Los últimos rayos del sol que caen sobre Asunción cruzan la cancha en diagonal, entran desde un córner y pegan en una de las esquinas de la tribuna norte, la popular que ocupan los hinchas de Racing. Por abajo el que pasa es Roger Martínez. Es un tren sin frenos, como en bajada, hasta hacer su gol, el tercero, el que hizo llorar a quienes quisieran llorar. Porque ya no había nada más, era el 3-1 contra Cruzeiro, un resultado hermoso para que sólo falten unos segundos. Racing es campeón de la Copa Sudamericana, el título internacional que esperó durante 36 años, el que vino a buscar un equipo, el que vinieron a buscar miles de hinchas. El que ahora viaja a la Argentina.

Desde ese momento ya es todo celebración. No hace falta que el árbitro pegue el pitazo final, ya está escrita la historia. Con fútbol, con fuerza, con sudor. El partido fue una experiencia de calor extrema. Los 38 grados que muestran las pantallas de los celulares son una mentira. Los cuerpos multiplican la temperatura. El agua se agota. Algunas botellas son recargadas y pasan de mano en mano. Cada tanto alguien trae y avisa que no es para tomar, sólo para mojarse la cabeza. Se nota lo turbio en las botellas. Los bomberos encienden las mangueras. El ahogo, por momentos, es total. La Olla, el estadio de Cerro Porteño, esta tarde hierve.

Unas horas antes del partido, al mediodía, la avenida Rodríguez de Francia, en los alrededores de la cancha, se empieza a llenar de hinchas. Pero no es nada hasta que llegan los primeros controles y se produce el embudo. Todos con sus celulares, a mostrar los documentos y el QR, a echarse en el cuerpo lo que queda del repelente y a tomarse el agua. A dejar los cinturones en la puerta. A no empujarse.

Hay solidaridad. Porque este es un viaje colectivo. De padres e hijos, madres e hijos. De hijas con sus familias. De amigos y amigas que siguen a Racing siempre. Para muchos es la primera experiencia en el exterior. Para muchos, incluso, es la primera experiencia en otra cancha fuera del Cilindro, que a esta hora también se llena en Avellaneda. Para muchos, que viven en un fútbol sin visitantes, es la primera experiencia con hinchas enfrente. Por eso todo esto que pasa en Asunción es tan extraordinario. Porque hubo hinchas que bancaron a otros, que se preocuparon por las entradas de los otros, por el viaje, por el hospedaje, porque estén todos los que pudieran estar. Y acá, lejos de casa, en Asunción, se encuentran con un pueblo que vive de la misma manera. En los alrededores de La Olla, los vecinos sacan mangueras de sus casas, abren los grifos, recargan botellas, se ríen, hacen chistes, y hasta repartirán cervezas desde algunas casas a la salida. “Para los campeones” , ofrece Víctor, hincha de Olimpia. El pueblo paraguayo también merece su medalla.

Viajar para ver a tu equipo te hermana. Te encuentra. Hay abrazos entre quienes se reconocen del Cilindro, de la tribuna. En La Olla,mientras los hinchas se cocinan, el equipo muestra por qué además de entregar la alegría de ganar, emociona. Es una tromba. Se gritan tres goles en veinte minutos. Al primero lo anulan por el VAR. Ni siquiera la tecnología lograría mostrar de manera indiscutible que era offside. Pero Gastón Martirena saca otro de su pierna, un misil bombeado que parece un centro pero que pasa por encima de Cassio, se mete en el arco y literalmente rompe la red. Vuelve a estallar Racing. En la popular hay que tener cuidado, los escalones son altos y no hay paravalancha. A nadie le importa, todo se convierte en una masa de cuerpos transpirados que se abrazan, que ya lloran, que se besan, sin que importe a quién conocés. Pero lo más lindo son los tuyos, los que fueron con vos. “Uruguayo, uruguayo” , se escucha. Martirena lo merece. Es lateral y solo sabe hacer golazos, como el que le hizo a Corinthians bajo la lluvia con un caño en el camino.

Al rato le sigue el goleador de la Copa Sudamericana, Adrián Martínez, Maravilla. Otra vez a explotar. Los hinchas se miran en la tribuna. ¿Es cierto esto? ¿Es de verdad? ¿Fue de verdad el pase teledirigido de Santiago Sosa para Maxi Salas? Es todo cierto, todo verdad, como este calor que agobia, este sol que quema. Racing quema. Desde hace varios partidos se construyó una confianza en este equipo. La convicción de que va a salir a comerse al rival. Que va a jugar para el hincha y eso es lo que todo hincha quiere de los futbolistas que se ponen su camiseta. Es la convicción que transmitió Gustavo Costas, que grita, que va deacá para allá, de un lado al otro, que desespera. Su equipo gana 2-0.

