En su estreno en el predio de la AFA en Ezeiza, nueve años después de aquella primera pretemporada en Tandil, con Miguel Ángel Russo como entrenador de Boca, Lucas Pratto se rencontró con Nicolás Gaitán y Facundo Roncaglia, sus compañeros de camada en las juveniles xeneizes,. Ninguno de los tres mantiene el rapado al ras, como lucieron aquel invierno en la Posada de los Pájaros. A Pratto, esta vez, no lo recibieron con ese ritual tan propio de los planteles. Edgardo Bauza, flamante seleccionador, lo esperaba con una bienvenida mejor: será titular el jueves próximo, en Mendoza, ante Uruguay, por Eliminatorias.
Con 28 años, el delantero platense parece haber vivido mil vidas antes de que le llegue esta oportunidad de cumplir su postergado sueño de usar la camiseta argentina. Criado en el humilde barrio de Los Hornos, los días de Pratto se dividían en tres: ir en bicicleta hasta la escuela, buscar la manera de ayudar a que su mamá Daniela parara la olla de la que comerían él y su hermano Leandro, y jugar al fútbol como volante central en Cambaceres. Como no tenía plata para tener unos botines de marca, mi mamá me los hacía fabricar en una zapatería del barrio, donde me salían mucho más baratos. Salían 25 pesos los negros y 30 si los querías de un color. Para combinarlos con los colores de Cambaceres yo los pedía blancos y con la pipa de Nike roja. Todo trucho, por supuesto, contó en una entrevista con El Gráfico. Entre las changuitas que hizo las que más llaman la atención son las de patovica en salones de fiestas y volantero.
Martín Palermo le cambió la vida. Gabriel, hermano del goleador, era profesor de educación física, socio de uno de los profes de Cambaceres. A través suyo, gestionó una prueba para Pratto en Boca. Como llegaba con la venia de Palermo, dijo que era delantero. Fue el 17 de diciembre de 2004. Entró al club en edad de quinta: fue campeón y goleador con 25 tantos. A partir de ahí, tal como se mueve en la cancha, fue todo empuje para ir abriéndose lugar. Debutó en Boca pero pasó rápido a préstamo a Tigre, al Lyn de Noruega, a Unión. Hasta que llegó a la Universidad Católica de Chile, como parte de pago del defensor chileno Gary Medel.
Allí, con la número 2 en la espalda, explotó: jugó una Copa Libertadores a un nivel formidable. El Genoa, de Italia, se lo llevó del otro lado del Atlántico. Pero el club genovés tiene la costumbre de no pagar sus compras. Volvió rápido a la Argentina, gracias a la gestión de Christian Bassedas, en ese entonces mánager de Vélez. Sorprendió a todos como un delantero todoterreno, capaz de definir partidos él solo, casi como si fuera un jugador de básquet. La Selección, parecía, iba a llegar por decantación. El gran problema que tengo es que contamos con la mejor delantera del mundo. Messi, Agüero, Icardi, Di Santo, Tevez, Higuaín, Lamela. Es muy difícil, razonaba Pratto, más allá de su gran nivel.
Atlético Mineiro se lo llevó de Vélez a fuerza de millones de dólares. Con sus goles y su entrega, enseguida se volvió ídolo en Brasil. Hasta rechazaron una oferta de 15 millones de Euros, desde China. La prensa lo eligió el mejor extranjero del año e, incluso, llegó a trascender que Dunga buscaba nacionalizarlo para sumarlo a la Selección. Él no quería resignar su sueño de jugar en Argentina. El tiempo le dio la razón: Bauza le cumplirá su deseo y el jueves jugará en la delantera junto a Lionel Messi, Ángel Di María y Paulo Dybala.