Hay un chico que viaja en una ambulancia con un moribundo, un tipo al que un enfermero le hace respiración boca a boca. «¡Se nos va, se nos va!», le grita y le pide que le agarre las patas. El pibe lo hace y el enfermero insiste con la asistencia hasta que el tipo reacciona. «Lo sacamos, lo sacamos», se alegra el enfermero y lo mira al pibe. El pibe podría ser Mauro Piterman, saxofonista, y también escritor, y también hincha de Atlanta, autor del libro de cuentos La novela de Atlanta (El bien del sauce). Y sí, su papá lo llevó una vez a la cancha en una ambulancia gracias a un vecino médico. Empezaba un cuadrangular en el que Atlanta podía ser campeón de la A por primera vez en la historia. «La van a estacionar a un costado –le contaba mientras viajaban–, nos vamos a poner detrás del arco de D’Alessandro, el arquero de San Lorenzo, cerca de los fotógrafos. ¡Lo vamos a poder putear todo el partido!» Lo que sigue es parte del libro de cuentos de Piterman, en el que lo autobiográfico se mezcla con la ficción, todo siempre con Atlanta de fondo.
–¿Por qué sería distinto ser de Atlanta a ser otro equipo?
–Ayer estaba en terapia y hablaba del libro con mi psicólogo y él me decía que había escrito el libro porque, de alguna manera, había dejado a Atlanta en lo malo que tiene Atlanta. Para mí el fútbol es algo que tiene el condimento de la pasión, del fanatismo, y al mismo tiempo es una profunda boludez. Eso cruza al libro todo el tiempo.
–¿Ser hincha es también ser un poco idiota?
–Sí, lo digo incluyéndome. Yo hablo de mi fanatismo y es todo cierto. Es una manera de exorcizarlo. Yo nunca le voy a dejar de dar pelota a Atlanta. Pero no soy el mismo enfermo. Nunca te recuperás del todo. Ahora pierde y me olvido a los dos segundos. Le pude poner una distancia. Hay gente que vive por y para Atlanta. O para River. Eso no lo entiendo.
–¿No hay un poco de sobreactuación?
–Hay algunas de esas cositas que destila el libro. Y es que ser hincha es una necesidad de aferrarse a algo, se parece en un punto a la religión. Si sos evangelista, si sos judío religioso, te tildan de fanático, pero si sos fanático de Atlanta queda como pintoresco. Yo tengo mucha dispersión. Soy músico, vivo de la música, dirijo, toco el saxo, la flauta, el clarinete, me gusta escribir, no me aferro a una cosa. Yo tengo colegas que son saxofonistas o escritores, y yo no termino de identificarme con nada. Atlanta es una cosa más de todo eso.
-En las historias mencionás mucho a tu papá, pero no lo hacés con ánimo de nostalgia, como suele ocurrir cuando se escribe sobre fútbol
-Hay una especie de homenaje, de cariño, pero también de gastada. Es un tipo para gastarlo. Todas esas truchadas que hacía para entrar a las plateas de socios es algo que lo viví y lo sufrí. Ahora me parece una anécdota súper divertida. Para mi viejo más que ir a ver a Atlanta era entrar a la platea de los socios. Es como un chiste medio argentino, como de querer transgredir, esa mirada del fútbol como algo folclórico. A mí me pasa con los cuentos de fútbol que a veces son grises, con una épica que termina realzando al fútbol en lo peor, en la idiotez, porque uno es más que hincha de un equipo.
–Hay también una carta de un tal León a Messi que encierra mucho del humor judío
–Es esa idiosincrasia del viejo judío que es chusma y desubicado. Yo me crié con eso. Un viejo de estos que le rompe las bolas y que cree que Messi le va a contestar. Yo la escribí en serio la semana que Messi renunció a la Selección. Y me imaginaba el contrapunto entre Messi, que no debe saber que es Atlanta ni un judío, con un tipo que le habla de Atlanta y le pide que vuelva.
–¿Cómo reaccionabas con los cantitos antisemitas?
–La identificación de Atlanta con los judíos fue por León Kolbowski, un presidente que tuvimos. Pero hay bocha de hinchas que no son de la colectividad. Y esto es una hipótesis: Atlanta tenía un caudal de mucha gente de la colectividad que migró a Belgrano o a los countries. Y que dejó a Atlanta en el barrio. Pero antes podías cantar cualquier cosa. Ahora sería impensado porque te paran el partido y te sacan puntos. Yo, de todos modos, que fui a colegio judío, siempre me peleé con la cosa persecutoria, nunca me gustó que me encasillen, ese lamento de que vos sos judío y vas a sufrir y tu amigo te va a traicionar. Soy argentino y me identifico con eso. Y con los cantitos a Atlanta nunca me los tomé como algo personal, sino como algo más folclórico. No es desconocer la historia, ni el Holocausto, pero es fútbol.
-Hay cuatro partes sobre «¿Cómo dejar de ser de Atlanta?», ¿te lo planteaste en serio?
-En el primer cuento de esos la escena es real y sentí que estaba grave. Que más allá de que nos estemos riendo ahora, hay momentos aciagos que tiene el hincha, que linkea con cierta cosa existencial. Que parece muy idiota, que si el equipo gana todo ese color cambia, y en realidad no cambia nada. Y si gana después llegará el momento de la insatisfacción. Es recontra capitalista el fútbol en eso, nunca alcanza. No hay lugar para la satisfacción.
–¿La insatisfacción no es el combustible del hincha?
–Sí, no sé cómo hará un hincha de Barcelona. Hay una épica del perdedor y Atlanta en eso es espectacular. Igual, para mí dejar de ser de Atlanta sería como arrancarme un brazo. Pero sí lo pensé, fue un tema de terapia durante mucho tiempo, mi psicólogo me dio una técnica para mirar los partidos, pensar que yo no soy el que juega. Y la verdad es que no sé si a mí el futbol me gusta tanto, me gusta que Atlanta gane.
–Todavía no me dijiste por qué ser de Atlanta es diferente.
–Porque fue uno de los clubes fundadores de la AFA que no volvió nunca más a Primera. Lo que lo hace distinto también tiene que ver con lo judío. Yo tengo otro libro que se llama Pastrón y pepino (2008), en donde hay un cuento sobre una mafia judía inventada, el judío religioso mafioso, lo sitúo en el Once. Es una gastada sobre la idea del pueblo elegido y muchos se ofenden. ¿De dónde sacaste que son un pueblo elegido? Y en eso se asemeja Atlanta. ¿De dónde sale que somos diferentes? Y aun así es cierto que a Atlanta le pasaron cosas tremendas.