Si es que esta final eterna de la Copa Libertadores no esconde una nueva sorpresa, esta tarde habrá, por fin, un ganador. Un campeón. Los 39 días que precedieron al desenlace en Madrid, sin embargo, dejaron una sensación de derrota para casi todo el ambiente futbolero: jugadores, entrenadores, dirigentes e hinchas reconocen que ya nada será como ese sábado 24, cuando en el aire flotaba la sensación de que algo importante estaba por suceder. Esta larga previa fue un tobogán por el que la adrenalina decayó por el peso propio de los papelones, las suspensiones y una inédita mudanza de la sede a más de 10 mil kilómetros de distancia.
José Luis Palazzo tiene 66 años, es vocal de la Asamblea de Representantes por la agrupación opositora Nuevo Boca, y vio en la cancha las 13 finales que disputó Boca para poder levantar las seis Libertadores que tiene en sus vitrinas. No estará en Madrid. «Al del Monumental no fui porque no se podía y ya me jodía. Ahora me jode mucho, pero no voy. Podría ir porque soy de los privilegiados de esta sociedad, pero no quería ser parte de los extras del espectáculo que supuestamente se le brinda al ‘primer mundo’. Tengo cinco hijos y los cinco viajan. Me dicen que me volví un talibán, pero siento que nos robaron lo más lindo». Palazzo es uno de los casos testigo de los que por primera vez registran situaciones que siempre fueron tapadas por la pasión y el fanatismo.
La Confederación Empresarial de Madrid (CEOE) informó que esta final de la Libertadores generará para la capital española 42 millones de euros de ganancias entre ingresos directos e indirectos. El cálculo, explican, no sólo tiene que ver con el número de visitantes que vayan al Bernabéu, sino con los 200 millones que estiman de audiencia global, considerados como turismo sostenible y de alta calidad. Para los anfitriones, el evento representa casi el mismo impacto económico que una final de Champions League: según datos que entregó Cardiff, que recibió en 2017 a Real Madrid-Juventus, esa final generó ingresos por 51 millones de euros.
«Hay pocas cosas que son nuestras –dijo esta semana Juan Román Riquelme–: el asado, el mate, el dulce de leche y el Superclásico. Nos quitaron esto último. Era nuestra fiesta en nuestro país. Es triste que se juega afuera. La final ya no es lo mismo. Va a ser el amistoso más caro de la historia». La voz del ídolo no fue la única crítica. «Vamos a recordar esto como una vergüenza total», definió Marcelo Gallardo. «Espero que todo esto que pasó sea el 11 de septiembre del fútbol argentino», aseguró Rodolfo D’Onofrio, que además cargó contra la AFA por no defender al fútbol argentino. Carlos Tevez fue un poco más allá: «Es difícil enfocarse en este partido. Yo pensé que era un burro en historia pero me parece que los organizadores me ganaron. ¿Es la Copa Libertadores? ¿En España? Pónganle el nombre que quieran. Esto es cosa de tres locos detrás de un escritorio que no entienden nada».
Así lo viven los protagonistas. Y también hinchas que pasaron horas frente a la computadora para conseguir su lugar, horas en el estadio de su club y sin embargo sólo verán la definición por televisión. «El sábado que fui al Monumental sentí que estaba viviendo algo único, como si estuviera en una película. Ahora lo que más importa –cuenta Federico Bacigalupo, 35 años– quedó en otro lugar, parece un circo. Aprovecharon el incidente de unos boludos para vender otro partido al mundo, es como un desarraigo. Igual, con las horas me puse más nervioso. A pesar del negocio, me sigue haciendo ilusión el fútbol».
El escritor Sergio Olguín estuvo en la ida en La Bombonera. El partido de vuelta lo encontrará en Milan, cerca del Bernabéu. «Voy a estar justo subiendo a un avión. Me enteraré en Buenos Aires del resultado. En un momento pensé en ir a Madrid, pero después me dije ‘qué mierda tengo que hacer ahí, no debería ir ningún hincha de verdad’. Que se juegue en España me parece uno de los momentos más vergonzosos en la historia del fútbol argentino, quizá comparable con la derrota en Suecia 58, cuando nos mostró cuán desastroso era el fútbol argentino. Esto es similar a nivel institucional. Y esto es culpa de Boca y River, que admitieron irlo a jugar a Madrid», dice el autor de La fragilidad de los cuerpos.
De las 10 mil entradas que pusieron a la venta los clubes para sus hinchas, se devolvieron 3000. Acaso sea la muestra más clara de que esta final no será para los fanáticos sino para la industria del fútbol. Luego los tickets se vendieron a través del sitio oficial de Conmebol. En el Santiago Bernabéu habrá un pequeño grupo de hinchas, muchos neutrales que disfrutarán del morbo y una buena porción de exfutbolistas, dirigentes y exponentes de la farándula. Un ejemplo: a uno de los personajes más bizarros del ambiente del fútbol, que durante años trabajó como representante, le regalaron 16 entradas. «Y si pedía 25, se las daban», dice alguien cercano a la organización.
Este sábado, en Madrid, recién se empezó a sentir el color de la final. Unos 500 hinchas de Boca realizaron un banderazo en la puerta del hotel Eurostars Mirasierra para darle aliento al plantel. Unas horas más tarde, miles de hinchas de River se juntaban en la Puerta del Sol, uno de los sitios más emblemáticos de la capital española, para hacer correr la ansiedad hasta que por fin llegue el momento en que la pelota ruede. Después de tres suspensiones, la Copa Libertadores se definirá en Madrid. «
Un viaje que vale casi cuatro salarios mínimos
Ir a la cancha a ver la final de la Copa Libertadores se convirtió en un lujo, un privilegio para aquellos que lograron reunir dinero y días libres para atravesar los 10.045 kilómetros que separan al Monumental de Madrid. Viajar hasta la capital de España para el River-Boca costó por lo menos 45 mil pesos entre pasajes, estadía, comida, transporte y entradas. Representa casi cinco veces a la canasta de indigencia –hoy medida en 9735 pesos– y casi cuatro salarios mínimos –hoy fijado en 11.300 pesos–.
El combo calculado es, sin embargo, un paquete low cost. Está compuesto por tres noches de alojamiento, vuelos que pueden tener más de una escala y demorar alrededor de 20 horas, hoteles populares y comidas económicas –un menú de 12 euros o una cerveza y un pincho por 5 euros– y sin ningún gasto adicional. Algunos de los hinchas llegados a Madrid lograron bajar el precio: canjearon millas acumuladas o sacaron vuelos que pasaron por varias ciudades antes de aterrizar en España.