El recorrido universitario de Sandra Rossi comenzó en la UBA. Estudió seis años medicina y, al recibirse, decidió especializarse; cuatro años en clínica médica y dos años en reumatología. «Era infeliz ejerciendo reumatología. Me preguntaba ‘¿Ahora qué hago?'», recuerda Rossi, que tomó el camino de la medicina orientada al deporte, una elección que la motivó a realizar el posgrado en Deportología hasta dedicarse definitivamente a la neurociencia deportiva de alto rendimiento. Su primer paso lo dio en el CeNARD. Allí entrenó por 15 años el cerebro de múltiples deportistas y seleccionados argentinos. Hasta que en 2014 se sumó al cuerpo técnico de Marcelo Gallardo, haciéndose cargo del laboratorio de neurociencia de River. Tras el arribo de Martín Demichelis, Rossi pasó a dirigir el flamante departamento de neurociencia del club. Aunque la doctora Mariela Arangio quedó en el día a día con el plantel, Rossi mantiene varios días a la semana su contacto con los jugadores con el fin de potenciar la mente de los futbolistas que forjaron -y forjan- una época triunfal de River.
-¿Cómo nació tu vocación por la neurociencia?
-No fue fácil. Cuando elegí estudiar Deportología, me decían ‘No vas a conseguir trabajo, te vas a morir de hambre’. Mientras hacía el posgrado, me di cuenta de que tenían razón. Era un ambiente complejo. Había poco espacio para entrar. Entonces empecé a preguntarme qué cosas podía sumar, que no estuvieran muy exploradas en la medicina en el deporte, para hacerme un lugar. Me metí en el mundo de la neurociencia y me apasioné.
-Cuando entraste en ese mundo, ¿con qué te encontraste?
-La neurociencia sólo estaba focalizada en enfermedades neurodegenerativas. No se hablaba mucho del cerebro en el alto rendimiento deportivo. Por eso empecé una búsqueda personal. Conecté con muchos científicos de Argentina hasta que llegué a los laboratorios del Conicet, donde me ayudaron a seguir este camino. Ahí encontré esas áreas de investigación donde pude trabajar con cerebros estándar. Es decir: cerebros de personas sanas.
-Tu inicio en la neurociencia ligada al deporte fue en el CeNARD.
-Ahí tuve mi primer laboratorio de neurociencia especializado en el deporte de alto rendimiento. Al principio analizábamos al deportista desde la oftalmología: solamente mirábamos la parte visual. Qué es lo que recibía el deportista para tomar una decisión. Con el tiempo, lo visual se transformó en una mirada más amplia, donde no sólo es la visión, sino que es el cerebro y el cuerpo quienes toman decisiones.
-¿Costó cautivar al deportista para que entre al laboratorio?
-Fue una experiencia dura. Lo que hacíamos era una disciplina que no se conocía en el país. Durante los primeros años, en el Cenard, los deportistas no iban al laboratorio. Toda esa idea que yo tenía, de ese cambio posible, estaba pendiente de un hilo. Tuve paciencia y no me rendí, hasta que hubo un click. Uno nunca sabe quién es esa persona que te va a abrir una puerta y en mi caso fue «Chucho» Acasuso (José, ex tenista, top 20 en 2006). Él fue el primer deportista que llegó al laboratorio. Tuvimos una muy buena conexión y resultados, y empezó a recomendarme con otros deportistas.
-El famoso boca a boca.
-Exacto. El boca a boca es mucho más fácil para generar curiosidad. Cachito Vigil, que entrenaba a Las Leonas, se acercó para conocerme. Desde entonces, ese equipo, previo a cada competencia, venía un mes al laboratorio para realizar entrenamientos intensivos. Se creó ese círculo virtuoso que me dio la oportunidad de entrenar a Los Leones, Los Pumas, Los Gladiadores, a Paula Pareto, etc. Pude tener ese espacio que soñaba: comunicar y hablar sobre la neurociencia en el deporte.
–¿Qué aspecto seductor tiene entrenar la mente del deportista?
-Partamos de la idea que primero se tuvo que correr el velo. Los deportistas están acostumbrados a entrenar su cuerpo, no tanto su mente. Cuando descubrieron que las habilidades cognitivas se podían entrenar de igual manera, gestionando la velocidad de información que te da el juego o logrando estar calmos en una situación crítica, se sintieron seducidos por la propuesta.
-¿Cómo te conoció Gallardo?
-Marcelo se tomó su tiempo para analizarme. Lo conocí dos años antes de que sea entrenador de River. Teníamos reuniones periódicas. Él quería saber de qué se trataba. Pablo Dolce (preparador físico de Gallardo) le había hablado de mí porque me conocía del Cenard. Marcelo iba, miraba los entrenamientos en el laboratorio, hablaba con los deportistas. Nunca improvisó. Se interiorizó sobre el tema.
-Cuando en 2014 conformaste el cuerpo técnico de Gallardo, ¿de qué manera fue trasladar la neurociencia al mundo River?
