El 28 de noviembre, el gobierno argentino autorizó por decreto las subas de peajes de casi el 33% a partir de 2019 bajo el argumento de la devaluación y la caída del tránsito. Al día siguiente, en Paraguay, Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, confirmó que River-Boca jugarían la final de vuelta de la Copa Libertadores en el Santiago Bernabéu, estadio de Real Madrid. «Esto comenzó con una conversación que tuve con Florentino, con quien me une una gran amistad –contó Domínguez–. Le pregunté si era una idea muy loca, y dos minutos después me dijo que el Bernabéu estaba a disposición». Florentino Pérez, además de presidente de Real Madrid y dueño de casa en la final de la Copa Libertadores, es contratista del Estado argentino. A través de la empresa constructora ACS, la más importante de España, maneja el 30% del Grupo Albertis, que gestiona los principales ingresos a la Ciudad de Buenos Aires: el Acceso Oeste y la Panamericana, además del mantenimiento de la General Paz. La final de la Libertadores en el Bernabéu no se puede explicar sin el triángulo de amistad que construyeron Alejandro Domínguez, Florentino Pérez y Mauricio Macri.
El ingeniero Pérez, arquero y alumno en la escuela de Los Escolapios de San Antonio, renegoció en mayo en nombre de la multinacional ACS el compromiso de inversión de casi 700 millones de euros que Albertis firmó en 2017, un acuerdo que le extendió por diez años el contrato de la gestión de las autopistas. Pérez planteó evitar penalizaciones por falta de inversión, como sufrió ACS en España. El gobierno argentino autorizó meses después el aumento. Florentino le envidia a Macri que haya llegado a ser presidente de la Nación, aunque intuye qué cargo entrega más poder. En 1986 se presentó a las elecciones generales a la presidencia con el derechista Partido Reformista Democrático (PRD). Era el secretario general. Lo votaron 194.538 electores, el 0,96%. En 1995 también perdió, pero la presidencia de Real Madrid y por escaso margen. Cinco años después, en 2000, ocupó el sillón del mítico presidente Santiago Bernabéu. El periodista Juan Carlos Escudier, en el libro Florentino Pérez, retrato en blanco y negro de un conseguidor (2005), escribe que «tiene amigos hasta en el infierno» y que «si el demonio decide hacer una autopista al purgatorio, seguro que se la da a ACS, su empresa».
Que Florentino Pérez, el conseguidor, se haya quedado en la subasta de la Conmebol de Alejandro Domínguez con la final entre los equipos más grandes de Argentina, la primera en 58 años de historia de la Copa Libertadores, es otra carambola entre fútbol, negocio y política. Los fichajes durante su presidencia del colombiano James Rodríguez y el mexicano Javier «Chicharito» Hernández coincidieron con la concesión de obras en Bogotá y México DF, con autopistas y aeropuertos. «El cultivo de las relaciones personales hasta límites inimaginables, la dedicación completa a ese amiguismo tan hispano, siempre en connivencia con el poder político y bordeando el tráfico de influencias, han hecho de este ingeniero de Caminos uno de los personajes más poderosos y ricos del país», lo describe Escudier, quien detalla que Pérez «no delega». Fue José María Aznar, entonces presidente de España por el Partido Popular y espejo político de Macri, el que le permitió en 2000 cancelar una deuda de 270 millones de euros a Real Madrid con la venta de parte de los terrenos de la Ciudad Deportiva, donde River se entrenó para la final en el Bernabéu. Otro tipo de concesiones, quizá menos simbólica que «la Orden del Honor del Fútbol Sudamericano en el grado de Gran Collar Extraordinario» que la Conmebol le entregó en abril a Macri, mucho antes de que no estuvieran dadas las condiciones, según Domínguez, para que la final fuera en Buenos Aires.