José Pekerman no quiere mirar. Con la mano derecha se tapa la cara, con la izquierda abraza al arquero José Cuadrado, y Néstor Lorenzo le acaricia la nuca. Es un suplicio, también un ruego, una extensión de las oraciones que había compartido con los jugadores antes de la serie de penales que sacó a Colombia de Rusia, el mismo método que doce años atrás había sufrido con la Argentina. Pekerman era lo último argentino que quedaba en competencia en el Mundial 2018, su cuerpo técnico parece una nostalgia patria, con Lorenzo, con Esteban Cambiasso, con Patricio Camps. Y su apellido, el apellido de Pekerman, es todavía, mucho más a esta hora, una manera de contar el derrumbe de la selección, lo que fue el desmonte de las juveniles. Pekerman actúa como el pasado pero también como horizonte.
Pero esa imagen del final, sobre el césped del Spartak, no era una imagen común en Pekerman, un hombre más atildado, impenetrable en sus emociones. El partido que Colombia empató en tiempo descuento, que llevó hacia el suplementario, valía el desborde. Colombia estiró su estadía en Rusia durante media hora más otra vez gracias a Yerry Mina, a su cabezazos, como había ocurrido contra Polonia y también con Senegal. Si Colombia estaba acá era por él, por el chico que creció en la zona del Cauca, entre la guerra colombiana.
Esta vez no alcanzó para Colombia, que buscaba superar lo que había hecho en Brasil, donde se había topado en cuartos de final con el equipo local. Le tocó enfrentar es partido sin James Rodríguez, su figura. Y Pekerman eligió cuidarse, contener el mediocampo, apostar a soltar a Juan Fernando Quintero por el centro, a Juan Cuadrado por la punta, que la pelota le llegue de algún modo a Radamel Falcao. Inglaterra le respondió con método, con disciplina, moviendo sus piezas, que entraban y salían, Dele Alli, Jesse Lingard, y después Harry Kane y Raheem Sterling, toda esa construcción de Premier League, lo que pasó por las manos de Mauricio Pochettino, el entrenador del Tottenham, antes del Southampton.
A Inglaterra la comanda Gareth Southgate, un hombre de 47 años, prolijo, con su chaleco entallado, que parado frente al banco de suplentes parece estar posando en el 10 de Downing Street. Esa prolijidad es la que tiene Inglaterra. Y sin embargo la sobrepasó Colombia en tiempo de descuento y hasta le pudo haber ganado si Cuadrado, en uno de los contragolpes, se decidía por un centro al área, donde entraban Carlos Bacca y Falcao, y no por un tiro alto, a la noche moscovita.
Pero eso ya es tarde cuando todo se resuelve por penales. Bacca fue uno de los que no pudo en los penales, se lo tapó Jordan Pickford. Mateus Uribe había sido el otro, lo estrelló en el travesaño. Cuando Eric Didier hizo el suyo, una pelota que David Ospina llegó a acariciar, Pekerman se sacó la mano de la cara, un gesto de resignación. Lorenzo lo abrazó, pero Pekerman caminó hacia el campo de juego y saludó a cada uno de sus jugadores, les dio ánimo. Lo palmeó a Uribe, le dijo algo seguramente de aliento, también a Bacca. Abrazó a Falcao. Había una conexión entre los jugadores y el técnico, incluso en ese instante de desolación que marcan una eliminación.
Enseguida volvió la nostalgia. Pekerman, dijeron muchos argentinos, lo escribieron en redes sociales, opinaron en sus columnas, es lo que necesita la selección. Pero Pekerman, que ahora es un tótem, también fue castigado. La foto de su salida se puede elegir entre haber dejado a Lionel Messi en el banco o haber sacado a Juan Román Riquelme para que entrara Cambiasso, o haber sacado a Hernán Crespo para que entrara Julio Cruz. Fue contra Alemania, en cuartos de final, se resolvió en la tanda de los penales. El tiempo alivió las críticas, lo que quedó fue el trabajo paciente que construyó en las juveniles. También una idealización. Su nombre siempre aparece, como también ahora aparecen otros como fórmulas mágicas. No hay fórmulas mágicas. No la tuvo Inglaterra, aunque haya inventado este juego, aunque haya pasado a cuartos en los penales. Tampoco la tuvo Colombia, con Pekerman, con esa mano tapándose la cara.