“Imagen del Jardín prometido a quienes temen a Alá: habrá en él arroyos de agua incorruptible, arroyos de leche de gusto inalterable, arroyos de vino, delicia de los bebedores, arroyos de depurada miel”.

Corán, Sura 47, verso 15

Hola, ¿cómo están?
Falta un día para que empiece el Mundial. Es mediodía de sábado en Doha y está nublado aunque es algo que me cuesta determinar por la fuerza penetrante del sol de Medio Oriente. El mar está calmo en la bahía, pasa algún yate, hay un silencio de pájaros acá. Un día más en La Perla.

Es probable que en estas horas hayan visto algunas imágenes del Metro de Doha, su tecnología japonesa y su lujo qatarí, los trenes sin conductores y con vagones VIP que por ahora mantienen sus puertas abiertas al menos como exhibición. Son 76 kilómetros de las tres líneas construidas -la verde, la amarilla y la roja, y una cuarta, la azul, proyectada para 2026- con 37 estaciones límpidas, algunas de ellas extendidas bajo la arena del desierto.

Ayer hubo un problema técnico. Ya había oscurecido en la capital del Mundial de fútbol cuando comenzó a desalojarse la estación Corniche, línea roja, pegada al fan fest. Un aluvión de gente tuvo que caminar desde ahí hasta la siguiente parada, la habilitada, West Bay, mientras en el cielo se iluminaba el holograma de una copa del mundo.

Esa salida, que remitía a imágenes de regreso a casa después de una jornada laboral en horas pico porteñas, y que iba a incluir un rato después la descompensación de un ómnibus como para agregarle más complicaciones, mostraba en realidad cómo la cercanía del Mundial comenzaba a poner a prueba la organización qatarí para el transporte de los hinchas. Son las vallas que están dispuestas de manera laberíntica en los ingresos de las estaciones como previsión de que esto desde mañana puede desbordar.

A diferencia de otros Mundiales, lo que se ve -lo que ví y lo que vimos- no son torrentes de hinchas de todo el mundo. No es que no estén pero por el momento quedan disueltos entre indios, nepaleses, bangladeshíes, quizá algunos locales, que muestran sus camisetas argentinas y brasileñas, bastante repartidas. “Estamos de invitados a un Mundial árabe, no entendemos nada”, me escribe por WhatsApp un amigo mientras me envía un video tomado en el Souq Waqif, el mercado tradicional del centro, donde en una montonera se canta y se grita mientras se agitan banderas palestinas.

Que se trata de un Mundial árabe se exhibe como en ningún otro asunto en la guerra de la cerveza. La venta de alcohol era un asunto problemático desde que comenzó a organizarse Qatar 2022. La FIFA tiene un contrato con la multinacional belga AB InBev, propietaria de Budweiser, que se calcula en 75 millones de dólares. Es uno de sus principales patrocinadores, a los que cuida de manera celosa. Hay historias de esto. En Sudáfrica 2010, la policía detuvo a un grupo de promotoras que estaban vestidas de naranja en los alrededores del Soccer City antes de un partido entre Holanda y Dinamarca. Las acusaban de hacer publicidad encubierta de Bavaria, otra cerveza, y en los estadios de la FIFA sólo puede haber publicidad de Budweiser.

Brasil aceptó cambiar sus normas para que se pueda vender cerveza en los estadios, lo que estaba prohibido en el Estatuto del Hincha. La Ley General de la Copa del Mundo fue una imposición de FIFA al gobierno de Dilma Rousseff. Incluía también exenciones impositivas y acceso a los estadios para jubilados y estudiantes. Pero, sobre todo, derribar la ley seca en las canchas, lo que fue resistido en el Congreso por diversos sectores, entre ellos los evangelistas.

La FIFA ganó esa vez, como ganó siempre frente a los países, frente a los estados, a los que considera menos poderosos. En un Mundial la ley es la FIFA, que avisó incluso a Washington con su política de visas para 2026. Hasta que llegó Qatar, que acaba de hacer valer su ley y su tradición.

El alcohol no está prohibido en Qatar como sí lo está en otros países musulmanes. Se puede conseguir en algunos hoteles y restaurantes. Es carísimo, sobre todo para el cambio argentino. Si lo llevás a pesos, una cerveza te puede salir más de cinco mil pesos. Habrá bares, incluso lo tendrá Budweiser. Pero no se puede beber en la vía pública. Hay ciudadanos con licencia para comprar y locales con licencia para vender. Y hay interpretaciones distintas respecto al consumo de alcohol, una forma de pecado según el Corán, lo que contamina cuerpo y mente. Aunque está la cita de Mahoma, el profeta, donde se puede observar una línea entre el exceso y la moderación, el beber por placer. Hay una palabra árabe para el vino que es khamr y que podría leerse como algo que intoxica, lo que se extiende a otras bebidas alcohólicas. ¿O Mahoma sólo se refería a lo que sale de la uva y los dátiles?

No habrá vino en las canchas. Tampoco habrá cervezas más que esos engaños llamados cervezas sin alcohol. La preocupación es de la FIFA, de su sponsor y de los hinchas occidentales, sobre todo de los europeos, para los que varias pintas antes y durante los partidos es parte del ritual. Aquella publicidad de que lo que importa es la cerveza no le cabe a otros. Al Mundial árabe no le importa la cerveza.

Hasta la próxima carta,

Ale