Todo comenzó en Los Tapiales, La Matanza. Allí nació Ricardo Gareca. Disfrutaba ser arquero en Juvencia, su club de barrio, hasta que llegó a las divisiones inferiores de Boca, donde optó por probarse como delantero. Debutó en 1978 en la Primera del Xeneize y luego hizo goles y más goles en Sarmiento de Junín, River, Vélez e Independiente. Pero es el 30 de junio de 1985, en el estadio Monumental, cuando su rol de goleador alcanzó la gloria, al ser el autor del empate agónico frente a Perú que selló la clasificación de la Selección argentina al Mundial de México 86. Luego, las vueltas de la vida lo llevaron a convertirse en el entrenador de la selección peruana en 2015, y dos años después, lograr la hazaña de clasificar a Perú a un Mundial (Rusia 2018), tras 36 años de ausencia en Copas del Mundo. Ya en la actualidad, se encuentra en negociaciones para ser el técnico principal de la Selección de Ecuador, y con 65 años, seguir haciendo historia en tierras sudamericanas.
–En julio de 2022 dejaste de ser el entrenador de la selección peruana luego de siete años, ¿cómo viviste este tiempo sin ser técnico?
–Una vez que me alejé de Perú, me acomodé nuevamente a la Argentina y aproveché a la familia. Busqué relajarme de lo que fue el proceso en la selección peruana. Sin embargo, no me pude escapar de lo que es ser técnico. Traté de ver la mayor cantidad de partidos del Mundial. Observé cuestiones tácticas, predominio y deficiencias de los equipos. Es un hábito y una dinámica de trabajo difícil de soltar.
–Más allá del título y de Lionel Messi, ¿qué enseñanza nos dejó la Selección argentina durante el Mundial?
–Que los cambios tácticos y estratégicos no alteran el estilo de juego. Hay una confusión de que cambiar lo táctico es perder el estilo futbolístico. O que modificar una posición estratégica cambia la convicción de un entrenador. Creo que la Selección nos reflejó que ser flexible tácticamente y cambiar de intérpretes no es perder la esencia de un equipo.
–¿Y en qué cosas notaste que la Argentina no cambió el estilo?
–En la salida elaborada que pregona la Selección. No fue un equipo que se tornó permanentemente a realizar lanzamientos largos, pelotazos cruzados y frontales. Fue un equipo que creció desde el juego asociado. No tuvo excesos de juego directo. Eso es lo que pasó con la Argentina: no hizo cambios drásticos. Mantuvo la característica del equipo.
–¿Por eso la importancia de rescatar la esencia del fútbol argentino?
–El seleccionado demostró que el jugador argentino es ganador y se abre caminos. ¿A vos te parece que, con la historia rica que tenemos, podemos pensar en cosas lejanas o usar la palabra «imposible»? El fútbol argentino necesitaba reencontrarse con su historia y la Selección Argentina rescató la habilidad del futbolista argentino como rasgo.
–¿Cuáles son esos rasgos que caracterizan al jugador argentino?
–Partamos de que Scaloni y su cuerpo técnico hicieron un diagnóstico atinado de las características de sus futbolistas. Desde ahí se ejecutó la singularidad que tiene el futbolista argentino: el talento, la habilidad, el temperamento desde la presión, defensores prácticos, que interpretan cuándo arriesgar y cuándo no. Características que hicieron a lo largo de la historia, nuestra distinción.
–¿Enfatizar en la habilidad es fundamental?
–Sí. La Selección argentina nos hizo sentir representados con su juego porque es un equipo que, desde la habilidad, rompe con lo monótono y lo previsible. Todos los equipos se emparejaron físicamente y en intensidad. Pero más allá de esa cuestión física, uno debe conservar rasgos de uno mismo. Y nuestro rasgo es la habilidad.
–¿Qué pensás de esa puja entre lo esquemático y la libertad del jugador?
