El 8 de mayo pasado, a las 21.19, Macarena Sánchez tuiteó: “Seamos más amables”. Y cerró la frase con un emoji de corazón. Era sólo un título porque lo que posteó fue el relato breve sobre cómo un año antes le habían diagnosticado depresión. “Me atrevo a contarlo hoy -escribió- porque creo necesario generar conciencia sobre este padecimiento que puede afectar a cualquier persona, sin importar la edad, el género o el estatus social”. Habían pasado algo más de dos años desde que Macarena se convirtiera en el nombre propio de la lucha colectiva por un fútbol femenino profesional. Su reclamo judicial por derechos laborales a la UAI Urquiza -el club donde jugaba y que pretendía despedirla- resultó el fuego final para que meses después, en marzo de 2019, la AFA determinara que en la Primera División de mujeres al menos ocho futbolistas por equipo cobraran un salario básico equiparable al de la Primera C de los hombres. Faltaba mucho todavía, pero era un salto vital para el movimiento feminista, la marea verde de la cancha y la calle.
Hay otros nombres en ese camino. Está Mónica Santino, que organizó el club La Nuestra en la villa 31, el lugar donde esta semana el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires desalojó de manera violenta la toma «Fuerza de Mujeres» en la que habitaban víctimas de violencia de género. Está Evelina Cabrera, que de vivir en la calle llegó a fundar la Asociación Femenina del Fútbol Argentino (AFFAR). Están Las Pioneras, la selección argentina que le ganó 4-1 a Inglaterra en el Mundial de México 1971, rescatadas con justicia por la periodista Ayelén Pujol. Está Mara Gómez, la jugadora trans que rompe barreras. Están los barrios y sus organizaciones. Como La Poderosa, que acaba de inaugurar el polideportivo Diego Armando Maradona en Zavaleta. Ahí al fútbol lo juegan las pibas, los pibes, las personas trans y quienes lo deseen. En los partidos que organiza La Poderosa se juega al fútbol mixto desde siempre. El fútbol como deseo y nada más.
Cuando Macarena Sánchez hizo pública su depresión había pasado un mes desde el suicidio de Santiago «Morro García», el jugador uruguayo de Godoy Cruz. Y entonces, todos a hablar sobre la salud mental de los futbolistas hasta que llegara el próximo tema. El Morro había contado tiempo antes sobre su depresión en una entrevista con el canal TyC Sports: «Hubo momentos en que la pasé mal, pensé en dejar a jugar al fútbol. Un día mi hermano vio la manera en la que estaba viviendo. No prendía la luz de mi casa, estaba deprimido, no quería jugar más. Hubo muchas situaciones que me sobrepasaron».
Macarena, que hoy es jugadora profesional de San Lorenzo y además es directora ejecutiva del Instituto Nacional de Juventudes, sacudió otra vez esta semana al contar su experiencia con la depresión en una charla con FIFPro, el sindicato internacional de futbolistas, que en mayo de este año lanzó una campaña global sobre salud mental en el fútbol. Según una encuesta de 2019, el 38% de los futbolistas sufre algún problema al respecto. Pero el propio sindicato sostiene que la cifra de futbolistas aumentó a partir de la pandemia. «Ocurrió en marzo de 2020 -relató Macarena-. Venía sintiéndome bastante mal, aunque no me animaba a comentarlo abiertamente. Ni siquiera en terapia. Empecé a sentir que mi vida no valía, que no tenía sentido. Que todo lo que yo tenía, todo lo que había conseguido, ya no me era suficiente. Tenía ganas de desaparecer, de morirme». Haber puesto en palabras lo que le pasaba -no todos lo consiguen- fue el primer paso para empezar a sanar. Con ayuda profesional, con sus compañeras y su cuerpo técnico, con su club también apoyándola, con un jugador que le contó que la depresión era más frecuente de lo que creía en el fútbol; con ella misma y su valentía, contándolo, tan vital para quienes estén sufriendo ahora mismo. «No somos entretenimiento, somos humanos», dijo la gimnasta estadounidense Simone Biles cuando en Tokio 2020 expuso sus problemas de salud mental. El tema sigue ahí, acá, allá y en todas partes para no olvidarlo.
“Me pone muy feliz ver que formo parte de un cambio, aunque el cambio es cruel”, dijo en este diario Evelina Cabrera. Querer transformar el mundo, luchar por derechos, intentar romper el techo de cristal, devuelve a esas mujeres baldazos de odio. La reacción. Lo que también se convierte en sufrimiento, en dolor, una pena que revuelve la salud. Por dar pelea como mujer futbolista, Macarena, que había ganado cuatro títulos locales y una medalla de bronce en Copa Libertadores con UAI Urquiza, mucho más que los hombres de ese club, tuvo que soportar que pusieran en duda su talento con la pelota. Las críticas pueden ser válidas, el hostigamiento no. Macarena respondió con goles en San Lorenzo. Pero siempre quedan heridas. Ahora vuelve a sacudirnos. El fútbol tiene que generar mejores condiciones para contener esos padecimientos.