-Fue disruptivo. No había muchos registros de una mujer ocupando un cargo en cuerpos técnicos del fútbol argentino. Era un doble desafío porque, además, había que entrenar los distintos cerebros de los jugadores que constituyen un equipo. Tratar de sincronizar esos cerebros. Ese hermoso desafío de crear lo que llamo las combinaciones perfectas.
-Armonizar el juego colectivo.
-Claro. Lo que buscamos en River y desde mi posición, trabajando las funcionalidades mentales, es que el jugador lea el timing colectivo para que comprenda que hay algo más grande que él mismo. Más allá de que él tiene la responsabilidad de dar su 100% física y mentalmente, el juego no termina sólo en él, sino que termina en el otro.
–Y en ese desafío, ¿cómo se trabajan los vaivenes de rendimiento del futbolista?
-Los jugadores tienen ciclos. Pasan por una rueda. Hay momentos que están muy arriba. Y otros en los que caen. Algunos salen con facilidad de esos pozos. A otros les cuesta un poco más. Entonces suceden cosas que exceden al talento del jugador. Hay una alquimia del futbolista que hay que detectar. Desde mi rol busco trabajar las debilidades cognitivas para que se ajusten a las necesidades del equipo.
–¿Desde dónde se trabajan esos momentos bajos de los jugadores?
-Desde el compromiso de los futbolistas. Las habilidades cognitivas se miden y ellos pueden testearlas. Cuando logran tener ese registro de sí mismos, se adueñan de variables que les indican cómo está su atención y su velocidad de reacción. Si están alejados de esas marcas máximas, se entrenan para mejorarlas.
-¿Hay variables que se escapan a la hora de medir?
-Si. A mí no me gusta sacar grandes conclusiones diarias porque el testeo de datos es una foto de ese día. El jugador en ese momento puede tener atrapada la atención en otra cuestión y puede saltar una variable que no lo esté identificando. Me cuestiono la idea de que todo es medible. Creo en la parte hiperhumana del juego. Que está escondida y solapada y que no sé si podremos develar completamente. Hay situaciones que suceden en la cancha. Y ese entorno modifica al jugador.
-Hace nueve años que formás parte de una de las épocas más ganadoras de River, ¿cómo trabajás desde la neurociencia el convivir con las instancias decisivas?
-A la mente le encanta divagar. Estamos mucho tiempo fuera del tiempo presente. Lo que tratamos nosotros es conectar al futbolista con el día a día. Antes del partido contra Estudiantes, en el que salimos campeones de la Liga Profesional, ejercitamos el estar conectados con lo que está sucediendo ahora, porque es ahí donde uno piensa en el entrenamiento de hoy y en dar lo mejor de sí. Eso, como consecuencia, incrementa las posibilidades del éxito porque mejora la preparación previa del futbolista.
–¿Qué tipo de perfil de jugador caracteriza a River?
-Estamos todos inmersos en la genética de esta institución. Desde su forma de comportarse dentro y fuera de la cancha, como su biotipo y sus condiciones cognitivas. Tener medidos a nuestros jugadores nos permite aspirar a una identidad futbolística y personal. Eso se respira en el club y atraviesa a la Primera, a la Reserva y a las inferiores.
–¿Cómo se aplica la neurociencia en las inferiores de River?
-El fútbol es un deporte extremadamente difícil. Nuestro cerebro no está tan desarrollado para ser tan exquisitos con el pie. Sí con las manos. Por eso, en la niñez se ponen en juego muchas conexiones neuronales para lograr tener esa habilidad. Mientras los chicos están en formación, el foco se dirige a su destreza técnica. A los juegos en equipo. Al fortalecimiento de sus conductas. A mejorar su atención durante la etapa escolar. Recién las variables de reacción o de campo visual las comenzamos a desarrollar en quienes llegan a categorías más avanzadas. Pero cuando son niños, debemos preservar su costado lúdico.
–¿Qué impresión te está dejando Demichelis como técnico?
-Martín es una persona muy inteligente y abierta. Preservó lo que había funcionado bien y al mismo tiempo le está dando al equipo su impronta personal. Está armando su propio camino pero respetando y no barriendo la estructura de la etapa anterior. Valoro mucho que no necesita demostrar excesivamente que es alguien distinto, con otras ideas y con otra cabeza. Para mí es su faceta más sólida.
-¿Qué representan los jugadores de River en tu vida?
-Son una debilidad para mí. Ellos vienen al laboratorio que está pegado al gimnasio. Es un espacio abierto, donde entran y salen cuando quieren. Vienen voluntariamente a entrenar aspectos que ellos mismos consideran que deben mejorar o que nosotros le sugerimos. Ahora Mariela está en el día a día: yo vengo 4 veces por semana, aproximadamente, a trabajar con Primera. En esa dinámica, yo los recibo como si fuera una mamá. Hay un cariño, además de un entrenamiento, que es muy lindo de vivir.