A las 7.30 de la mañana del sábado Ezeiza recibió a la selección. “No se compara con otra hinchada / Soy Argentina en las buenas y en las malas”, coreaban las primeras que llegaron al aeropuerto en la madrugada. Cuando el avión del equipo nacional arribó, ya eran más de doscientas cincuenta personas que esperaban a las jugadoras en la terminal A. Lejos quedó esa noche de abril de 2018 cuando consiguieron el tercer puesto en la Copa América de Chile y, a su regreso en Aeroparque, las esperaban dos medios de comunicación, diez hinchas y algunas compañeras de sus clubes. “Gracias Argentina, gracias Selección”, cantó la hinchada esta vez entre banderas y papel picado mientras las futbolistas también se sumaban a la arenga. Una vez más, como después de empatar contra Escocia a la salida del estadio, jugadoras e hinchas se unieron en abrazos, en saltos, cánticos y fotos. Quebraron, de nuevo, las líneas de cal que delimitan la cancha para reinventar un campo de juego sin fronteras, para construir un fútbol que sea, también, una fiesta.
“¿Qué hubiese pasado si perdíamos con Japón?”, le había preguntado la volante Ruth Bravo a la defensora Aldana Cometti entre mate y mate, una de las tardes de descanso en el hotel de París donde se alojaban, previo al último partido. Esa pregunta contrafáctica guardaba el resquemor al exitismo argentino. “¿Los medios se hubieran acordado de nosotras?”. Y las inquietudes de la número 8 argentina obligan a mirar hacia atrás: hacia esos dos mundiales anteriores – Estados Unidos 2003 y China 2007- donde el seleccionado había sido sólo noticia por las derrotas abultadas, hacia los dos años sin actividades, hacia la Copa América donde los medios se enteraron recién que estaban en el país vecino cuando la selección disputó el partido con Colombia y consiguió el repechaje.
Lejos, muy lejos parece haber quedado eso.
El Mundial de Francia 2019 se terminó para la selección nacional el jueves por la tarde cuando Camerún en tiempo de descuento, convirtió el segundo gol frente a Nueva Zelanda que lo clasificó a octavos de final y dejó al conjunto nacional fuera de carrera. Algunas jugadoras lloraron, se mordieron los labios, fueron y vinieron por los pasillos del hotel con la mirada más allá, puesta en esa ilusión que todavía guardaban. “Ya está, ya no dependía de nosotras. Lo dimos todo. Hicimos historia”, dijo en ese momento Milagros Menéndez, la delantera marplantense que había soñado con hacer un gol la noche anterior al partido y anotó el primero para la Selección, después de doce años. Algunas jugadoras todavía saborean un dejo agridulce, ese que mezcla la alegría del punto histórico contra Japón, de la derrota ajustada frente Inglaterra -una de las favoritas a quedarse la Copa- de la remontada épica contra Escocia, de saber que dejaron todo, de haber dependido de ellas mismas hasta la última fecha de la fase de grupo con la bronca de haber estado cerca de romper otro borde de la historia: pasar a octavos. Pero este final dibuja el comienzo – o el puntapié, como ellas dicen- de un cambio en el fútbol. Y como dijo una de las más experimentadas del equipo nacional, la mediocampista del Granada, Mariela Coronel, en ese sentido: “el objetivo está cumplido”.
Lo que dejó el paso de la selección por Francia 2019:
El juego colectivo. Adentro y afuera de la cancha. A la hora de quedarse con un recuerdo del Mundial, cada una de las jugadoras destaca la tarea de sus compañeras y remarca la unidad del equipo; esa que estuvo signada por la decisión grupal de exigir mejores condiciones de trabajo a la Asociación del Fútbol Argentino en la previa del partido con Colombia en la Copa América. “O nos escuchaban o nos echaban a todas. Y sucedió lo primero”, dice la jugadora Mariana Larroquette. Antes del Mundial, lograron que AFA mejorara sus viáticos, que les diera indumentaria adecuada, que les organizara giras internacionales para jugar amistosos en las fechas FIFA y consiguieron realizar entrenamientos y concentraciones en el predio de Ezeiza, donde por primera vez tienen vestuario propio. Las jugadoras del equipo conformaron un bloque, uno impasable como frente a Japón y a Inglaterra, un bloque donde la defensa puede convertirse en el primer ataque, un bloque como contra Escocia cuando salieron a buscar todas juntas, desde las volantes a las centrales, el partido. La unidad, dicen, en cada una de las entrevistas, es uno de los puntos claves del equipo hoy. Esa identidad colectiva forjada y atravesada por el movimiento feminista. “Tener el apoyo del feminismo nos ayuda, nos da un empujón, sin duda esto también es del movimiento feminista”, dice la arquera Vanina Correa.
