El almuerzo del 23 de noviembre de 2013 en el Palacio del Elíseo salió caro. El entonces presidente francés Nicolas Sarkozy recibió, entre otros, a Michel Platini, presidente de la UEFA; al emir catarí Tamim Hamad Al Thani; y al jeque Hamad Ben Jassem, primer ministro y encargado de las relaciones exteriores de Qatar. Ocho días después, la FIFA eligió a Qatar como sede del Mundial 2022 por sobre la candidatura de Estados Unidos. Fue el primer capítulo del FIFAGate: se cree que el expresidente de la federación catarí Mohammed bin Hammam repartió 3,6 millones de dólares para torcer el voto de 30 miembros de la FIFA. Las denuncias y las renuncias en la cúpula del fútbol fueron cayendo de a una, como un castillo de naipes. Pero el Mundial de Qatar 2022 sigue firme, aunque los cuestionamientos vuelven de manera cíclica.
Esta semana el debate se reavivó luego de que las selecciones de Bélgica, Alemania, Holanda, Noruega y Dinamarca, en el arranque de las Eliminatorias europeas, realizaran gestos simbólicos para pedir por el cumplimiento de los Derechos Humanos en Qatar. Los once futbolistas alemanes posaron con una camiseta negra en la que cada uno llevaba una letra que construía la leyenda “Human rights”. “Derechos humanos dentro y fuera de la cancha” fue el pedido de la Selección belga. “El fútbol apoya el cambio” decía la remera que usaron Dinamarca y Holanda. La FIFA decidió no sancionar a ninguna de las selecciones que dejó mensajes políticos, algo prohibido en sus reglamentos. “Pintamos nosotros mismos las letras. Tenemos un gran eco y lo podemos usar de una bella manera», contó el mediocampista alemán Leon Goretzka.
Un informe de fin de febrero de The Guardian indicó que unos 6500 trabajadores inmigrantes murieron en Qatar desde que fue elegido como organizador del Mundial. El artículo, firmado por nueve reporteros que trabajan en la zona, asegura que según cifras de India, Bangladesh, Nepal y Sri Lanka, 5927 trabajadores murieron allí entre 2011 y 2020. Y datos de la embajada de Pakistán en Qatar confirman otras 824 muertes de trabajadores pakistaníes. La cifra puede ser mayor: no incluye a otros países de los que procede mucha mano de obra, como Filipinas y Kenia. Qatar, el país con PBI per cápita más elevado del mundo, construyó desde cero un nuevo aeropuerto, siete estadios, rutas, hoteles y hasta una nueva ciudad. El Mundial se jugará en ocho sedes distribuidas en un radio de apenas 40 kilómetros.
“El punto principal del cuestionamiento es el Sistema Kafala, que es el sistema de patrocinio que rige para los migrantes en la mayoría de los países del Golfo. Este sistema les retiene las visas y, básicamente, hace que el trabajador dependa de su empleador para cambiar de trabajo o de país. Es una especie de esclavitud moderna”, explica María Morena Saione, investigadora en el Instituto Rosario de Estudios sobre Mundo Árabe Islámico y editora de la plataforma El Intérprete Digital, especializado en el mundo árabe-musulmán. Desde 2016, Qatar avanzó en un convenio con la Organización Internacional del Trabajo, que estableció un comité en Doha. Se instaló el primer salario mínimo de la región (275 dólares), pero la situación del visado sigue siendo criticada: los migrantes que llegan de situaciones precarias con la intención de enviar remesas a sus familias en su país de origen deben entregar su pasaporte. La segregación de la mujer y la vulneración de derechos para la comunidad LGTB también aparecen entre los principales cuestionamientos. Las mujeres precisan el visto bueno de un tutor para viajar o estudiar en el extranjero, para tener acceso a los métodos anticonceptivos o para casarse. Y ser musulmán y homosexual es un delito tipificado con pena de muerte o quita de nacionalidad como pena más leve.
