Puede verse de diversas maneras. Si River necesitaba un partido para curar parte de la herida por la eliminación de la Copa Libertadores ante Lanús, ese partido era contra Boca, un Superclásico. Lo dijo durante la semana el propio Marcelo Gallardo: «Nos va a permitir aliviarnos el alma a nosotros y al hincha». La otra mirada, sin embargo, podría ser que justo ahora, después de una derrota dura -y no fue una cualquiera con la remontada de Lanús y las discusiones por el arbitraje-, tiene que recuperarse con rapidez para que el clásico no lo deje en la lona.
Es cierto que se impone más la primera opción, el desafío. ¿Hay un modo de llegar a un partido? ¿Ganador? ¿En caída para sorprender al rival? No hay fórmulas. Tampoco para River será consuelo después de haber dejado casi a un costado el torneo local y despedirse de una copa en una serie que en algún momento del partido de vuelta ya parecía ganada. Le queda la Copa Argentina (jugará el 12 de este mes con Deportivo Morón por semifinales) y remar en el campeonato.
Gallardo ha demostrado que sabe reinventar a River. Lo hizo cada vez que el plantel se modificó, cuando se fueron jugadores, cuando llegaron otros y debieron amoldarse, pero también lo hizo cuando le tocó enfrentar determinados partidos. Contra Boca, supo aplicar rigor en la marca y menos juego. Pero también tuvo otros con más despliegue, casi asfixiando a Boca, como ocurrió en el último Superclásico en la Bombonera.
Hasta ayer, Gallardo todavía no había definido el equipo. Aún esperaba por la recuperación de Enzo Pérez, que tuvo que salir el último martes frente a Lanús por un dolor en la cadera. Ahí se abren otras incógnitas. Si no está el ex jugador de Estudiantes, las variantes pueden ser Nicolás de la Cruz o Carlos Auzqui. Pero tener a Enzo Pérez es una prioridad.
Más allá de esa definición, lo que estará en juego es el estado de ánimo que acompañará a River, al menos, hasta fin de año. Aunque Gallardo se haya encargado de aclarar que los golpes en la vida son otra cosa. Están en otros lados.