Alguien dijo alguna vez que ser hincha de fútbol es tomarse una licencia de nosotros mismos, 90 minutos en los que nos permitimos perder el eje y navegar entre la realidad y la ficción. No estaría mal que alguien precisara, también, que esta selección argentina son las vacaciones de un país que debería vender respiradores artificiales para soportar jornadas de 24 horas que, a la espera de las elecciones, parecen de 24 días.
El 1 a 0 ante Paraguay también fue eso, otra burbuja de felicidad futbolera, un nuevo paréntesis de la Scaloneta que nos lleva transitoriamente, de verdad y sin ironías, al mejor país del mundo, un bonus track de los multitudinarios festejos de diciembre pasado. En el tercer triunfo consecutivo en el inicio de las Eliminatorias, a un gran primer tiempo le siguió el retorno de Lionel Messi -ausente ante Bolivia- y el récord de imbatibilidad del Dibu Martínez en el arco de Argentina. Como se dice ahora, es un montón. Hasta que termina el partido y vuelve la realidad.
Como en el Mundial 2022, como en la Copa América 2021 y como en estas tres fechas de las Eliminatorias más largas del mundo hacia 2026, la selección volvió a ser un resquicio en el que nos olvidamos de la corrida bancaria propiciada por los miserables libertarios, de los negacionistas de la dictadura que la sacan tan barata, de la inflación del 12,7% en septiembre y del 103,2% en lo que va del año, del dólar callejero a más de 1.000 pesos, e incluso de un mundo que gira entre guerras y atrocidades. La Scaloneta como suspensión acrítica del tiempo.
Tal vez por la ausencia inicial de Messi, tal vez porque al público de la selección no lo moviliza la fogosidad de los hinchas de los clubes, tal vez porque estas Eliminatorias de la Conmebol son una excusa televisiva sin la clasificación al Mundial en riesgo –como una despedida del Messi South American Tour-, y tal vez también porque la noche parecía más invernal que de primavera, el Monumental recibió con cierta frialdad al equipo de Lionel Scaloni. Por algún motivo extraño, incluso las banderas tardaron en desplegarse, y luego hasta apareció una de Bangladesh, en otro capítulo de la extraña relación de cercanía con el país más lejano del mundo.
Recién cuando el estadio se entregaba al primer “El que no salta es un inglés” de la noche –aunque a esta altura del año sería mejor que cantara “el que no salta, vota a Milei”-, llegó el gol de Nicolás Otamendi, una acrobacia en la que el muchacho del Talar de Pacheco hizo una volea de Zlatan Ibrahimovic. Iban sólo 3 minutos y dios volvía a demostrar que le pinta ser argentino cuando se enfrentan las patrias en pantalones cortos, también en el duelo entre las únicas dos selecciones del mundo con camisetas a rayas verticales, una curiosidad digna del Guinness.
Sin Messi ni Ángel Di María, Argentina igual goleó 1 a 0 en el primer tiempo. En verdad, tras muy buenos 45 minutos, mereció ganar por mayor diferencia que por la mínima, pero el gol le siguió escapando a Lautaro como los cueveros de la City a la ley. También el palo se interpuso a lo que habría sido un golazo de Rodrigo de Paul, al igual que 10 centímetros le negaron a Nicolás González un gol que habría recordado toda su vida tras una magnífica jugada colectiva empezada por Julián Álvarez, ese crack sin estridencias.
Messi ingresó a los 7 minutos del segundo tiempo, cuando Paraguay -recuperado del golpe inicial- proponía algún susto aislado a través de Ramón Sosa, el delantero de Talleres. La platea estaba algo aburrida, al punto que gritaba a Emiliano Martínez «Que baile el Dibu la puta que lo parió», y el genio se encargó de encender cada tanto un complemento más chato, en el que la selección -a la vez- pareció perder movilidad tras la salida de Julián. Lo tuvo con un corner olímpico desde la derecha que pegó en el ángulo. Y ya en el descuento, el palo maldito negó otro gol de Messi de tiro libre.
En todo caso, el dato histórico llegó al promediar el segundo tiempo, cuando el Dibu llegó y superó los 609 minutos sin recibir un gol, una cifra que hasta ahora sólo había conseguido Germán Burgos. Al arquero campeón del mundo no lo vencen desde que justamente Kylian Mbappé lo hizo en la final del Mundial, por lo que en 2023 -en partidos oficiales y amistosos- está invicto.
El viaje de la selección hacia el Mundial 2026 seguirá tras el fin de semana largo -también cuatro días sin los ojos puestos en la City-, el martes ante Perú en Lima, la cuarta escala de una selección que durante 90 minutos nos pone en Modo Amnesia: nos olvidamos del terror mileista, de las especulaciones eleccionarias y de la inflación que corre tan veloz como Miguel Almirón, el mejor –y más rápido- de los paraguayos.
Ya sabemos que el fútbol es, sobre todo, una excusa para las relaciones sociales, un colectivo al que nos encanta entregarnos y compartir nuestras individualidades. Que también, cada tanto -incluso la mayoría de las veces- toca perder, sufrir. Pero qué lindo es el fútbol cuando regala fiesta, felicidad, como esta Scaloneta que nos lleva a una burbuja -tan ficcional y tan real- de un país campeón mundial que sigue ganando y no se hace goles en contra.
Algo así como 90 minutos de Argentina para olvidarse de Argentina, algo así como la pelea contra el invasor alienígena de El Eternauta en el Monumental.