Martín Saric siempre cuenta que tuvo que irse del país, bien lejos, para escapar de la crueldad. No soportaba lo que le llegaba desde las tribunas. Martín jugaba en Nueva Chicago. Un año atrás, su hermano Mirko, volante de San Lorenzo, se había suicidado. Los hinchas rivales se lo recordaban con saña. En una cancha, vio cómo colgaban a un muñeco que simulaba ser Mirko. Aunque quería estar cerca de sus padres, acompañarlos en el dolor, Martín necesitó otro camino. Se fue a jugar a Croacia, al origen de su apellido, pero a la vez a un lugar donde pudiera resetear todo, donde nadie supiera nada.
No es sólo la cancha, pero en la cancha no hay límites. La masa se permite romper con todas las fronteras hasta llegar al daño. Qué importa. Total después se puede decir que no es literal. Que si cantamos que los vamos a matar no es que los vamos a matar, es simbólico. Y es posible que lo sea -había una publicidad de TyC Sports de hace muchos años que decía que si cantabas eso, iban otros y mataban- pero el daño psicológico al rival es un objetivo.
La depresión de Santiago “Morro” García podía tener diversas causas, pero el fútbol era su contexto. Su lugar. El suicidio del Morro despertó reacciones hacia la crueldad que habita en el fútbol. “Algún día tendremos que hacernos cargo de este ambiente tóxico y nefasto que hemos sabido construir. Público, periodistas, dirigentes, agentes, DT, profes y también futbolistas; educar y preparar futbolistas para la vida (y todo lo que eso implica) no para el domingo o la tapa del lunes”, escribió el preparador físico Fernando Signorini.
“Cada uno defiende su negocio, nadie pone mucha atención en lo que le pasa al otro; si servís, seguís, si no, te vas», criticó Hugo Lamadrid, ex futbolista, autor del libro Lamadrí, el renacido, una pintura cruda de ese territorio de la alta competencia que transita un jugador entre los mandatos, el negocio y las lesiones. “El futbolista -escribió Lamadrid- debe convivir con esto y deben saber que la carrera es así. Además ahora tenés las redes sociales que son tremendamente agresivas y es muy difícil convivir con eso, sobre todo para los más chicos. Esto es una picadora de carne que cada vez se pone peor”.
La construcción de esa picadora, de ese mundo tóxico, parte de muchos lados. Un día alguien lo dice, un día está el Morro como un día está Toresani, y ahí queda. Nada más, nada cambia. Ahora el foco fue con la dirigencia de Godoy Cruz, pero la conducción del fútbol argentino ni siquiera se hizo cargo de quienes reclaman que la salud mental sea un tema prioritario en los clubes. Tampoco se harán cargo los empresarios que negocian en el medio. Los hinchas dirán que es el periodismo berreta, las redes sociales dirán que es el periodismo berreta, el periodismo berreta dirá que son las redes sociales. Y que si el periodismo es berreta es porque se consume, o sea, en última instancia, que el tema es la audiencia. Los jugadores dirán que es la presión, los hinchas, el periodismo, darán algún grito. ¿Cuántos? Unos pocos. Son pocos los jugadores del fútbol argentino que alzan la voz. Todo se termina engarzando en un mismo juego.
Hay un personaje de Pedro Saborido en el libro Una historia del fútbol que es Ernesto “El psicópata existencialista del área” Campodonemesio. El defensor era un tipo que corría a los delanteros rivales con reflexiones profundas: “Por ahí hacés el gol, pero será un efímero festejo, nimio frente al absurdo de la muerte, esa antesala de la nada eterna”. El absurdo ayuda a pensar.