Para quienes vivimos el básquet más que cualquier otro deporte, este grupo de jugadores que se va hizo realidad nuestros sueños. Así como muchos se imaginan disputar un Mundial de fútbol y levantar la copa o vestir la casaca de su club favorito y hacer un gol frente a 60.000 personas, también estamos los que jugamos de pequeños a convertirnos en el primer argentino en la NBA, ganar un insólito anillo de campeón entre las bestias mágicas o a ganar por primera vez en la historia una medalla dorada con un doble sobre la chicharra.
Esos deseos de pequeño ya se hicieron realidad por culpa de un tal Emanuel Ginóbili. Un flaco, zurdo y narigón que hasta superó esa barrera del sueño, como si eso fuera posible, como si de poderes sobrenaturales se tratara: cuatro veces campeón de la NBA con San Antonio Spurs, 15 años sin interrupciones en la liga de elite, reconocimiento mundial y futuro de Hall of Fame, oro y bronce olímpico, triunfos ante súper potencias (la imbatible NBA, entre ellos), subcampeonato mundial, número uno del mundo FIBA y a todo esto hay que sumarle algo más terrenal, como ganar todo en Europa.
Los últimos 15 años fueron mucho más de lo que se pensaba que el básquet argentino podía dar. Un deporte que supo estar entre los ocho mejores del mundo en épocas anteriores, que vencer a selecciones como Grecia, Lituania o Serbia parecía irreal, una hazaña de proporciones épicas. Este grupo de jugadores (hace tiempo que piden a gritos que no se les diga más Generación Dorada) logró dar vuelta el mundo del básquet y poner, aunque sea por unos años, a la Argentina por encima de esos países donde el básquet es el deporte nacional. Se derrotó a Grecia en su casa y se lo dejó fuera de las medallas en Atenas 2004, a Lituania por goleada en la definición del bronce en Beijing 2008 y a Serbia en el comienzo de ese camino dorado con el doble de Manu (el gol de Maradona a los ingleses para los basquetbolistas), antes de que el tablero se pusiera colorado.
Fueron los primeros en darle un golpe de KO a la NBA y también en su casa, en el Mundial de Indianápolis 2002, con un Manu aún con cabello, en camino hacia los Spurs. A partir de allí, más otros golpes que llegaron luego, Estados Unidos volvió a tomarse en serio el Mundial y los Juegos Olímpicos.
Argentina hizo todo eso, pero, curiosamente, el desorden llegó en casa. Y fueron ellos mismos, liderados por Luis Scola, los que levantaron la voz ante la corrupción en la Confederación Argentina de Básquetbol, enojados por lo poco que se hizo por este deporte con el envión y la difusión que se había logrado. Pusieron todo en orden y no dudaron en empezar de nuevo.
Nunca habrá una generación igual, fuimos unos privilegiados de vivir en la misma época para saber disfrutar de esta maravilla.