Cruzeiro ya hizo un cambio a la media hora de partido. Fernando Diniz sacó a Wallace y puso a Lucas Silva. Signo de que fue sorprendido por Racing. También de que las cosas pueden cambiar. “Parece la final del Mundial”, dice uno. Mismo resultado en el primer tiempo y cambios apurados. Nadie quiere que esto se convierta en ese sufrimiento. Aunque en Qatar el final fue feliz.

El gol de Kaio Jorge ajusta el resultado. Empiezan a morderse dedos, a comerse uñas, sin parar de alentar, sin parar de gritar. Cómo no vas a sufrir en una final. No es exclusividad de Racing. Es casi una regla del fútbol. Por eso fue perfecto el gol de Roger, el tercero. Porque que sos campeón te lo dice tu equipo, no el árbitro. Porque cerrás la final con esa autoridad. Hay equipos que ganan, otros que se imponen. Racing se impuso. Recién con ese final el sol descansa. Ya no deja rastros en la cancha. Ahora es celebrar. A esto vinimos a Paraguay. En avión, en auto, caminando, a dedo, como sea. A ver a Racing. A ver a Racing campeón.

Postales de Racing campeón

Esto también es un abrazo de generaciones. El viejo Racing se encuentra con el Racing de la última década. Los que sufrimos los años sin título, el descenso, la quiebra, ya aliviamos toda esa carga. Pero faltaba algo así, esta copa internacional. Que por estas horas se cuenten historias de familias, de padres, madres, hijos, hijas, es también porque esta Copa Sudamericana implica uncruce generacional. El legado lo lleva Gustavo Costas. Es, de alguna manera, una reconciliación. Costas se encargó de unificar eso que llamamos el viejo Racing con el nuevo Racing. Es una fusión, la redención de ese pasado. Así como fue mascota del equipo de José, se bancó el descenso y puso el pecho para el Ascenso, Costas fue uno de los símbolos de la Supercopa de 1988, un oasis en el desierto. Y fue técnico cuando no había nada. Y fue hincha siempre. Hasta para cebar mates a los pibes que levantaban el Predio Tita. Eso es Costas.

racing campeon postal
Foto: @Sudamericana

Su equipo tiene los genes de esos Racing. Nuestros abuelos y padres cuentan que el equipo de José iba al frente como loco. Igual que el del Coco Basile en la Supercopa. La medida justa entre la fuerza y el fútbol. Hay quienes hasta hacen un paralelismo entre Juanfer Quintero y Ruben Paz. Costas llegó desde ahí para redimirnos, para saldar esta deuda. Desde ahí vino Costas para esta felicidad, con su medallita, besándola, entregándose a ese ritual místico. Pero también al fútbol. En esas mini asambleas que se arman en el banco antes de algún cambio, con sus hijos Gonzalo y Federico, y con Francisco Bersce, uno de sus entrenadores asistentes. Pepi, un técnico de larguísima trayectoria en el Ascenso, de esos artífices anónimos de estas historias. Merece que la gente de Racing lo conozca y lo quiera. Como a los jugadores. Porque el fútbol es de los jugadores. De Juanfer. De Juan Nardoni como dueño del mediocampo. De Agustín Almendra y ese potrero. De cada uno. De los capitanescampeones, Gabriel Arias y Leonardo Sigali, que quedan para siempre en la memoria.

Esto que se pasa acá, en el calor de Asunción, es algo más que ganar una Copa Sudamericana. Los más grandes le entregamos a Costas a los más pibes. Lo compartimos. Acá está, ahora también es de ustedes. Ahora también es parte de estos tiempos. Lo siento así cuando me abrazo con mis hijos. Y cuando veo a otros en la misma. Que ahora Costitas, Gustavo, ya es de ellos.

El tipo que ganó como jugador y ahora como técnico. Es cierto que ser hincha no te da credenciales para ser entrenador. Pero el amor que hay en Paraguay por Costas, por su Cerro Porteño, también habla de sus antecedentes. No es que Costas sepa lo que nosotros, los hinchas comunes, sentimos. Somos los hinchas comunes los que sabemos lo que debe sentir él ahí adentro. Creo que eso es también lo que produjo en los hinchas de otros equipos. Transmitió la emoción más genuina del fútbol, alejada de cualquier mercantilismo, del fútbol capitalista en el que algunos creen que todo se compra y todo se vende.

Hay una expresión en guaraní que es mborayhu añeteguáva que se traduce como amor verdadero, el amor de los que están siempre presentes. El amor de Costas, de los que ahora vacían La Olla, de los que están en el Cilindro, o los que fueron al Obelisco. El amor de los campeones en Paraguay.