Los Mundiales modernos, a partir de Estados Unidos-México-Canadá 2026, tendrán 48 países, 104 partidos y más de una sede. Aunque había entusiasmo legítimo en Sudamérica, parecía imposible que la Conmebol ganara su pulseada para el 2030: no sólo competía contra la Europa occidental, que desde Alemania 2006 no recibía ninguna Copa del Mundo, sino también contra Arabia Saudita, la nueva potencia económica de la industria deportiva. Incluso, aunque no pertenezca a la misma conferencia, el de 2026 no dejará de ser un Mundial en América. Dos ediciones en un mismo continente sonaba imposible.

Es cierto que la Conmebol esgrimía una cuestión sentimental, la del centenario en base a la primera Copa del Mundo, la de 1930 en Uruguay, pero el deporte mundial ya sabe desde 1996 que lo romántico es poca cosa: fue el año en que Atenas intentó recibir, también 100 años después de la primera vez, a los Juegos Olímpicos, pero el Comité Olímpico Internacional eligió en su lugar a Atlanta, la sede de la Coca Cola y la CNN. Al menos, tendría su revancha en 2004.

Como se preveía, la FIFA eligió a España, junto a Portugal y Marruecos, para 2030. Y seguramente en 2034 el Mundial volverá a Medio Oriente, en este caso a Arabia Saudita. La elección de Estados Unidos para 2026, matizada con finas hierbas de México y Canadá, también responde a esa lógica: las anteriores autoridades del fútbol mundial pagaron muy caro su atípica decisión de los Mundiales para Rusia 2018 y Qatar 2022.

Los dirigentes de entonces fueron expulsados, investigados o encarcelados, en especial por Estados Unidos, que perdió aquella pulseada y luego actuó como policía del mundo. ¿Por qué la FIFA de Gianni Infantino no habría de tomar nota de cómo terminaron Joseph Blatter y los suyos? ¿Por qué apostarían por Sudamérica solo a cambio de la razón sentimental?

El festejo que hoy esgrimió la Conmebol, es cierto, pareció exagerado: al fin y al cabo, Sudamérica sólo recibirá a tres de los 104 partidos del Mundial 2030. Uno en el Centenario, otro en Argentina (seguramente en River, como en 1978) y un tercero en Paraguay, acaso el gran ganador del día simplemente por ser sede de la Conmebol y país del presidente de la Confederación, Alejandro Domínguez.

Pero hace rato que el fútbol sólo es reivindicativo en el campo de juego. En los despachos ganan los poderosos, los de siempre y los coyunturales. A la alegría popular y callejera de Qatar 2022 –luego segregada por el AFA ID– se le suma esta partecita del Mundial 2030, el último capítulo de romanticismo de los Mundiales, la partecita de la fiesta que nos dejan los dueños de la pelota.