En Quito, el martes por la noche, Atlético Tucumán parió el partido más importante de sus casi 115 años de historia. Un vuelo chárter con jugadores sentados a bordo estuvo demorado en Guayaquil durante tres horas. Un viaje en micro a velocidad máxima para llegar al Estadio Atahualpa antes de perder los puntos. Un embajador pidiendo prudencia a los gritos. Y una camiseta celeste y blanca que, esta vez, cambió el escudo del Decano por el de la Selección Argentina. Así llegó al estadio el equipo que comanda Pablo Lavallén para enfrentar, a 2800 metros de altura, a El Nacional de Ecuador. Prácticamente sin calentamiento previo, con camisetas chicas de jugadores de la Sub 20 y con botines apretados. Así tenía que jugar su partido decisivo
«Nunca olvidaremos todo lo que sufrimos para ir a jugar y ganar un partido tan determinante. Tenemos la certeza de que alguien dijo que no saliera el avión porque querían que no llegáramos a tiempo al estadio», denuncia Pablo Lavallén a Tiempo Argentino.
Ahora que bajó el nerviosismo, ¿qué pasó?
Aún no nos dieron ninguna explicación. Quedará como una anécdota, pero nos merecemos saber qué fue lo que ocurrió y por qué razón no pudimos salir en tiempo y forma desde Guayaquil hacia Quito. La logística que organizamos fue excelente, el viaje estuvo armado con un mes de anticipación, teníamos todo en orden y lo que pasó es que alguien dio una orden para impedirnos viajar. Esto escapa cualquier preparación o cualquier teoría para jugar en una ciudad con altura. Pese a todo, fuimos superiores, ganamos y pasamos a la siguiente fase, que era nuestro objetivo.
¿Crees que buscaron que no lleguen al estadio?
Buscaron molestarnos y sacarnos del foco. Las escuchas que entregó la gente de la compañía fueron claras: los pilotos tenían todo listo para viajar, dijeron que encendieran los motores y luego que no tenían la orden para despegar. La prohibición la dio alguien de afuera, ahora hay que investigar quién fue
¿Pensaste que no llegaban en algún momento?
Cuando la dirigencia compró los 30 pasajes para viajar en una aerolínea comercial, me junté con el Laucha (Luchetti) y con el Pulga (Rodríguez) y les consulté si el grupo estaba para jugar. Me dijeron que lo que estaba pasando les daba aún más ganas de jugar. «Si tenemos que perder, perdamos en la cancha», fue el mensaje que recibí. Fuimos, nos subimos al nuevo avión, viajamos en el micro con la sensación de no saber si llegábamos a tiempo y por suerte la historia terminó con el final que queríamos. Creo que en poco tiempo todo el mundo va a saber por qué no salió el avión. La gente del aeropuerto tendrá que explicar: nosotros estamos limpios, ellos deberán demostrar que no tuvieron nada que ver en lo que sucedió. Creo que la negligencia estuvo en el aeropuerto de Guayaquil y ellos dependen del gobierno de Ecuador. Ahora El Nacional presentó un reclamo a la Conmebol. Eso me parece mal, sabiendo que dieron el visto bueno para que se jugara. No sé qué van a protestar, porque la Conmebol tuvo sentido común y decidió que se resolviera el partido en la cancha.
¿Cómo estaban los jugadores en el avión o en el micro?
Estaban fastidiados porque era una situación tragicómica. Estaban por jugar prácticamente el partido más importante de la historia del club y no sabían si iban a poder llegar al estadio. En mi vida me pasó algo así. Llegamos 19:20 a Quito y teníamos 40 minutos hasta el estadio. El que organizó todo esto tenía como objetivo retrasarnos, sacarnos del partido. A los diez minutos de partido me di cuenta de que los jugadores tenían la convicción de saber que podíamos ganar.
¿Sentís que vivieron un cuento de Fontanarrosa o de Soriano?
Soy lector, pero quizás no tanto de la literatura deportiva. Sin haberlos leído tanto, creo que nuestra historia es mejor que la de cualquier cuento, porque nadie podía creer lo que nos estaba sucediendo. Iban pasando los minutos y con los jugadores estábamos esperando que aparecieran Tinelli y el Oso Arturo y que nos dijeran que era una joda para la TV.
¿Terminó siendo una motivación jugar con la camiseta de la Selección?
Fue un orgullo y a la vez muy raro. En el vestuario fue todo muy bizarro antes del partido. Estaba la gente de Conmebol anotando los apellidos de los concentrados y verificando el nombre de los jugadores del Sub 20 que aparecía en la espalda de las camisetas. Mientras tanto, ellos revisaban un baúl lleno de botines, buscando el par que les podría quedar, viendo si podían jugar con uno que les apretaba o que les bailaba o riéndose si la camiseta les quedaba muy chica. A la distancia fue algo gracioso, porque no pudimos trasladar la ropa de los jugadores ni los zapatos y aun así ganamos.
Terminó el partido y dijiste «Dios es Justo».
Sí, porque no nos merecíamos lo que nos hicieron. Lo dije porque creo que hay justicia divina. Estaba todo dado como para que nosotros entrásemos a la cancha sacados por lo que vivimos y que los jugadores pegasen patadas por la impotencia, que nos echasen jugadores y que nos eliminasen. Pero el grupo tuvo maduración para jugar con tranquilidad y hacer un buen partido, en el que demostraron las ganas de jugar este torneo. Estos jugadores ni pensaron en los 2800 metros de altura, sólo querían sacarse toda la bronca de sentirse rehenes de una situación muy mala. «