Cae la tarde en el Bajo Flores. Unos 100 pibes de siete categorías distintas comparten el mismo descampado para jugar a la pelota. Mientras el técnico de la categoría 2009 le enseña a uno de los chicos el movimiento de manos para hacer un lateral, una madre en un rincón tiene listos los termos con la merienda, una referente pasa ofreciendo números en el talonario de rifas y Daniel Quiroz relata con orgullo cómo consiguieron la tierra para rellenar el espacio y que quede parejo. “Este -dice Daniel- es un lugar de contención, porque además de jugar inculcamos valores y mostramos un comportamiento. Los chicos pasan muchas dificultades y un partido de fútbol es una buena manera de entender cómo respetar al otro”. La escena hoy es en el potrero de Camilo Torres y José Hernández, pero mañana puede ser en el polideportivo municipal de Cobo y Carabobo o en la canchita del barrio Rivadavia I, según marque la suerte, el clima y la disponibilidad. Así funciona hace 12 años el club Bajo Flores.
Algo similar viven al menos 23 “clubes sin techo”, como se autodenominaron, que funcionan en distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires, distribuidos en siete de las 15 comunas del distrito más rico de la Argentina. Llevaban años trabajando en la contención de los pibes de su propia zona sin conocerse. Hasta que el mes pasado trascendió una noticia que los unió: el gobierno porteño le cedió cuatro hectáreas del Parque Sarmiento al exclusivo Belgrano Athletic Club para que construya y utilice tres canchas de rugby, en una concesión renovable de 5 años. Se trata de uno de los clubes más tradicionales de la Ciudad, con espacios propios en Belgrano y en Pilar. Para ser socio se necesita una carta de recomendación de dos socios y la cuota mensual es de unos 5000 pesos. El convenio trascendió porque el propio club subió la novedad a su página web a principios de abril: “el sueño -decía el portal del Belgrano Athletic- cada vez más cerca de ser realidad”. En la Legislatura recién este jueves se aprobó un pedido de informes. Según contó la CD del club a sus socios este mismo viernes, “las novedades relevantes son que en Parque Sarmiento estamos finalizando los trabajos de relleno y nivelación de tres canchas de rugby, que contarán con sistemas de iluminación de última generación”.
Desde la Subsecretaría de Deportes de la Ciudad informaron que se trata de “un espacio a revitalizar que está abandonado desde hace tres años, cuando la concesión anterior del Driving del Golf dejó el lugar”. Y remarcaron que además de la contraprestación de las construcción de tres canchas de rugby “deberá llevar adelante actividades de fomento del deporte”, y estará obligado a construir dos canchas de fútbol nuevas, con baños y vestuarios para uso público.
Vecinos señalan que la privatización del parque cada vez es mayor y que hay abandono de los espacios públicos. Allí también coexisten una carpa enorme donde funciona el circo de Flavio Mendoza, con entradas de mil pesos, ocho canchas de paddle para la explotación de un privado y un predio de 14 mil metros cuadrados con once canchas de fútbol sintético, con estacionamiento y bar propio, a cargo de Sebastián Battaglia, el exfutbolista de Boca. “Todo lo que es público está abandonado. Y todo lo concesionado funciona. La política -dice Pablo Ortíz Maldonado, comunero por el Frente de Todos de la Comuna 12- es abandonar para concesionar. La prueba es el estado deplorable de un anfiteatro histórico, en el que llegó a tocar Sui Generis”.
La bronca por las hectáreas otorgadas a un club que ya cuenta con dos predios corrió la cortina para ver una problemática que existe hace al menos una década. El 16 de abril pasado la Federación de Organización Deportivas de Argentina (FODA) presentó una nota a la Subsecretaría de Deportes de la Ciudad para pedir la cesión de un precio para los clubes sin techo. Llevaba la firma de diez instituciones. Un mes después, se sumaron trece. Son más de dos mil familias contenidas en 23 clubes, de los cuales tres tienen personería jurídica, doce la tienen en trámite y ocho aún no tuvieron posibilidad de avanzar con los papeles. Fútbol, hockey, boxeo, rugby, vóley, básquet, patín, kickboxing, artes marciales, handball, actividades culturales y educativas son las múltiples ofertas que tienen los clubes sin techo.
