Si bajo la noche blanca de San Petersburgo, contra Nigeria, la Argentina estiró su agonía en el Mundial de Rusia, un año después Porto Alegre le entregó un respiro en la Copa América. Es una paradoja que haya sido contra Qatar, una selección por estas horas elogiada por su orden, por su búsqueda, pero sin tradición en el fútbol, algo sólo compensado por el trabajo de los últimos años para que ser sede del Mundial 2022 vaya de la mano con tener un equipo competitivo. La Argentina pasó la prueba límite con un triunfo que fue, sobre todo, un alivio: se sacó de encima la posibilidad de quedarse afuera de la Copa América en una primera ronda. Le toca Venezuela, también símbolo del nuevo tiempo para la selección y para el fútbol de la región: lo que hace años hubiera sido un rival accesible se convirtió en un rival temible.
¿Son las demás selecciones las que crecieron o fue la Argentina la que descendió de su lugar en el mundo para que se hayan generado estos equilibrios? Es un poco de ambas cosas. Cuando la defensa qatarí le entregó el regalo a Lautaro Martínez para el 1-0 –su revancha inmediata de la jugada previa- se pensó en la poca experiencia de esa selección, en la inocencia y falta de técnica, pero son errores (groseros) que habitan el fútbol. Tan parejo está todo que hace un año Wilfredo Caballero fallaba de la misma manera y le permitía a Croacia empezar a hundir a la Argentina en Rusia.
Después de Qatar, la selección argentina tiene los mismos problemas con los que viajó a Brasil. Ajustó algunas cuestiones del juego. Vio mejorar a jugadores como Leandro Paredes, clave en el pase. Vio cómo Rodrigo De Paul creció dentro del circuito de juego. Y cómo sus delanteros hicieron goles. Además de Lautaro, Sergio Agüero se desquitó en modo Manchester City. Hasta ahí las mejores señales. Pero se trató de la enésima prueba de Lionel Scaloni, en amistosos y en plena competencia. Que haya resultado frente a Qatar no significa que resulte de acá en más; no es equivalente a encontrar el equipo. Todavía queda mucho por ajustar. Fue bajo el partido de Giovani Lo Celso, apareció muy bien Paulo Dybala y otra vez Marcos Acuña. Hay ahí algunas alternativas, además de definir con qué mediocentro irá el viernes. Si mantiene a Paredes o intenta con alguno de los Guido Rodríguez y Pizarro. La prueba sigue.
Junio, el mes de los aniversarios de la selección, incluye el cumpleaños de Lionel Messi este lunes, partidos míticos, grandes golpes, derrotas pesadas. Y un dolor que resultó incomparable: el doping de Diego Maradona en el Mundial 94. Ese episodio, el drama de un futbolista y la congoja de un país, transcurrió hace 25 años entre el 25 de junio, el día que la Argentina le gana a Nigeria 2-1 en Boston, y el 30 de junio, el día en que Maradona lanza entre lágrimas una de sus frases legendarias, “me cortaron las piernas”. Como símbolo, también fue un epitafio para la selección argentina, que nunca más volvió a ganar. Lo último había sido la Copa América de 1993. Pero desde el Mundial 94, y desde esa selección de Alfio Basile que era la esperanza de un mundo mejor para el fútbol argentino, pasó de todo y no pasó más nada. Hubo equipos que parecían llevarse todo puesto y se volvieron en primera ronda, como el de Marcelo Bielsa en 2002, otros que hicieron grandes partidos como el de José Pekerman en 2006, otros que volvieron a tener a Diego aunque en diferente rol, como el de 2010, y luego el equipo de las finales, a cargo de Alejandro Sabella en 2014 y de Gerardo Martino en las copas América de 2015 y 2016.
El día en que la Argentina conoció la efedrina también fue el día en que dejamos de ganar. El 30 de junio, cuando Diego llora ante las cámaras durante una entrevista con Adrián Paenza, una charla cuyas imágenes se entremezclan con el canto del himno previo al partido con Bulgaria, también lloró un país. No habría más Maradona en la selección argentina. Lo que habría luego sería Lionel Messi. Y en estos veinticinco años también habría selecciones argentinas en estado de competencia. No hubo títulos, pero la Argentina ponía en la cancha un prestigio y un poderío que no todas las selecciones tenían, aun cuando no pudiera, entre 1990 y 2014 atravesar la barrera de los cuartos de final.
La selección de 1994 marcó un hito en la relación equipo/hinchas que luego atravesó diferentes situaciones, distintas instancias. Una frialdad en los años de Daniel Passarella, amor/odio con Bielsa, cierta distancia en el tramo Pekerman, y el inicio de la confusión desde el retorno de Basile en adelante, con gestiones breves como las de Sergio Batista, intensas como la de Maradona, y gratificantes (y finalistas) como las de Alejandro Sabella y Gerardo Martino, mucho más valoradas en el tiempo que en su momento. Esa relación está ahora quebrada desde el episodio Rusia. Recomponer esa relación con los hinchas es también el modo de recomponer la selección. Por eso el camino es más largo que la búsqueda de la final de la Copa América. O este objetivo inmediato que es Venezuela. El objetivo todavía es Qatar, pero no su selección, su Mundial. Llegar ahí, en este contexto, no va a ser poco.