Es la primera vez, desde 2010, que Argentina no tiene a un equipo en las semifinales de la Copa Libertadores. Palmeiras, último campeón, enfrentará a Atlético Mineiro, que sacó con baile a River. Y Flamengo, campeón en 2019, se medirá ante Barcelona de Guayaquil, único semifinalista no argentino ni brasileño desde 2017. En la Copa Sudamericana, Athletico Paranaense jugará ante Peñarol y Bragantino hará lo propio contra Libertad. Cinco clubes brasileños entre los ocho mejores de Sudamérica despertaron discursos que “alertaron” sobre el deterioro del fútbol argentino. El Brasileirão -un torneo con 20 equipos desde 2006- y las inversiones millonarias en dólares versus la Liga Profesional sin descensos que tendrá 28 equipos y la economía golpeada por la devaluación del peso. El análisis, simplista, descartó niveles de juego cambiantes en el tiempo y las últimas intervenciones del VAR. Pocos recordaron que el presidente Jair Bolsonaro aprobó por ley el 9 de agosto que los clubes de fútbol pueden convertirse en sociedades anónimas.
Atlético Mineiro acaba de contratar a Diego Costa, el delantero del Atlético de Madrid. En febrero le había comprado a River a Nacho Fernández, entonces el mejor jugador del fútbol argentino. Mineiro es el club más endeudado de Brasil: 233 millones de dólares. La deuda total de los clubes asciende a los 2000 millones. Las Sociedades Anónimas de Fútbol (SAF) en Brasil, como en los intentos de Mauricio Macri en Argentina, traen el mensaje de “ordenar” los números. Y otro implícito, por debajo: que las asociaciones civiles sin fines de lucro son “deficitarias”. La ley de las SAF, que reduce impuestos a empresas y otorga seis años para cancelación de toma de deudas, recibió en dos ítems el veto de Bolsonaro: los que obligan a los clubes-empresas a declarar la identidad de los inversores y los porcentajes de participación. “Impunidad -dicen algunos en Brasil- por transparencia”. Así, una persona-empresa podría ser a la vez dueña de dos o más clubes.
Bragantino, pata sudamericana del conglomerado de clubes de la empresa de bebidas energizantes austríaca Red Bull, dejó en el camino a la semifinal de la Sudamericana a Talleres de Córdoba y Rosario Central. Ascendió el año pasado al Brasileirão. En enero subió Cuiabá, primer equipo de Mato Grosso en primera en 35 años. Cuiabá es el club de los hermanos Dresch, dueños de la fábrica de neumáticos Drebor. Son los modelos de éxito del fútbol-SAF. Pocos recuerdan, en cambio, a União São João, primer club-empresa de Brasil, que dejó de competir en 2014 tras caer a la cuarta categoría de San Pablo. Entre 1993 y 1997, São João había jugado el Brasileirão. Es el club del que salió el icónico lateral izquierdo Roberto Carlos, campeón del mundo en Corea-Japón 2002. Menos aún se cita al Brusque Futebol Clube, fundado en 1987 y ascendido este año a la Serie B, antesala del Brasileirão. Brusque tiene como principal patrocinador a la cadena de tiendas Havan, de Luciano Hang, acusado de impulsar fake news que ayudaron a Bolsonaro a ganar las elecciones. Hang, el financista del Brusque, se define como un “patriota que lucha por Brasil”. En todas sus tiendas hay una réplica de la Estatua de la Libertad.
Ahora son los históricos Cruzeiro y Botafogo, caídos a la segunda división y con deudas millonarias, los que evalúan la “salvación” de la administración privada. Cruzeiro, campeón de la Copa Libertadores en 1976 y 1997, descendió por primera vez en 2019. Tiene una deuda de 185 millones de dólares, la segunda más alta de un club en Brasil. A principios de agosto, 217 de los 224 “concejales” votaron a favor de que el fútbol del club sea manejado por una sociedad anónima. El equipo de Belo Horizonte tiene casi siete millones de hinchas. Cruzeiro es el reverso de los éxitos de los brasileños en Sudamérica. Las eliminaciones de los 13 equipos argentinos que jugaron Libertadores y Sudamericana revivieron pedidos de “equiparar” al fútbol argentino con el brasileño. Incluso a costa de que los clubes dejen de ser de los socios, un patrimonio que superó crisis y que ya pasó el centenario, un partido perdido en Brasil.