Es verdad que los planteos tácticos previos, por suerte, muchas veces se caen apenas empieza a rodar la pelota. Pero esta vez eso no pasó. Desde la decisión de Gustavo Alfaro de dejar a Carlos Tévez en el banco de suplentes, salió el Superclásico que cualquiera se pudo imaginar.
El entrenador xeneize apostó por un mediocampo con el joven Capaldo, el italiano De Rossi y Marcone para formar un bloque defensivo e intentar tapar a Enzo Pérez y, desde allí, el funcionamiento de todo River. Dejó un poco más libre a MacAllister y arriba a los limitados Soldano y a Hurtado, lejos uno del otro.
Del otro lado, Gallardo no cambió nada de un equipo que sabe jugar de memoria. Porque su River es mucho más que tal o cual jugador. Porque sus laterales suben mucho y bien, porque Nacho González por la derecha, De la Cruz por la izquierda y Palacio por el medio abastecen de manera suficiente el peligro que significan Borré y Pratto.
Así, durante todo el primer tiempo River fue el dominador y tuvo las mejores insinuaciones desde el comienzo mismo del partido. Acercamientos riesgosos al arco del bueno de Andrada que le costaron a Boca, entre algunos sustos, las amonestaciones tempranas de Izquierdoz y Lisandro López, y la de Marcone más tarde.
Boca era por entonces puro revoleo para arriba y a buscar la segunda pelota después de los rebotes -y nada más que eso- que podían generar Soldano y sobre todo Hurtado.
La mayor ambición de River, su dominio y tenencia de la pelota, no alcanzaron para marcar una diferencia neta sino más bien una superioridad apenas emocional.
Claro, había que mover las fichas en el complemento para que la imagen deslucida de Boca no se transformara definitivamente en la actuación de un equipo mediocre. Quedaba abierto el interrogante.
No hubo cambios de entrada en ninguno de los dos equipos. Y la cosa empezó igual que en el primer tiempo. River atacando, Boca apenas defendiendo. Hasta hubo un claro penal de Capaldo a Casco que el árbitro Rapallini no cobró y el Monumental estalló con el hit de los estadios en contra del presidente Mauricio Macri.
River seguía combinando bien en tres cuartos de cancha, generando peligro pero sin obligar tampoco a desacoples en la defensa de Boca ni mucho menos a grandes atajadas de Andrada.
A esta altura, si no se trataba de un Superclásico, y encima el primero del duelo copero que se viene, ya el partido era realmente malo.
River volvió a tener sus chances, sobre todo con una media vuelta de Borré en el área que contuvo bien el arquero de Boca. A quince del final empezaron los errores y el cansancio. Entró el pibe Ferreyra en River a jugar su primer choque clásico y entonces sí: Tévez por Mac Allister. Demasiado tarde para que el mayor símbolo de este Boca conservador y conformista pueda cambiar algo.
El tan esperado partido terminó envuelto en un verdadero bodrio. Gallardo se fue con gesto amargo. Alfaro, con una sonrisa, como cuando dirigía a Arsenal y sacaba un buen puntito de visitante.