La propuesta del cambio. “El fútbol en Argentina va a cambiar mucho a partir de ahora, esto es un antes y un después”, dice la mediocampista Lorena Benítez, jugadora de Boca, antes de volver de París. Durante su estadía en Francia, las jugadoras destacaron que su participación en este Mundial debe marcar un cambio en el fútbol femenino nacional. Celebraron la profesionalización anunciada en marzo por AFA sólo como un puntapié inicial e hicieron foco en la necesidad de apoyo para el desarrollo de la actividad porque coincidieron en las distancias abismales entre la selección y los tres equipos que tuvieron que enfrentar en la ronda de grupo. “En Argentina el desarrollo del fútbol es muy lento”, dice la arquera argentina que juega en Rosario Central y que se perdió la final de la Copa Santa Fe, como su capitana de equipo Virginia Gómez, por estar en Francia y que las autoridades provinciales superpusieran las fechas. Correa fue protagonista de una publicidad de Telemundo que expone la cotidianidad de las jugadoras sudamericanas que alternan entre hacer las tareas domésticas y las de cuidado, trabajar y entrenar. “Esa es la realidad de las futbolistas en Argentina”, dice y explica así la situación de la mayoría del plantel, que sólo cuenta con nueve – ahora con diez, por el reciente pase de Belén Potassa al Albacete de España- que juegan como profesionales en ligas del exterior.
“Estamos imponiendo un cambio maravilloso no sólo en lo deportivo sino en lo cultural”, dice Florencia Bonsegundo, una de las jugadoras que más sobresalió a nivel individual en los tres partidos y que anotó los dos goles contra Escocia. La futbolista del Sporting Huelva -que posiblemente juegue en la próxima temporada en el Valencia- lo dice ni bien termina el partido y todavía no sabe que acaban de romper otro récord: el encuentro entre argentinas y escocesas alcanzó 7.7 puntos de rating, más de un millón y medio de televidentes en todo el país. La visibilización del mundial dejó en segundo plano a la Copa América masculina, amuchó público frente a las vidrieras de locales de comida y electrodomésticos en las calles porteñas, se instaló en escuelas y universidades.
Las que vienen atrás. El partido contra Escocia iba 3 a 0 cuando Carlos Borrello hizo el cambio, sacó a Soledad Jaimes, la delantera del Olympique de Lyon, y metió a Dalila Ippólito. En la primera pelota que tocó, la jugadora de River encaró como encara en el barrio, en el potrero, sin importarle las 28 mil personas que la miraban desde las tribunas del Parc des Princes. Así se sintió, dijo después, jugando como en Lugano. En la segunda pelota, gambeteó con rebeldía, se escurrió entre las rivales y le dio la asistencia a Milagros Menéndez para el gol. “Que las chicas que son el futuro tengan una mejor oportunidad y que estén acostumbradas a este tipo de roce y no esperen a los 29, 30 o 38 años para tener un mundial”, dijo Estefanía Banini después de ese partido y la señaló a Ippólito. Así como lo hizo la capitana, todas las jugadoras del plantel remarcaron la necesidad de la creación de inferiores femeninas en los clubes. Porque el futuro del fútbol no puede ser sin las bases y las bases están ahí: en esas niñas que quieren jugar a la pelota, que sueñan con ser futbolistas.
Con los pies en la tierra y la cabeza levantada. Orgullosas. Así volvieron las jugadoras. Las que reconocen que llegaron hasta acá porque antes hubo otras que también lucharon, como las Pioneras del Fútbol Argentino que las fueron a ver a Le Havre contra Inglaterra y a recibirlas a Ezeiza. Volvieron las jugadoras que saben que hoy abren nuevos caminos a las que vienen atrás, las que son referentes de las pibas que sueñan con forjar su identidad de futbolista, las que saben que nunca más una generación sin espacios para jugar. Volvieron las jugadoras, esas a las que cuando se fueron a Francia les pedían que intentaran que no le hicieran muchos goles, volvieron las que construyeron identidad de juego, las que después de noventa minutos en la cancha se paran frente a los micrófonos a reflexionar sobre las condiciones de desarrollo de la actividad. Volvieron las jugadoras que consciente de las distancias con las potencias futbolísticas, salieron a achicarlas colectivamente. Volvieron las que relegaron destellos individuales para potenciar el planteo grupal. Volvieron las jugadoras, las que agradecen el apoyo y el reconocimiento del público. Volvieron las jugadoras que declaran que el fútbol no tiene género. Volvieron las jugadoras que nos hacen creer que otro fútbol es posible.