“Muchos migrantes trabajan sin descanso, a temperaturas que pueden llegar a los 50 grados. Sufren de falta de comida o de agua potable. No tienen cobertura médica y hay cierta violencia contra estos trabajadores”, aseguró también esta semana Toni Kroos, en un podcast que realiza junto con su hermano. Hasta diciembre de 2010, Qatar contaba con 1,63 millones de habitantes. La construcción de infraestructura para el Mundial llevó la cifra a 2,7, de quienes se estima que 2,1 trabajan como obreros y apenas 300 mil son ciudadanos qataríes. Amnistía Internacional reconoció los avances pero pidió a la FIFA que aproveche “la oportunidad de contribuir a hacer de Qatar un lugar mejor para los trabajadores migrantes”.
Las protestas no solo alcanzan a los actos de los planteles y a las palabras de los protagonistas. En Noruega, el país de la nueva estrella Erling Haaland, se creó una comisión especial impulsada por los equipos de la primera división y la federación. Se estudia un boicot que será tratado en una asamblea en junio. “Haya boicot o no, queremos cambiar las cosas y para ello lo mejor es discutir entre todos cómo debemos hacerlo”, aseguró Martin Ødegaard, del Arsenal, la otra figura noruega. La idea del boicot tomó fuerza tras el artículo de The Guardian. El Tromsø, de la primera división noruega, fue el primero en convocar: “Creemos que si Noruega se clasifica, debemos decir ‘no, gracias’ a viajar a Qatar”.
La idea de un boicot a una Copa del Mundo no es nueva. En 2018, Inglaterra amenazó con ausentarse de Rusia 2018 por un problema diplomático de espionaje. Y en Inglaterra 1966, todos los países de África se negaron a participar por considerar injusto el reparto de plazas entre los continentes. Por fuera de Noruega, el boicot a Qatar 2022 no suena tan fuerte. “Boicotear el Mundial no es la solución. Eso –dijo el seleccionador belga Roberto Martínez– sería darle la espalda al problema”. “Para un boicot, llegamos diez años tarde”, admitió el alemán Joshua Kimmich. Tanto Kimmich como Goretzka juegan en el Bayern Munich, reciente campeón del Mundial de Clubes en Rayán, Qatar. El Bayern tiene entre sus nueve “patrocinadores de platino” al aeropuerto internacional Hamad, de Doha, y a la línea aérea Qatar Airways.
Zahir Belounis, futbolista francés de origen argelino, hizo goles en el ascenso francés y suizo hasta que llegó a jugar a Qatar. El club Al-Markhiya no le quería pagar el sueldo. Belounis quería cobrar, pero su pasaporte estaba en manos de los dueños del club. Entre 2011 y 2013, pasó 19 meses cautivo, sin poder salir del país. La FIFA ignoró sus reclamos. Escribió una carta a Pep Guardiola y a Zinedine Zidane. No tuvo demasiados apoyos. Recién ahora, con el inicio de las Eliminatorias, el mundo del fútbol parece volver a Qatar.
“Tanto Qatar como los países del Golfo no son conocidos por garantizar los Derechos Humanos de su población. Pero hay cierto orientalismo, una brecha entre la Europa occidental que pregona los valores democráticos y que señala a Oriente como lo contrario a la civilización. Hay un doble estándar”, señala Saione para dar contexto a los reclamos que se dieron durante los últimos días. De algún modo, los había anticipado Julio Grondona, ese mismo 2 de diciembre de 2010, después de la votación. “Están todos locos. No saben lo que hicieron”, dicen que dijo cuando se resolvió que el Mundial 2022 se haría en Qatar. Ahora faltan menos de 600 días. Y las entradas ya están a la venta bajo la modalidad “hospitality”, que además del ingreso a los partidos incluye traslados exclusivos, hospedaje, servicio de catering y hasta un souvenir conmemorativo. Los precios van de los 900 dólares a los 74 mil dólares.