“Nosotros empezamos trabajando con los clubes de barrio propiamente dichos. Casi todos tienen más de 50 años, su inmueble y un largo recorrido. Pero -explica Guido Veneziale, presidente de FODA- se nos empezaron a sumar estos clubes de barrio, escuelitas deportivas que hacen sus actividades en canchitas, potreros, o instalaciones municipales. Y empezamos a ver que eran una categoría propia, y surgió este nombre: clubes sin techo. Son clubes que no realizan deportes con dignidad porque no tienen un baño siquiera para ofrecerle a los pibes”. La sostenida crisis económica, sumada a la utilización del espacio público en el marco de la pandemia, parece ser el caldo de cultivo para estos nuevos clubes. El listado ya está en manos de los funcionarios de la Ciudad, que se comprometieron a entregar material e incluirlos en el Registro Único de Instituciones Deportivas.
En la plaza Unidad Latinoamericana, en el corazón de Palermo, hace seis años funciona el Club Medrano Palermo. Se fundó luego de que un grupo de mamás presentara quejas en el CGP del barrio porque los pibes más grandes no dejaban jugar a los más chiquitos. “Empezamos con una hora semanal, con clase de fútbol y merienda. Ahora -dice Amira Stegman, su presidenta- sumamos horario seis veces por semana con patín, boxeo y artes marciales. Fuimos creciendo. En 2018 sacamos la personería. Y alquilamos un localcito, nuestra sede social, en Costa Rica 4128”. Además del deporte, en el club Medrano hay entregas de viandas y bolsones y talleres con perspectiva de género para que las adolescentes tengan acceso al ocio, la salud y el deporte. “Esto es Palermo. Pero también viven laburantes. Hay mucho vecino que se copó con la propuesta y que siente pertenencia por la plaza. Pero además son familias que no podrían pagar la cuota de GEBA para sus hijos”, explica Amira. El club se financia con una cuota social voluntaria de unos 150 pesos, además de actividades culturales, rifas o donaciones.
Vanesa Coria es la presidenta de la Escuela Deportiva Villa Pueyrredón, el club con personería en trámite que funciona en la plaza pública que está pegada a la estación del tren. Cuenta la anécdota con gracia, por el paso de los años, pero la bronca aún se percibe: “Nosotros arrancamos en la cancha de básquet y de fútbol para niños de 6 a 12 años. Pero se empezaron a sumar los hermanitos, que ni llegaban a que la pelota tocara la red del aro. Era frustrante. Así que hicimos un festival para juntar plata y comprar aros de minibasquet. Los conseguimos por Mercado Libre, pedimos un camión prestado y los trajimos. Los dejamos en la canchita para instalarlos el fin de semana. Total, por tamaño y peso era difícil que se los lleven”. Pero no: se los llevó el propio Gobierno de la Ciudad, porque no se puede intervenir el espacio público. Después de semanas de pelea, devolvieron los aros que aún están instalados. Por la pandemia las actividades de la Escuelita están paradas. Por una cuestión de cuidados, pero sobre todo de espacios. “La plaza está llena de gente todo el día. Como no tengo la exclusividad del espacio -explica Vanesa- no puedo llevar a cabo la actividad. Cuando la gente trabajaba y los chicos iban al colegio, había menos gente, era más fácil pedirles que nos dejaran el lugar. ¿Ahora cómo hago?”.
Con personería jurídica, desde la Escuelita juntaron 1500 firmas de vecinos pidiendo el uso y goce de un predio ocioso a dos cuadras de la plaza, un club expropiado por la Ciudad hace 10 años, el ex Club Sparta. Por ahora sin respuesta. “Mientras tanto -dice Vanesa- los pibes llevan una vida sedentaria, chateando con desconocidos y creyendo que tienen amigos de verdad. Pero las redes sociales generan falsas creencias. El deporte construye lazos reales”. Esa es la pelea.