–Yo creo en lo programado pero también creo en la creatividad. En la libertad de poder expresarse. En nuestro país no hay un Messi por casualidad. Hay un Messi porque forma parte de una raza de jugadores muy nuestra. He jugado con Maradona y también he visto a Bochini, a Riquelme, entre otros. Hay un gen de futbolista al que debemos darle continuidad. Tampoco debemos perder de vista a esa raza de mediocampistas de desdoble, que llegan de área a área, que hacen goles o los extremos por izquierda y por derecha, rebeldes y habilidosos.
–En relación a Messi, ¿qué te impactó de su Mundial en Qatar 2022?
–Messi me deslumbra por su inteligencia y su liderazgo. Por cómo se fue acomodando con el paso del tiempo. Tal vez no tenga la explosión de antes. Pero si había que retener la pelota, para quitarle ritmo al juego, lo hacía. Cuando había que acelerar, aceleraba. Asistía y descargaba con sus compañeros. Le aplicaban doble marca y en algunos momentos hasta triple marca y salía de esos lugares. Es un jugador especial.
–Volviendo a los genes de los que hablaste, ¿deben promoverse desde las inferiores?
–Claro. Si un formador empieza a condicionar a un chico de ocho años con metodologías de trabajo similares al profesionalismo, nos alejamos cada vez más de donde venimos. Los chicos deben aprender lo básico para perfeccionarse. Saber perfilarse, recepcionar, cabecear, hacer coberturas, anticipar, definir, driblear. Esto hace al futbolista sudamericano. Es quiénes somos.
–En esa idea del futbolista sudamericano, ¿qué rol cumple el potrero?
–En el potrero se suele decir «no seas morfón». Es ahí donde se palpa que los chicos quieren tener la pelota. Entonces, pegar gritos en formativas para que la larguen es ir en detrimento de la cultura que se crea en el potrero. Se debe incentivar la inventiva para sacar talentos en cantidad y no de manera esporádica. Crecer desde la gambeta y el pase para jugar en equipo
–¿Qué consecuencias tiene que se esquematice a los chicos desde edades tempranas?
–Si a un chico desde una temprana edad lo direccionás y le decís «de acá yo quiero que la pelota vaya a este sector y después quiero que vaya para acá», el chico va a hacer su trabajo. Pero ellos a edades menores son una esponja que reciben información y lo hacen propio. Ahí es donde debemos preguntarnos si esta manera de sectorizar al jugador sudamericano nos quita la posibilidad de sacar talentos.
–El año pasado, siendo entrenador de la selección peruana, hablaste sobre la informalidad como crisis socioeconómica que padecía Perú. En ese contexto, ¿qué función social tienen los clubes de fútbol?
–La educación y el deporte son temas esenciales. No están separados. Este combo logra como consecuencia una persona competitiva y de carácter. Cuando uno no compite, la persona se vuelve sumisa. Solamente acata órdenes. Hacer deporte logra provocar rebeldía en las personas. Por eso, tiene que transformarse en una política deportiva, donde el Estado no sea un actor que controle, sino que aporte iniciativas para mejorar las condiciones de las personas.
–¿Qué actores deben estar involucrados en el incentivo de una política deportiva?
–Esto envuelve a los políticos, a los empresarios, a los dirigentes, a los periodistas, a los técnicos. Es el compromiso de las partes. Que tiene el objetivo de desarrollar mejores personas.
–Estás en tratativas con la selección ecuatoriana para convertirte en su entrenador, ¿qué te atrae de su proyecto futbolístico?
–De Ecuador me atrae la calidad de sus jugadores y su infraestructura. Su proyección institucional. Se suele decir que el proyecto depende de los resultados que se den en los primeros cuatro partidos. Y no es tan así. Hay quienes sostienen el proceso, más allá de perder, las presiones del periodismo o las redes sociales. Hay una coherencia dirigencial que rescato y que busca en el campo de juego una identificación. Y eso requiere de tranquilidad para respaldarla. «