Los líderes populares tienen la costumbre de emerger en octubre. En la segunda quincena, para ser más precisos. Unos días después del Día de la Lealtad y una semana antes del natalicio de Diego Maradona, Juan Román Riquelme demostró -una vez más- por qué es el ídolo popular definitivo. Intercedió entre barras y policías para evitar lo que hubiera sido una escalada de violencia infinita. Quién sabe, hasta evitó una desgracia mayor.

El partido entre Boca y Gimnasia por los cuartos de final de la Copa Argentina, en Rosario, tuvo muchos ingredientes: el primer triunfo de Gago como entrenador de Boca, los cuatro penales de Brey, la lesión de Zenón, la esperanza viva del Xeneize de clasificar a la Copa Libertadores. Sin embargo, todo eso quedó en un segundo plano porque lo trascendente estuvo en el entretiempo.

Una pelea entre hinchas de Gimnasia y plateístas de Boca derivó en que La 12 rompiera un portón y se abalanzara sobre los fanáticos del Lobo. Ante el peligro inminente de una batalla campal, apareció la policía rosarina, que se disponía a apagar el fuego con nafta, como de costumbre. La suerte parecía echada. La violencia habría de ganar otra vez en el mundo del fútbol. Sin embargo, todo cambió cuando apareció él. La figura imponente de Román se hizo carne en la primera línea de fuego y, aún a riesgo de su propia integridad física, logró calmar las aguas.

El ídolo definitivo no tiene que ver con resultados deportivos. O sí, pero no es la única variable. Si no, los equipos que no suelen ganar no tendrían derecho a un ídolo. Román no solo ganó todo como jugador, sino que enfrentó al poder real dentro de su club. Lo hizo sobre el césped, con el mítico Topo Gigio, y lo hizo en las urnas, contra Macri y Angelici, ya dos veces. Más allá de sus aciertos y yerros en la conducción del club, el hincha de Boca piensa y siente que uno de ellos está al mando del club. Y ayer quedó grabado a fuego.

«Para conducir a un pueblo, la primera condición es que uno haya salido del pueblo; que sienta y piense como el pueblo. Quien se dedica a la conducción debe ser profundamente humanista: el conductor siempre trabaja para los demás, jamás para él». Las palabras de Juan Domingo Perón calzan perfecto en la actitud de Román. Un conductor dentro y fuera de la cancha, que obra para el bien de su pueblo. «El bostero» por excelencia defendió a los suyos y, de paso, a todos los demás.

Román bien pudo haberse quedado en el palco tomando mates y fingiendo indignación. Podía haber salido a declarar horas más tarde, en pose de preocupación, repartiendo culpas a la sociedad en su conjunto, con frases tales como «es la sociedad que tenemos» o «lo que ocurre en la sociedad se traslada a la cancha». Y listo. Ni su más acérrimo detractor podía haberle recriminado nada en ese sentido.

Pero Román siente y piensa como el pueblo. No pudo quedarse a mirar. Pensó y se sintió obligado a meterse en el barro; a bajar del palco y colocarse entre la policía y la barra de Boca. De movida, le pidió calma a la policía. Se bancó el gas pimienta sin que se le cayera una lágrima ni se le inmutara el rostro. Fue hacia la barra. El primero que lo vio se quedó paralizado; lo abrazó y volvió sobre sus pasos. El Presidente se metió entre la muchedumbre y los invitó a retroceder. La 12, incrédula ante la presencia mesiánica de su ídolo máximo, retrocedió. Otra vez, fue para el lado de la policía. La imagen de Román tomando el rostro/casco de un policía y llevándolo a la calma quedará para la posteridad.

Román

El ídolo definitivo se jugó la ropa por los suyos. Y condujo a sus soldados en la epopeya. Raúl Cascini y Chicho Serna, tantas veces cuidando la espalda del Diez en la cancha, lo hicieron esta vez en una cruzada que, quizás, no hubieran elegido. Pero ahí estuvieron.

Eso provoca el ídolo: que los demás hagan lo que quizás no harían de otra forma; que La 12 retroceda, que la policía se calme, que empleados del club se metan en el barro, que la violencia sufra una inesperada derrota en las tribunas del fútbol.

Román: «Tener poder es que la gente te quiera»

«Tener poder es que la gente te quiera«, es la definición del propio Riquelme sobre el poder. A cualquier hincha de cualquier club, le encantaría tener un ídolo como Riquelme. Es el sueño húmedo de todo futbolero. Lo fue como jugador y lo es como símbolo fuera de la cancha. El tiempo dirá si lo será también como dirigente. Riquelme demostró compromiso inalterable con los suyos, otra vez. Lo atacarán los mismo de siempre, otra vez, sin saber que así lo enaltecen aún más. Lo defenderán los futboleros en particular y el pueblo en general porque Román tiene el poder del ídolo popular definitivo; porque la gente lo quiere.