Son escenas breves, apenas fotogramas, las señas de la recuperación de la infancia. Como cuando Cleo va en busca de Fermín, el novio que la abandona, y un paredón aparece en el centro de la pantalla, al fondo, después de todo el barro y el movimiento vecinal, sobre la miseria de Ciudad Nezahualcóyotl y bajo los cables de la luz. “El México moderno –dice- se construye con Cemento Cruz Azul”. Un discurso se escucha en los altavoces: “… mejorar la infraestructura de este lugar, dadas por nuestro finísimo gobernador, el profesor Carlos Hank González”. Hay aplausos. Un hombre bala se lanza sobre una red. Más aplausos. Roma, la película de Alfonso Cuarón, está dispuesta en 1971. Hank González podría ser otro nombre dentro de la cartografía política mexicana, pero el gobernador de México, miembro indisoluble del PRI, es también el padre de Jorge Hank Rhon, el dueño de Dorados de Sinaloa, el patrón de Diego Maradona.
El fútbol, como las pintadas, permiten distinguir tiempo y espacio. “Es imposible retratar el México de los ’70 sin incluir la presencia de Cruz Azul; sus camiones, sus bardas y sus muchos campeonatos”, escribió Cuarón en un tuit que acompañó con una foto de la pared cruzazuleña, lo que podría ser un zoom a uno de los escenarios donde se transcurre la película. ¿Se puede pensar la década del ’40 en la Argentina sin La Máquina de River o el San Lorenzo de Farro, Pontoni y Martino? ¿Y la década del ’50 sin el Racing tricampeón o el River hegémonico? ¿Cómo se separa la década del ’60 del Racing de José y de la irrupción de Estudiantes de La Plata? ¿Y qué pudo ser –con todo lo que fue- la década del ’70 sin el Huracán de Menotti, el Boca del Toto Lorenzo y el Independiente de Bochini y Bertoni? El México de Cuarón, ese México de la matanza de estudiantes en Corpus Christi, el México de Cleo, la empleada doméstica cama adentro, se explica también con el Cruz Azul. O con el afiche que aparece en la película, el del México 70, el Mundial de Pelé.
Colonia Roma es el barrio en el que creció Cuarón. Chloe es Libo, su niñera, a la que dedica su película. Y Cruz Azul, el fútbol, es otro lugar de pertenencia. Hay un momento de Roma en el que en la mesa se habla de fútbol americano. Toño, uno de los chicos que cuida Chloe, le dice a Beto, su amigo, que Los Vaqueros ganaron sólo porque Baltimore se confió. Se lo dice así. Beto se lo discute. Baltimore se confió, le insiste Toño, y en pose de gaste, le pregunta: “¿Y tú le vas a Los Vaqueros?” Beto se ríe, le sube la apuesta: “¡Y al Cruz Azul siempre campeón!”. Porque el Cruz Azul, el equipo fundado en la década del ’20 por la Cooperativa Manufacturera de Cemento Portland La Cruz Azul, era el que ganaba.
Cruz Azul nació en Hidalgo, en la ciudad cooperativa, pero un día creció y como el fútbol en México es nómade, no como acá, Cruz Azul se mudó al DF. Al estadio Azteca. Había cada vez más hinchas. El movimiento es clave. En su primera temporada, la 1971-1972, el tiempo de la película, Cruz Azul le ganó el campeonato al América. En su casa. “Hay una curiosidad con su traspaso –cuenta Carlos Calderón, historiador del fútbol mexicano, autor del Anecdotario del Fútbol Mexicano-. El equipo Necaxa, un viejo equipo capitalino fue vendido y convertido en Atlético Español. Sus seguidores, furiosos, no iban a irse con América, que es el equipo odiado por excelencia, ni con Atlante, que por aquel entonces era su rival de clásico. Y mucho menos, estar con el nuevo equipo Atlético Español, que llegó por su amado Necaxa. Entonces decidieron apoyar al cuadro que llegaba de provincia, sobre todo cuando le ganó la final al América. Toda esa gran porra histórica del Necaxa, en su gran mayoría, se fue con Cruz Azul”. Nació un clásico. Cruz Azul no sólo ganó ese año, arrasó en la década, completó un tricampeonato en 1972-73 y 1973-74, y fue campeón también en 1978-79 y 1979-80. Pero Cruz Azul, el equipo que lo ganaba todo, uno de los grandes de México, un día dejó de ganar.
Otra vez Roma, su blanco y negro, sus 65mm: la Señora Sofía se lleva a sus hijos a la playa. También la lleva a Cleo. La cámara enfoca el asiento trasero. Pepe, el más chico de los hermanos, lleva una remera del Cruz Azul. Otro guiño de Cuarón que postea en Twitter una foto de ese backstage. “Filmando ROMA con la camisa de aquel @Cruz_Azul_FC de los 70s que lo ganó todo. ¡Mucha suerte a la máquina hoy!”. Igual que unos días después, con otra foto: “Hoy, como en 1971 el @Cruz_Azul_FC va a ser el campeón de México, ¡Mucha suerte cementeros!”. Ese día, Cruz Azul jugaba la final contra el América en el estadio Azteca. La perdió.
“Es un modelo de opacidad que tiene tres demandas penales por parte de la cooperativa -dijo hace unos días el escritor Juan Villoro, según cita El Economista-. Es gravísimo. Es un equipo que ha hecho un gran negocio con el traspaso de jugadores y que no necesariamente es de los directivos del equipo, sino que es de la cooperativa. El Cruz Azul refleja la opacidad del futbol mexicano”.
Undécimo subcampeonato, séptima final perdida desde 1997, el año del último título. Por esas cosas, en México hay un negologismo bastante extendido, un verbo que se utiliza mucho: cruzazulear. “Incluso lo usa gente que no conoce mucho o no le gusta el fútbol. Significa perder algo que prácticamente estaba ganado, o ser siempre segundo, o perder por culpa de un hecho insólito”, explica el periodista mexicano Manuel González. Hace dos años, un usuario de Twitter, @MauHeRa, preguntó: “Si ya aprobaron “amigovio”, ¿cuándo aprueban ‘cruzazulear’, @RAEinforma?” “#RAEconsultas No está de momento en estudio su incorporación al diccionario”. Esas historias también son México. También son Roma. «