Al borde del retiro. Al borde de ya no ser. Al borde dejar la vida de sus últimos 27 años. Juan Martín del Potro estuvo al borde. Se escucha «qué placer verte otra vez». Entra con esa canción a abrir la semifinal de Copa Davis frente Andy Murray. Le gana. Silencia a Gran Bretaña, enloquece a los argentinos. Suma hinchas. Lo ovacionan en la calle Florida y explota en las redes. Enamora, quizás como nunca antes. El romance empezó contra Italia, en cuartos de la Davis, y se intensificó con la medalla de plata en Río. Siguió en el Abierto de Estados Unidos y tuvo su punto máximo este fin de semana.
El magnetismo es porque Delpo está de vuelta con la celeste y blanca, y eso a los argentinos de manual les (nos) encanta. Y él conoce el manual: la bandera, los colores, la Davis, los Juegos son un sacudón de popularidad que el circuito no regala. En parte porque logró pasar esa barrera de frialdad, de distancia, de parecer más suizo que argentino. Se reinventó con su revés y su retórica. La versión madura de Del Potro le permite estar suelto: llora, habla sin cassette, toma el liderazgo del equipo, se la juega, arriesga, emociona y contagia. Es tan argentino como el argentino quiere que sea. Como el llanto de Messi tras el penal a las nubes y la renuncia que no fue, como aquellos calzones que nunca le pudo sacar a Nadal, como volver y buscar revancha.