajar.
«Necesitamos adentrarnos en los problemas que hay en el territorio. La idea es ser un nexo con la AFA para que podamos decir tal club necesita esto o aquello», detalla sobre los puntos centrales de la fundación. También imagina una casa de futbolistas donde se puedan brindar cursos de capacitación para determinados oficios y clases de apoyo para aquellas deportistas que necesiten terminar la primaria o la secundaria. La iniciativa, además, procura institucionalizar una política a largo plazo con un proyecto –la Ley Juliana Gómez– que obligue a la AFA a destinar recursos para garantizar determinados derechos básicos, como el transporte seguro para los viajes en cada partido.
El objetivo inmediato es conseguir un predio o un lugar concreto. Merlo es la zona ideal, pero puede construirse el primer espacio desde otros barrios o localidades cercanas. «Los argentinos somos de corazón noble y confío en que pueda aparecer alguien con un ofrecimiento», se entusiasma Marisa, quien arrancó una campaña en redes sociales para cumplir su proyecto. Entre otras voces, Fernando Signorini, Titi Fernández, Ángel Cappa y Leonel Gancedo pusieron el cuerpo para potenciar el reclamo de la madre de Juliana Gómez. «Sería maravilloso aunar esfuerzos y pedidos para que se pueda lograr este propósito maravilloso», invita el preparador físico, que trabajó junto a Diego Maradona, en uno de los múltiples apoyos en el Instagram: «Todo por Juli». Marisa no pretende que nadie le regale nada, sino que espera poder recibir un empujón inicial hasta que la fundación consiga sus recursos. Su fantasía es instalar una sede en cada una de las provincias del país.
«Cualquier particular o empresa que tenga un local en desuso lo puede prestar hasta que podamos costearlo», explica y también señala que podrían recibir un terreno, ya sea vía donación, préstamo o con alguna financiación. «La emoción me supera cuando alguien nos manda algún video. Esos 30 segundos de su vida es un apoyo terrible», agradece sobre los distintos apoyos que hacen crecer la expectativa de alcanzar el objetivo.
Hasta ahora, la AFA mantiene contacto con Marisa a través de Paula Ojeda, gerenta de Equidad y Género. La idea tuvo buena recepción y demostraron interés. Aunque el lugar sigue sin aparecer. También dice que tiene diálogo con Argentino de Merlo, equipo al que descartó iniciar cualquier demanda legal. «Hay muchas chicas en el club y es una ayuda para salir de la calle. No quería arruinar el lugar donde mi hija estuvo tanto tiempo y amaba tanto», explica la madre de seis hijos, tres mujeres y tres varones. Cuenta que el fútbol siempre estuvo presente en su familia. Ella misma jugó hasta el cuarto mes de embarazo de Paul, el más joven de los varones al que le pusieron ese nombre por Caniggia.
Desde la muerte de Juliana, Marisa también recibe mensajes de afecto y aliento. Muchas jugadoras la ven como su representante. «Sienten que soy su voz. Es muy fuerte y maravilloso. Me da mucha energía», dice. Para su hija, el fútbol era un espacio de alegría, era el juego que le permitía salir de la oscuridad y dejar de pensar en Leandro. «Ese fue su primer quiebre», recuerda Marisa. El quiebre: la muerte de Leandro, su hermano, por una aplasia medular. Sucedió un 8 de octubre, el mismo día que falleció Juliana, pero de 2006. «Ella siempre me había dicho que el fútbol la sacaba de la depresión. Sé de cerca lo que se siente y lo que viven muchas chicas. Me motiva seguir luchando –explica– por todas estas compañeras. Y para que no pase nunca más». Algo de eso ya ocurre cada vez que un equipo decide desplegar una bandera en homenaje a su hija. «Juliana Gómez. Prohibido olvidar», dice el cartel. Es un recordatorio de la desidia y el abandono institucional en el que todavía se juega en el Ascenso del fútbol femenino. «