El gol -definió alguna vez el escritor uruguayo Eduardo Galeano- es el orgasmo del fútbol. También puede ser una oportunidad. Un momento en el que las miradas se detienen en el goleador. Sobre todo si es en un partido internacional. Algo de eso pensó el también uruguayo Mathías Riquero, mediocampista del Temuco de Chile. Riquero marcó el primer gol en la victoria ante Estudiantes de Mérida por la primera ronda de la Copa Sudamericana y lo festejó de una manera especial: corrió hasta la tribuna local, pidió prestada a un hincha una bandera mapuche y la hizo flamear con una sonrisa enorme. «Estaba meditado. Ya lo venía pensando hace un tiempo. Como es la primera vez que el equipo juega una copa internacional, era el momento. Me tenía mucha confianza. En el calentamiento previo había visto la bandera y dije: ‘Si llego a hacer un gol me acerco y la mando'», explica el volante que juega hace seis años en el país trasandino.
Temuco es una ciudad ubicada al sur de Chile, capital de la región de la Araucanía. Tanto la ciudad como el club tienen una fuerte identificación con la cultura mapuche: su mascota y los colores de su camiseta tienen sus raíces allí. Marcelo Salas, el ex goleador de River que también tiene ascendencia mapuche, es el dueño del club. En ese contexto, se gestó la idea del festejo de Riquero: «Sé la repercusión que tiene el fútbol y más en la Sudamericana, un torneo internacional. Quería solidarizarme con el pueblo mapuche. Nuestro club está muy identificado con los mapuches: muchos hinchas, muchos jugadores, hasta nuestro capitán tienen raíces mapuches. Fue un humilde homenaje, un pequeño gesto para visibilizar lo que pasa».
Riquero nació en Montevideo, en 1982. Pero juega en Chile -primero en Ñublense, luego en Iquique- desde 2011. Hace algunos años se nacionalizó chileno. Y, en el sur de ese país, aprendió a descubrir la cultura del pueblo mapuche, que tiene una presencia muy marcada en esa zona. «Nos gusta mucho su cultura, su manera de vivir, su fuerza, su lucha. La gran mayoría me agradece por el festejo, pero la verdad es que es un pueblo que ha sido resistido. En estos momentos sobre todo la están pasando muy mal», asegura. Y sigue: «La historia de los pueblos originarios la fui descubriendo acá. Cuando tengo la posibilidad, salgo a recorrer acá la Octava Región, donde hay muchas comunidades. Hablamos, nos vinculamos, preguntamos. Falta mucho por investigar para nosotros como familia pero nos gusta aprender».
El primer club en el que jugó Riquero es Villa Española, un humilde club de Montevideo al que lo envuelve un microclima especial: en los últimos meses, por caso, inauguró una bibiloteca adentro del vestuario, se dictó un taller de violencia de género y organizaron una salida al teatro para todo el plantel. Su capitán es Santiago «Bigote» López, uno de los principales impulsores del movimiento de futbolistas Más Unidos que Nunca, que durante el año pasado se animó a plantarse ante el poderoso Francisco «Paco» Casal y la Asociación Uruguaya de Fútbol para pedir una mejor distribución de los ingresos en el fútbol y aumentar el salario básico de los futbolistas.
Riquero ya había tenido un episodio que en el fútbol en el que levantó su perfil: en 2009, durante un partido entre Liverpool y Central Español, un remate suyo entró al arco por el lado de afuera del palo. Luego de una larga discusión, el árbitro decidió no cobrar el gol. Lejos de quejarse, se alegró «porque si no hubiera sido feo para todos». Pablo, su hermano músico, le dedicó un tema en su primer disco. Ahora, otra vez por su costado humano y no por su calidad como volante, las miradas se vuelven a centrar en él: «Los futbolistas somos un medio importante y nos cuesta expresarnos por el miedo al qué dirán, pero está bueno poder hacerlo. Yo me quise manifestar por mi admiración y respeto a la causa mapuche. Fue una reivindicación. Fue el primer gol en el estadio Germán Becker. Y lo festejé con una bandera mapuche: va a ser algo histórico para toda la ciudad».